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El núcleo duro de la UE cierra filas para intentar salvar a Merkel de los efectos retardados de la crisis europea

Francia, España y Grecia lideran el grupo de países dispuestos a albergar centros de confinamiento de emigrantes para aliviar la presión sobre Alemania e Italia Italia bloquea las primeras conclusiones de la cumbre a la espera del resultado sobre emigración

La canciller alemana, Angela Merkel, rodeada por el presidente francés, Emmanuel Macron, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. EFE/Olivier Hoslet
La canciller alemana, Angela Merkel, rodeada por el presidente francés, Emmanuel Macron, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. EFE/Olivier Hoslet

La cumbre europea que ha arrancado este jueves en Bruselas es una llamarada sobre una balsa de aceite, con la canciller Angela Merkel en peligro de caer abrasada por los inesperados coletazos de una década de debacle europea.

La canciller alemana se encuentra en una situación tan delicada que algunos de los principales socios europeos, con Francia y España entre ellos, han llegado a la capital comunitaria dispuestos a proteger la estabilidad del gobierno en Berlín. Incluso la Grecia de Alexis Tsipras, otrora la bestia negra de Berlín, se ha mostrado dispuesta a echar una mano a la canciller.

El gobierno italiano, en cambio, ha tensado la cumbre impidiendo la aprobación de las primeras e inocuas conclusiones sobre seguridad, empleo y ampliación. El primer ministro Giuseppe Conte se reserva su visto bueno hasta comprobar el resultado de la negociación sobre migración, que puede prolongarse hasta bien entrada la noche del jueves.

A falta de una solución europea, la cumbre espera abrir el camino hacia acuerdos bilaterales para repartir voluntariamente los emigrantes que han entrado por Italia pero han seguido camino hacia Alemania.

El objetivo, según la propuesta anunciada por el presidente francés, Emmanuel Macron sería crear centros de gestión y confinanción de emigrantes sin derecho al asilo, para organizar su repatriación. Además de Italia y Malta, donde han desembarcado la mayor parte de los irregulares, al menos Francia, España y Grecia se muestran en principio a contar con uno de esos centros.

España ya aceptó la acogida de los emigrantes rescatados por el barco Aquarius. Y hasta ocho países (Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Portugal, Irlanda, Luxemburgo y Malta) se han repartido los emigrantes a bordos de otro barco. Un núcleo duro que, al menos algunos de ellos, está dispuesto a colaborar con Alemania en la gestión del flujo de emigrantes y en el reparto de los que ya se encuentran en territorio comunitario.

"Debemos ser solidarios con otros países, en particular con Alemania, que está viviendo una crisis política", ha proclamado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras aterrizar en Bruselas para su estreno en un Consejo Europeo.

El presidente francés, Emmanuel Macron, se ha puesto al frente de ese núcleo duro que pretende evitar la caída de Merkel, amenazada por sus propios aliados, los conservadores bávaros de la CSU, que le exigen un blindaje de las fronteras europeas. "No podemos dejar que Baviera decida el futuro de Europa", resumió el primer ministro luxemburgués, el liberal Xavier Bettel.

Macron se ha reunido minutos antes del comienzo de la cumbre con los líderes del llamado grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República checa y Eslovaquia) para limar asperezas con el bloque de países que comparte las tesis de la CSU y que se han rebelado contra la política de asilo impulsada por la canciller, basada en el reparto obligatorio de refugiados entre los países de la UE.

Merkel no muestra arrepentimiento. Y en su intervención previa a la cumbre ante el Parlamento alemán, la canciller ha defendido su decisión de acoger en 2015 a más de un millón de refugiados sirios.

Pero al llegar a Bruselas ha reconocido que su intención no es repetir aquella experiencia sino aplicar en el Mediterráneo el mismo cerrojazo que frenó en Turquía el éxodo sirio. Es decir, acuerdos con los países del Magreb para que acepten el retorno de los emigrantes que sean interceptados en altamar. "Podemos hablar de plataformas de desembarco en los países del norte de África, por ejemplo", ha señalado Merkel a su llegada a la cumbre.

