¿Cuándo y cómo será la próxima crisis?
Su llegada es inevitable porque los ciclos son inexorables, pero el punto de partida no es el de 2008
Consultar los medios y las redes sociales nos sumerge en un tumulto de términos económicos que tratan de explicar la actual situación económica de España y que evidencian la existencia de un debate sobre si estamos en crisis, si en el estado anterior a la misma o si, por el contrario, aún no vamos hacia ella. Tenemos más datos que nunca, pero no parece que nos sirvan para tener claridad a la hora de definir lo que está sucediendo. La información económica es abundante y accesible, así que repasemos el escenario.
El crecimiento económico del PIB sigue siendo positivo. En 2018 fue del 2,6% y en el 2019 las estimaciones lo sitúan en el 2,3%. Además, las previsiones para 2020 indican que será positivo, aunque probablemente no supere el 2%. Su análisis pormenorizado muestra que este crecimiento, cada vez menor, viene cada vez más explicado por la demanda externa, es decir, por lo que otros países nos compran; y cada vez menos por lo que compramos los nacionales, la demanda interna. Si revisamos los datos de crecimiento de las exportaciones, efectivamente comprobamos que siguen creciendo, a un ritmo de 1,7% frente al año anterior, pero que crecen menos que en 2018, cuando eran un 2,9% mayores que en 2017.
Revisar otras grandes cifras macroeconómicas, como la tasa de desempleo, muestra un mercado laboral que progresivamente absorbe menos nuevos contratados. La reducción del paro es cada vez menor, con una situación grave de desempleo no resuelto que duplica las cifras de antes de la última crisis. No estamos técnicamente en crisis, porque para estarlo debemos sumar dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo del PIB y, a día de hoy, no solo no estamos decreciendo, sino que estamos en crecimiento positivo.
Pero este crecimiento se va haciendo menor año a año, es decir, estamos en crecimiento decreciente. Usar otras denominaciones, como enfriamiento, desaceleración, pre crisis, o cualquier calificativo que pretenda explicar lo que pasa es bueno si realmente nos ayuda a comprender.
Ante esta situación, queda afrontar las grandes preguntas: ¿qué va a suceder? ¿vamos hacia la crisis? ¿será tan grave como la última que sufrimos? Y es aquí donde las conclusiones son menos coincidentes. Una cosa está clara: la crisis es inevitable. Los ciclos económicos son inexorables, y por mucho que logremos extender el periodo de expansión, al final caeremos en crecimiento negativo. Acumulamos varios años de crecimiento positivo y este se está frenando. La situación se parece a la de 2008, pero no es igual.
Por un lado, hemos aprendido mucho de lo que sucedió entonces y somos más sensibles a la necesidad de ahorrar, a no endeudarnos irresponsablemente y a asegurarnos una mínima viabilidad de las economías familiares. Pero está la otra cara de la moneda: hemos generado un volumen de gasto público y de su peor consecuencia, la deuda pública, mucho mayor que en los albores de la última recesión, lo que puede dificultar que el Estado y las administraciones públicas puedan aliviar las posibles situaciones de desamparo que una crisis provoca.
Adicionalmente, la situación internacional es más incierta que en el binomio 2007/2008. La presencia de líderes poco convencionales y más imprevisibles, como Trump o Johnson; la sombra alargada del Brexit, que nos está obligando a transitar por un camino desconocido; y la fragilidad geopolítica que nos rodea transmiten una inquietante sensación de debilidad que puede acelerar una caída brusca de las economías y propiciar un anticipo de la crisis.
La economía española es más dependiente de las restantes economías mundiales, se sostiene con cada vez menor margen de crecimiento y acumula fragilidades nuevas o no resueltas, como la elevada deuda pública y el paro.
La sociedad se debate entre los que vaticinan una inminente crisis y los que tratan de contener el pánico, justificando con datos técnicos que seguimos en crecimiento económico. Si a esta situación le sumamos los intereses políticos propios de una atmósfera posiblemente pre electoral, resulta un cóctel peligroso. Algunos parecen desear la crisis y otros pretenden obviar el elefante en la habitación. En el equilibrio, como siempre, está la virtud.
Fernando Tomé es Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nebrija