Un gestor llamado algoritmo
Ha llegado para quedarse, pero tendrá que hacerlo con transparencia y sin sesgos
El multimillonario Ray Dalio está llevando a cabo un proyecto que denomina “el libro del futuro”, en el que avanza que va a dejar las llaves de su empresa a un algoritmo. Más precisamente, ha anunciado que el citado artefacto acabará por tomar el 75% de las decisiones de su grupo, un hedge fund de 160.000 millones de dólares. Será el algoritmo quien gestionará contrataciones y despidos, y también el que impondrá a los empleados la conducta profesional óptima, dados unos objetivos. Entre otras cosas.
Ya es el mundo de hoy, no el de Asimov. Tanto es así, que se contaba hace días en un medio de comunicación una anécdota bien reveladora: “No he hecho los deberes de matemáticas, papá, pero desarrollé un algoritmo que explica el por qué”, decía un niño, perteneciente al cada vez más numeroso grupo de supuestas altas capacidades. Pero aun admitiendo las exageraciones, lo cierto es que la creciente disponibilidad de una masa de datos impensable hace nada posibilita el análisis predictivo por medio de algoritmos complejos, que tanto permiten optimizar flujos de tráfico como detectar la formación de virus. No en vano se está en camino de poder aislar partículas de 20 nanómetros de diámetro, que es precisamente la escala de esos agentes infecciosos. O predecir delitos, o la demanda turística, entre múltiples aplicaciones, de las que no es la menos importante la que ya utiliza cualquier motor de búsqueda de Internet.
Nos encaminamos a algo parecido a un mundo de informaciones ilimitadas y ya empezamos a ser conscientes de que las huellas de nuestra existencia dejan rastros numéricos, que conforman un doble virtual y que, en cierto modo, se apropian de la identidad. Ello nos anuncia que no podrá sacarse todo el provecho posible de estas nuevas tecnologías sin ligarlas a una imprescindible reflexión ética y filosófica. Como no podía ser de otro modo, los algoritmos y la inteligencia artificial son objeto de debate. De la fascinación a la inquietud, nos preguntamos por los límites de la libertad. Las personas han de revolverse contra el obscurantismo tecnológico, sabiendo que esa inteligencia, mediada por artefactos algorítmicos, puede ser una amenaza, pero antes que nada deberá ser una oportunidad. Mientras buena parte de la política pierde el tiempo en lo que ustedes ya saben, la democracia necesita caminos para hacer compatible libertad y tecnología.
Más allá, sin embargo, del pensamiento que debería acompañar a una metamorfosis tan relevante como la que ya está aconteciendo, llama la atención lo que los algoritmos aportan al mundo empresarial y que requiere una flexibilidad conceptual y operativa sin precedentes. De entrada, un cambio de perspectiva en los equipos de gestión, a los que se incorporan matemáticos, físicos, expertos en informática y estrategas, como mínimo. O lo que es lo mismo, una modificación estructural, abriéndose paso los chief data officer, con una visión novedosa de la optimización cuantitativa.
Esta nueva frontera engloba también un nuevo mercado: el de los algoritmos predictivos. Porque no todas las empresas tendrán capacidad de desarrollar por sí mismas estas herramientas, pero las necesitarán, hasta el punto de que su posesión pasa a ser una variable disruptiva en la evolución de los negocios.
La sociedad en su conjunto sabe que algo está pasando, sin percibir muy bien el qué. Como si de una cosa mágica se tratase, se oye hablar de la “nube”, un espacio de almacenamiento virtual, sin las habituales restricciones del mundo físico. Muchos actores del mercado han quedado anticuados, porque su desintermediación ya no tiene ningún sentido. Los algoritmos están redefiniendo las relaciones económicas y comerciales, pero no solo eso, ya que son también mecanismos decisivos de la socialización y de la política; en suma, lo que ya se ha calificado como el desafío fundamental del milenio.
No debería extrañarnos que a no tardar mucho, en las universidades se estudie economía de los algoritmos, su gestión estratégica, que crea valor a través de una mayor interacción entre personas, empresas y cosas. La administración empresarial pasa ya por el uso adecuado de algoritmos sofisticados, que aprenden automáticamente, de tal manera que ellos mismos se perfeccionan a medida que son utilizados, sin intervención humana, sumando lo cualitativo a lo cuantitativo, aunque nos parezca mentira.
En cierta manera, la incorporación de los algoritmos a la gestión también modifica la naturaleza del poder. ¿Y si estuviésemos en puertas de la mano invisible de los algoritmos? Algunas empresas viven ya, en este sentido, la metamorfosis de las gerencias, más al servicio del algoritmo que a otra cosa. A su vez, también surgen dudas sobre su influencia en el poder de mercado y, por ende, en la reducción de la competencia.
En pocas palabras, dominar las herramientas numéricas se ha vuelto indispensable para la estrategia empresarial y aunque alguien ha dicho que nos han robado el azar, en el mundo económico es prioritario minimizarlo. En cualquier caso, los algoritmos, que comenzaron su andadura allá en Babilonia, han llegado para quedarse, pero habrán de hacerlo sin el determinismo de la caja negra, sesgados y opacos al conocimiento de cómo se toman las decisiones.
Luis Caramés Viéitez es catedrático de Economía Aplicada y asesor del Consejo General de Economistas