Los bancos centrales deben limitarse a garantizar una financiación atractiva
Ni Europa ni EE UU están en su mejor momento para asumir un endurecimiento de las condiciones de financiación
El proceso de incipiente desaceleración en que ha entrado la economía mundial no solo ha calado en los mercados, sino que también lo ha hecho en las hojas de ruta de los bancos centrales. El miedo a una recesión en Estados Unidos hacia finales de año se ha extendido como una mancha de aceite entre los inversores, que miran con recelo nuevas subidas de tipos que compliquen un horizonte plagado de incertidumbres, entre ellas, la guerra comercial entre Washington y Pekín. Los futuros arrojan un desplome de probabilidades de que la Fed mantenga sus planes de acometer este año dos alzas adicionales de tipos y las recientes palabras del presidente del organismo, Jerome Powell, quien aseguró que la política monetaria estadounidense sería flexible y tendría en cuenta la situación del mercado a la hora de tomar decisiones, parecen ir en el mismo sentido. Aunque en la última reunión del año pasado, la Fed ya rebajó de tres a dos las alzas previstas para 2019, hay voces en el organismo que reclaman que se reduzcan a una sola.
Los inversores estadounidenses tienen razones para estar preocupados, dado que las dos últimas recesiones económicas que vivió el país fueron precedidas de un alza de tipos de interés. Aunque los últimos datos sobre el empleo dibujan todavía una sólida radiografía de la primera economía del mundo, no sucede lo mismo con los indicadores de confianza, que están comenzando a flaquear. Tampoco Europa parece estar en su mejor momento para asumir un endurecimiento de las condiciones de financiación. La desaceleración de la actividad económica unida a un escenario geopolítico pleno de riesgos –desde la factura del Brexit a las consecuencias de la guerra de aranceles sobre la competitividad europea– no aconseja en este momento una subida de tipos, una medida que el BCE no adoptaría, en todo caso, hasta después del verano.
El crucial papel que han jugado los bancos centrales para sacar a flote las economías golpeadas por la última gran crisis económica mundial resulta indiscutible. Los programas masivos de compra de deuda han ejercido de fuertes muletas para ayudar a dejar atrás los peores momentos de ese período y, en el caso del euro, para evitar incluso el resquebrajamiento de la moneda única. Esas políticas de estímulos han tenido su momento y su función, pero no pueden seguir apuntalando una actividad que antes o después debe normalizar su funcionamiento. Es el momento, especialmente en Europa, de impulsar reformas estructurales capaces de flexibilizar las economías y de elevar la competitividad y el crecimiento potencial, así como de obviar los artificios monetarios.