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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España no puede perder la carrera por la digitalización

Los riesgos de quedarse atrás en esta veloz transformación tecnológica son tanto económicos como sociales y culturales

CINCO DÍAS

Pese a las grandes inversiones realizadas en la digitalización tanto de herramientas como de procesos, las economías desarrolladas tienen todavía un buen trecho por recorrer para poder ponerse plenamente a la altura de lo que ya se denomina la cuarta revolución industrial. Ello no significa que todos los países estén en el mismo nivel en este ámbito , pero sí que la mayoría no estás listos al 100% para hacer frente a ese reto. El último informe de la OCDE sobre esta cuestión, hecho público ayer y que evalúa una treintena de países, insiste en este extremo y sitúa a España entre el grupo de las economías cuya población tiene menores habilidades para salir airosa de la revolución social, cultural y económica que trae consigo la digitalización. Los puntos flacos de España en este ámbito son el excesivo número de personas que no poseen las habilidades básicas para abordar ese cambio –lo que suele denominarse analfabetos digitales–, la escasa cifra de quienes están excepcionalmente bien formados tecnológica y digitalmente y las lagunas que todavía persisten en materia de educación, una asignatura que comparten la mayor parte de las economías analizadas por la OCDE.

Los riesgos de quedarse atrás en esta veloz carrera tecnológica son tanto económicos como sociales y culturales. Adaptarse al enorme cambio que supondrá la implementación de un modelo productivo digital no constituye ya una elección, sino una necesidad y una obligación, dado que ninguna economía podrá sobrevivir en un mundo cada vez más globalizado, interconectado y digitalizado si no supera con éxito esa transformación. Las empresas, especialmente las más grandes, están inmersas ya desde hace tiempo en esa metamorfosis, pero no ocurre lo mismo con muchas pequeñas y medianas compañías, cuyo ritmo de adaptación y capacidad de inversión es menor, pero que constituyen un eslabón esencial para llevar a cabo el proceso porque integran a más del 90% del tejido productivo. Esa transformación de modelo productivo resulta inseparable de una transformación cultural y social en el miso sentido, en la que todos los países desarrollados están ya inmersos y donde la educación y la formación tienen un papel clave. Fracasar en asumir ambos retos con seriedad y eficacia no solo tiene un riesgo económico de enorme magnitud, sino también el peligro añadido de una nueva fractura que divida a aquellos ciudadanos preparados para un mercado laboral cada vez más digitalizado de aquellos otros cuyas oportunidades de empleo y calidad de vida resultarán fuertemente mermadas.

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