La propuesta de las plataformas de desembarco surgió hace poco más de dos semanas desde las posiciones más extremas del club y fue acogida con escándalo por parte de la opinión pública. Pero en muy poco tiempo fue asumida no solo por los Viktor Orbán de la UE sino también por los gobiernos más centrados. "La primera vez que oí la propuesta de las plataformas en serio fue a un danés", recuerda ahora, no sin amarga ironía, una fuente diplomática.

La zona euro vive su mejor momento económico en 10 años y la llegada de emigrantes irregulares ha caído un 96%, pero la resaca de una década de crisis golpea a Merkel y a la UE

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, no ha dudado en recoger la idea y plasmarla en el borrador de conclusiones que la cumbre espera aprobar este viernes. "El Consejo Europeo apoya el desarrollo del concepto de plataformas regionales de desembarco en estrecha cooperación con países terceros", señala el proyecto de conclusiones. El objetivo, añade el texto, es "quebrar de manera definitiva el modelo de negocio de los traficantes y evitar así la trágica pérdida de vidas humanas".

Fuentes del Gobierno español no ocultan sus reticencias a la idea de mandar de vuelta a África a los barcos como el Aquarius. Las mismas dudas alberga el gobierno francés. Pero ambas delegaciones se muestran dispuestas a debatir la propuesta en aras de buscar una solución a la crisis política que amenaza la estabilidad del gobierno alemán y de toda la Unión Europea.

En Bruselas se quita hierro al plan. Y se confía en que el mero anuncio de la política de retorno frene la salida desde las costas libias o marroquíes. "Ya pasó con el acuerdo con Turquía en 2015 y en tres años apenas ha habido que devolver unos 2.000 emigrantes", señalan fuentes comunitarias.

Tusk advierte, además, a los países reticentes. "Algunos pueden pensar que mis propuestas sobre migración son duras", ha señalado el presidente del Consejo. "Pero créanme. Si no se aprueban, entonces verán propuestas verdaderamente duras que llegarán de tipos verdaderamente duros", ha pronosticado Tusk a  la vista de un Consejo Europeo donde la extrema derecha, el nacionalismo xenófobo o el populismo forma parte de numerosos gobiernos (Italia, Austria, Bélgica, Polonia, Hungría, Finlandia, Dinamarca...)

"Haremos lo que pide de verdad la gente: no permitir la entrada de más emigrantes en la UE y mandar de vuelta a los que ya han entrado", ha señalado el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, al comienzo de la cumbre. "Estamos ante una invasión", ha asegurado el húngaro.

Esta corriente extrema creció durante la crisis pero ha cristalizado cuando el terreno parecía más calmado que nunca. La economía de la zona euro disfruta su mejor momento en 10 años y las llegadas de emigrantes irregulares han caído un 96% respecto a 2015.

Pero los efectos retardados de las sucesivas crisis europeas han estallado en las últimas semanas. Y amenazan con arrasar la aparente calma del continente y llevarse por delante el gobierno de Angela Merkel, último vestigio de una década de debacle que deja a la UE por primera vez con un miembro menos (Reino Unido) y con tremendas divisiones entre los socios que se quedan.

Merkel lideró la gestión de la crisis de la zona euro y alentó la coalición de países del norte que impusieron soluciones punitivas y escarmientos a los socios que sufrieron el baqueteo de los mercados. Esos aliados dan ahora la espalda a la canciller y se niegan a secundar las propuestas de fortalecimiento de la zona euro que ha pactado con Macron y que presentará este viernes a la cumbre.

En la crisis de migración, Merkel también lideró la fallida solución de reparto obligatorio de refugiados. La CE, rebufo de Berlín, llegó a proponer multas de hasta 250.000 euros por cada refugiado que los países de Europa central y del Este se negaran a aceptar. Las amenazas enconaron más los ánimos y la política de asilo se estrelló contra un frente encabezado por Hungría y Polonia.

Hoy, Merkel se enfrenta al acoso de sus antiguos aliados y a sus nuevos enemigos. Una peligrosa cosecha de su liderazgo europeo, marcado por la división entre acreedores y deudores, entre norte y sur, entre este y oeste. Y parece que solo puede salvarla la alianza de los países que temen que su caída arrastre a la Unión Europea.

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