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El Louvre debe elegir entre la masificación, los empleados o el prestigio

La pinacoteca tuvo que cerrar este lunes debido a la baja masiva de sus trabajadores por agotamiento

GETTY IMAGES

El Museo del Louvre de París (Francia) tuvo que cerrar este lunes. Los vigilantes de la pinacoteca se dieron de baja debido al cansancio debido a la afluencia masiva y creciente que está teniendo el museo en los últimos años, y que según los trabajadores, no se corresponde con las dotaciones necesarias para que estas visitas se lleven a cabo. Tras el cierre de principio de semana, la pinacoteca emitió un comunicado en el que reconoce que solo podrá garantizar las visitas que se reserven a través de la página web.

El año pasado, la institución recibió 10,2 millones de asistentes, una cifra récord para un museo, y un 25% más que en 2017. La recuperación de la ciudad de París, después de los atentados de 2015, y sobre todo, la grabación del videoclip de la canción Apes ** t, de Beyoncé y Jay-Z, que se rodó en su interior, han contribuido a que el Louvre esté más de moda que nunca, pero también que sus trabajadores se encuentren exhaustos. A pesar de que el recinto no ha dejado de crecer, los efectivos han disminuido, según el sindicato Sud Culture Solidaires.

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La masificación del museo no solo está generando conflictos internos, sino que también podría afectar a la experiencia del público. En este sentido, el director gerente del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Evelio Acevedo, lamenta la obsesión por el número de visitantes en la que están cayendo algunas instituciones. “Los asistentes son muy importantes porque son los que dan sentido a nuestra misión, pero si la visita se hace en unas condiciones casi de avalancha, estar en los espacios se vuelve una tarea incómoda y es imposible disfrutar de la exposición”, argumenta el experto, quien sostiene que si el recuerdo que deja una pinacoteca no es grato, es tirarse piedras contra el propio tejado porque no querrán volver.

El reto al que se enfrenta ahora el museo, según Acevedo, es calcular qué capacidad real puede albergar y limitar el aforo. “Cuando hacen esto, estás renunciando a las clasificaciones de las instituciones con más visitas y a parte de los ingresos, pero debe ser así porque si no nos convertimos en un parque de atracciones en el que la gente entra a borbotones y no puede disfrutar de la experiencia”, prosigue.

Aunque la promoción de estos centros es fundamental, los expertos coinciden en que debe hacerse de manera controlada. Un ejemplo es el propio Louvre, que a pesar de contar con más de 10 millones de visitantes al año, tiene salas prácticamente vacías, pues la mayor parte se detiene en los puntos más emblemáticos, como es el caso de la La Gioconda de Leonardo da Vinci, que hay que descubrir a través de las pantallas de los teléfonos del resto de espectadores.

En esta línea, el profesor del máster de Planificación y Gestión de Destinos Turísticos de la Universidad Complutense de Madrid Ignacio Ruiz comenta que para que este tipo de atracciones turísticas no mueran de éxito, es necesaria una planificación. “Si se limita el acceso de una manera drástica, como sucedió el lunes, es cuando se produce una mayor pérdida de reputación, pero si se transmiten bien las razones y se da un tiempo de adaptación, ocurrirá todo lo contrario: se puede incluso ganar prestigio porque la experiencia durante la visita será mucho mejor”, asegura. Es el caso de la Alhambra y el Museo Vaticano, que llevan años requiriendo reservas previas y la gente lo tiene asumido, recuerda.

La fama del Louvre ha derivado en que parte del público esté más atraída por el valor turístico del museo que por su interés cultural. “Muchas pinacotecas se transforman, debido al actual modelo turístico, pues son una potente industria cultural, y como tal, se sitúan dentro del circuito de enclaves a los que hay que acudir la primera vez que se visita una ciudad”, explica el experto en museos de la Universidad de Barcelona Xavier Roigé, quien lamenta que a pesar de lo llamativo de estos casos, la realidad de la mayor parte de instituciones es que tienen problemas para encontrar visitantes.

Además, la sobrecarga de los empleados del museo, como sucedió en el caso del Louvre, también tiene repercusión en el público y la seguridad de las obras. “Los vigilantes son la cara visible, su presencia es determinante en la experiencia de los visitantes. Desde su discreción, son una garantía para el museo”, detalla la directora adjunta de administración del Museo Nacional del Prado, Marina Chinchilla. También aportan un importante factor humano. “Nos estamos acostumbrando a que nuestra fuente de información sea el teléfono móvil, pero esas personas están ahí para apoyar en ese sentido”, protesta Ruiz.

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