Urge una política industrial europea
Si la UE quiere riqueza y autonomía debe impulsar una estrategia para competir
Durante décadas en Bruselas, y también en España, ha dominado la tesis del ex ministro de Industria, Carlos Solchaga, que decía que “la mejor política industrial es la que no existe”. Ya no es así. Lo que han venido defendiendo los franceses desde siempre está volviendo a estar de moda. Incluso, y esto es lo más novedoso, al otro lado del Rin, en Alemania. Varios documentos recientes son de obligada lectura para entender el giro que está dando la mayor potencia económica europea en este tema.
El primero es el papel presentado por la Federación de la Industria Alemana (BDI, por sus siglas en alemán) en enero de este año, titulado: Socio o competidor sistémico: ¿Cómo lidiar con la economía estatalista de China? El texto es un grito en el cielo de los industrialistas alemanes. Su mensaje es que durante mucho tiempo pensaban que China se iba a convertir en una economía de mercado libre y que podrían competir con sus empresas. Ya no. Se han dado cuenta de que China no va a abandonar su capitalismo de Estado y que son incapaces de competir sin una mayor ayuda del Estado alemán y de las instituciones europeas.
Por eso la BDI aboga por más recursos públicos en “investigación, desarrollo, educación, infraestructura y tecnologías innovadoras” y exhorta a los líderes políticos alemanes y europeos a crear una “ambiciosa política industrial para Europa” enfocada en “la innovación, la regulación inteligente, los partenariados sociales, la infraestructura y la promoción del comercio libre”. Esto es muy significativo, porque justamente en este mismo documento los industrialistas alemanes reconocen que “ningún Estado miembro de la UE puede enfrentarse solo al desafío económico y político que representa China. Las respuestas solo pueden venir de una Europa fuerte, reformada y que hable con una sola voz”. Hace tiempo que la élite política y económica alemana viene observando cómo cada vez son más pequeños frente al gigante asiático. Es bueno que ahora empiecen a ponerlo negro sobre blanco.
El segundo documento reciente es el de la estrategia industrial 2030 del ministro de Economía y Energía alemán, Peter Altmaier. El subtítulo del documento refleja el sentir mayoritario. Dice así: Directrices estratégicas para una política industrial alemana y europea. Proponer esto sería impensable hace tan solo unos años en un país que siempre ha criticado a su vecino francés por su dirigismo estatal, pero situaciones de emergencia requieren giros ideológicos y posturas más pragmáticas.
Un baño de realismo nunca viene mal. Altmaier avisa que en esta cuarta revolución industrial (la de la digitalización y la inteligencia artificial) se va a decidir si la economía social de mercado es el mejor modelo para lograr y mantener el bienestar de la población europea. Si nuestro modelo fracasase y “perdiésemos nuestra ventaja tecnológica en competencias clave, y por lo tanto, perdiésemos nuestra posición en la economía mundial, eso tendría consecuencias dramáticas para nuestra forma de vivir, y para la capacidad del Estado de determinar la política, y en algún momento eso dañaría la legitimidad de sus instituciones”. Una voz de alarma en un país tradicionalmente obsesionado por la estabilidad política.
El análisis desde el Ministerio de Economía alemán es meridiano. En todas las otras revoluciones industriales ha habido innovaciones primarias que han marcado su época. La máquina de vapor y el ferrocarril en la primera; la electricidad, el coche, el avión, la radio y la TV en la segunda, el ordenador e internet en la tercera y en esta cuarta, las plataformas digitales, la inteligencia artificial y el internet de las cosas – que nos llevará a la industria 4.0 – aparte de la nano y biotecnología, los nuevos materiales para la construcción y las nuevas formas de energía y la computación cuántica. En estas últimas, Europa está compitiendo bien, pero en las plataformas digitales y la inteligencia artificial vamos por detrás de los americanos y los chinos y hay que remediarlo cuanto antes.
Las plataformas digitales son especialmente claves porque almacenan los datos que producimos cada vez que usamos la red, y gracias a esos datos una empresa puede entender y analizar las nuevas tendencias sociales de hábito y consumo. La inteligencia artificial se basa en esos datos, por eso cada vez más voces, incluso en Alemania, se preguntan si no es necesario crear un Google europeo, así como en la tercera revolución industrial se creó Airbus. Este debate lleva, lógicamente, a la autonomía estratégica y la soberanía económica y la creación de campeones europeos, algo que apoya Altmaier, señalando que el tamaño importa y mucho en esta revolución tecnológica.
Y si se habla de campeones europeos, hay que hablar de Francia, y justamente el tercer documento que hay que leerse es el manifiesto a favor de una política industrial europea para el siglo XXI que han firmado Altmaier y su homólogo francés, Bruno Le Maire, el pasado 19 de Febrero. Este papel tiene cuatro mensajes fuerza: 1) La próxima Comisión tiene que desarrollar una política industrial europea; 2) la UE y sus Estados miembros tienen que invertir “masivamente” en innovación tecnológica, especialmente en inteligencia artificial; 3) hay que reformar la leyes de competencia para tener en cuenta las transformaciones económicas y la competencia no solo en el mercado interior sino también a nivel mundial (es decir, favorecer la creación de campeones europeos); y 4) hay que desarrollar mecanismos de protección frente a la competencia desleal de fuera y reforzar la apertura de mercados en el exterior.
Todo esto parece necesario si Europa quiere mantener su nivel de vida y ser estratégicamente autónoma, pero la deseada política industrial europea viene con riesgos. Un mayor dirigismo centralizado puede coartar la innovación resultante de un mercado descentralizado. Hay una delgada línea entre política industrial y protección, y proteccionismo. ¿No habría cierta hipocresía, por ejemplo, en castigar los subsidios estatales de las empresas chinas mientras al mismo tiempo las autoridades públicas europeas apoyan a sus empresas? Una reforma de la OMC con reglas claras sería lo ideal, aunque no es fácil. Finalmente, desde el punto de vista español, habría que resistir la idea franco-alemana de que el Consejo Europeo pueda intervenir, en casos puntuales, en la política de competencia de la Comisión. A España siempre le interesa una Comisión fuerte liberada del intergubernamentalismo.
Estratégicamente, hay que decidir si estamos a favor de campeones europeos a sabiendas de que en muchos sectores nuestras empresas no serán esos campeones, o preferimos resistir esa concentración empresarial (pensemos en las repercusiones de la posible alianza entre Siemens y Alstom para Talgo y CAF). La tentación es optar por lo segundo, pero a largo plazo es un error. Si Europa compite en el mundo, salimos todos perdiendo. En algunos sectores tendremos empresas españolas campeonas, en otros habrá que sumarse a otros campeones europeos y/o recoger las oportunidades que dejan en los mercados locales.
Miguel Otero Iglesias es investigador principal del Real Instituto Elcano