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El vino se prepara para sobrevivir al cambio climático

El éxito futuro del sector vitivinícola depende más que nunca de las condiciones meteorológicas

GETTY
Pablo Sempere

El calentamiento global, ya sea por cuestiones de regulación climática natural o por el empuje dañino del ser humano, es un hecho innegable. Y mientras que las medidas adoptadas en el Acuerdo de París, suscrito por 195 países hace ahora tres años, no se lleven a cabo de forma fehaciente, todo indica que sus efectos llegarán antes y serán más devastadores. Según las previsiones de Naciones Unidas, para el año 2100 la temperatura media de la tierra habrá aumentado en unos 2,5 grados centígrados. Un reciente informe del Observatorio de la Sostenibilidad sostiene, sin embargo, que España podría experimentar una subida de 2,6 grados en mucho menos tiempo, de aquí a 2050.

Ante esta situación, un sector tan importante en el país como el vinícola, a la vez tan dependiente del clima, empieza a prepararse para minimizar este impacto en la medida de lo posible. “El clima de una zona determina las características del vino, especialmente su tipicidad, por el efecto en el desarrollo de los procesos de maduración y en la adaptación del ciclo de las variedades. El cambio climático, por ello, puede originar la pérdida de la producción específica de ciertas regiones”, explica Mario de la Fuente, director de la Plataforma Tecnológica del Vino (PTV). Como recuerda este experto, tanto en la fisiología de la vid como en la producción de cada añada, la temperatura, la lluvia, la evapotranspiración potencial, las horas de sol y el viento influyen de manera directa.

Este cambio climático es el que ha provocado, ilustra De la Fuente, que Reino Unido haya pasado de tener 200 hectáreas de viñedo a comienzos del año 2000 a casi 3.000 hectáreas a día de hoy. En España, sin embargo, la alteración podría tener consecuencias negativas, ya que se espera que al aumento de la temperatura le acompañen unas precipitaciones cada vez más fuertes y separadas entre sí en el tiempo. Esto, adelanta De la Fuente, obligará a los viñedos a buscar latitudes más altas, llegando a zonas en las que tradicionalmente este cultivo no ha encontrado hueco. “Previsiblemente también habrá un desplazamiento hacia la costa atlántica en busca del efecto térmico”.

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Esto no son más que previsiones, ya que en estos asuntos deben mandar la prudencia y una espera que permita obtener conclusiones demostradas. Mientras tanto, y en vistas a que las consecuencias pueden ser fatales, varias bodegas se han puesto manos a la obra para implementar algunos cambios en sus procesos que permitan una gestión más eficiente de los recursos.

Uno de ellos ha nacido en el seno de las denominaciones de origen catalanas del Priorat y de Montsant. Allí, un proyecto financiado por la UE, en el que participan cerca de 170 bodegas, intenta promover una producción sostenible adelantándose a los problemas ambientales más probables de los próximos años, fundamentalmente la escasez de agua. “Una de las líneas principales es la gestión inteligente del riego, en función de la variedad de la uva cultivada, del objetivo enológico y de la zona geográfica en la que se encuentra cada viñedo, ya que en función del tipo de tierra, del terreno o de la inclinación, la cantidad de agua debe ser una u otra”, explica Sergi de Lamo, director del Centro Tecnológico del Vino (Vitec) y uno de los encargados del proyecto. Todo ello con vistas a saber cómo actuar cuando los recursos hídricos sean mucho menores.

Otra de las líneas tratadas es la sustitución de componentes químicos que luchan contra las principales plagas por otros compuestos sostenibles y no perjudiciales para el medio ambiente y sus especies. De igual manera que otro de los métodos impulsados pasa por ofrecer a productores y bodegueros un análisis detallado de sus parcelas, con la intención de ver cuáles son sus carencias nutricionales y así poder elaborar recomendaciones a medida para cada una de ellas, tanto a la hora de abordar el problema de las plagas como el tema del regadío.

Sin embargo, lo más efectivo a la hora de intentar reducir al máximo las consecuencias del calentamiento global, como reconocen los expertos, es minimizar todo lo posible la propagación de dióxido de carbono a la atmósfera, algo en lo que el sector vitivinícola puede echar un cable. “Para reducir esas emisiones promovemos una gestión smart del viñedo, reduciendo el uso de tractores o fertilizantes contaminantes, unos productos que dejan una huella ambiental potente”, continua De Lamo.

Estos son los frentes más obvios que pueden atacarse, pero como añade este experto, hay otros que suelen pasar más inadvertidos y que también tienen que ver con la propia cultura que gira en torno al mundo del vino. “Estamos impulsando un cambio en el concepto de la botella, intentando reducir el peso del vidrio”, explica. Y es que, fruto de la cultura o la costumbre, el consumidor tiene la concepción errónea de que una botella, cuanto más pese, mayor calidad guarda dentro. “Fabricar el vidrio necesita de un gasto enorme de energía. Además, suele elaborarse muy lejos de las bodegas, por lo que la huella ambiental del transporte también es fuerte. El sector contaminaría mucho menos si cambiase esto”, añade De Lamo, que cifra en un 95% el peso que tiene todo el proceso del vidrio en la contaminación total de todo el sector.

Otras de las ideas que la industria maneja son la adaptación de los regadíos a los periodos de temperatura extremos, la utilización de mallas y redes antigranizo, el traslado de los viñedos a zonas menos hostiles o la apuesta por variedades mucho más resistentes a un clima adverso. “Es una situación que cada vez preocupa más en el sector, porque las consecuencias pueden ser muy duras”, agrega Mario de la Fuente.

Sobre la firma

Pablo Sempere
Es redactor en la sección de Economía de CINCO DÍAS y EL PAÍS y está especializado en Hacienda. Escribe habitualmente de fiscalidad, finanzas públicas y financiación autonómica. Es graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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