Las acciones están caras, aunque los beneficios sigan subiendo
Comparando con la historia, el CAPE y la Q de Tobin reflejan una cuantiosa sobrevaloración del S&P 500

Las acciones pueden no estar caras para algunos estándares. Después de todo, es imposible calcular el valor actual objetivo de un activo financiero con un flujo de caja futuro desconocido en un mundo impredecible. Sin embargo, las acciones están incuestionablemente caras de la única manera que se puede considerar: en relación con el pasado.
Hay dos medidas plausibles para realizar comparaciones a largo plazo. La primera es el PER del Nobel Robert Shiller, la ratio precio/beneficios ajustado cíclicamente. El CAPE compara el precio actual de una acción con sus ganancias anuales promedio ajustadas a la inflación durante la última década. La segunda medida es la Q de Tobin, del estadounidense también Nobel James Tobin, que intenta medir la relación entre la capitalización bursátil de una empresa y el coste de la sustitución de sus activos.
Tanto el CAPE como la Q de Tobin se pueden calcular para todo el mercado, aunque requiere mucho trabajo para que las cifras sean comparables. Los inversores pueden estar agradecidos al economista británico Andrew Smithers y a sus sucesores, que han desarrollado más de un siglo de medidas razonablemente consistentes para el S&P 500 (y sus predecesores).
Sus últimas estimaciones sugieren una cuantiosa sobrevaloración: el CAPE, que cubre todo el mercado, está un 108% por encima de la media histórica, y la ratio Q, que no es válido para las empresas financieras, es un 77% más alto.
Hay que tener cuidado, ya que Smithers simplemente define el valor justo como el promedio posterior a 1900. Mucho ha cambiado en la economía y en el mercado de valores en los últimos 119 años. Aún así, las ratios actuales están entre un 20% y un 40% por encima del pico del mercado alcista de los años sesenta.
La única vez que estuvieron más altos fue justo antes de que terminara la burbuja de finales de siglo. Ese estallido de exuberancia fue seguido por un descenso del 48% –ajustado por la inflación– en el S&P, según Macrotrends.
Esa experiencia alentó a los pronosticadores a utilizar el CAPE y el Q como indicadores de picos de los mercados. Hasta ahora, los indicadores siguen subiendo. Las medidas elevadas son, sin embargo, signos de los tiempos: en la economía, en la psicología del inversor y en la política monetaria.
Empecemos con la economía. Es una época rentable. Entre 2000 y 2018, las ganancias después de impuestos de los miembros del S&P han aumentado en un 164%, superando el aumento del PIB nominal de EE UU, que se duplicó en el mismo período. Desde 2007, justo antes del colapso de rentabilidad relacionado con la crisis de 2008, el PIB ha aumentado un 42%, mientras que los beneficios de las empresas del S&P han aumentado un 80%.
En efecto, los propietarios de acciones ordinarias se están embolsando una mayor porción de la producción económica. No es de extrañar que este reequilibrio haya estimulado la psicología de los accionistas. No ven ninguna razón para que la tendencia favorable termine. Este aumento en el CAPE muestra un optimismo turboalimentado. En efecto, los accionistas están pagando más por ganancias que ya llevan décadas creciendo más rápido que la economía.
En un entorno político diferente, sería razonable esperar que el péndulo de beneficios se inclinara pronto en la otra dirección. Eso no parece estar ocurriendo ahora, a pesar de los llamamientos de los políticos y economistas de izquierdas para que se eleven los impuestos de sociedades y se apliquen más estrictamente las normas de competencia.
Un giro es particularmente improbable en EE UU, donde un mercado bursátil en auge se considera a menudo un potenciador del estado de ánimo, especialmente para la políticamente potente clase acomodada.
Una de las razones de este optimismo incauto es la fácil disponibilidad de dinero no muy caro. Durante más de una década, los tipos de interés oficiales han estado siempre muy por debajo de la tasa de inflación de la mayoría de las economías desarrolladas.
Durante gran parte de ese tiempo, las políticas de flexibilización de los bancos centrales han empujado grandes cantidades de fondos de nueva creación a los mercados financieros. El dinero barato casi se ha convertido en parte del orden establecido del universo financiero.
El efecto de estas inundaciones monetarias sobre la inflación de los precios al consumo ha sido pequeño o inexistente. Lo mismo ocurre con la economía. Sin embargo, los bajos rendimientos han empujado a los inversores a invertir en activos de mayor riesgo, mientras que parte del dinero barato se ha prestado a los compradores de renta variable, lo que ha impulsado la demanda, los precios de las acciones y el pensamiento positivo.Los préstamos baratos a las empresas también impulsan el crecimiento de las ganancias en las compañías apalancadas, reforzando la convicción de que las buenas noticias continuarán.
Si los banqueros centrales y sus patrones políticos pensaran que la inflación de los precios de los activos fuera peligrosa, podrían responder a los altos valores de la Q de Tobin y del CAPE tratando de sacar dinero de los mercados financieros. Sin embargo, tal pensamiento es contrario a la ortodoxia política y económica actual.
Lo más probable es que los precios de las acciones solo bajen cuando los inversores terminen por fin asustándose de la rentabilidad y el crecimiento corporativos. Aunque ese miedo aún está muy lejos.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías