Trump vuelve a Europa en pie de guerra contra Merkel
El acoso de EE UU contra Alemania pone en peligro la cumbre de Hamburgo La reunión del 7 y 8 de julio puede marcar el principio del fin del G-20
La canciller alemana, Angela Merkel, al borde de las lágrimas tras una agria discusión con el presidente de EE UU en una dramática reunión del G20. Parece una premonición sobre la cumbre de las principales economías del planeta que se celebra este viernes y sábado en Hamburgo, con presencia, por primera vez, de Donald Trump. Pero no.
Los ojos de Merkel se empañaron en 2011, en Niza, tras una bronca con Barack Obama a cuento de la incapacidad de Berlín para resolver la crisis griega. Fue el punto más bajo de la relación entre Obama y Merkel, luego recompuesta.
Aquella dolorosa escena (evocada por el periodista francés Arnaud Leparmentier en su libro sobre la crisis del euro) parece un dulce recuerdo en comparación con los ataques frontales de Trump contra Alemania, unas arremetidas que pueden amargarle a Merkel otra cumbre del G20.
Merkel ejercerá de presidenta y anfitriona en su ciudad natal. Pero la cita del 7 y 8 de julio no se presta a florituras diplomáticas porque llega marcada por un grave deterioro de las relaciones entre Berlín y Washington.
Alemania, que asumió la presidencia del G20 en diciembre de 2016, confiaba en que la cumbre de Hamburgo reafirmaría la apuesta por el libre comercio, la lucha contra el cambio climático o la regulación financiera.
La irrupción de Trump, sin embargo, ha trastocado la escena mundial hasta tal punto que algunos analistas, como Hugh Jorgensen, creen que Hamburgo podría marcar el principio del fin del G20, un foro impulsado a raíz de la crisis financiera de 2008.
El Gobierno alemán apura las horas para evitar el desastre. Este martes estaba prevista la última reunión preparatoria de los expertos de cada país (los llamados sherpas) para intentar acercar posiciones. Y el portavoz de Merkel reconocía el lunes que “sin entrar en demasiados detalles, puedo decir que todavía hay cuestiones muy difíciles pendientes”.
Berlín también sopesa la posibilidad de un encuentro previo a la cumbre del viernes entre Merkel y Trump para limar aristas y evitar que el G20 descarrile definitivamente. Pero el resultado de la bilateral, si llega a producirse, es tan imprevisible como el multimillonario presidente.
Por desgracia para Merkel, además de imprevisible, Trump se muestra contumaz. Desde su llegada a la Casa Blanca hace cinco meses, el presidente no ha parado de fustigar a Alemania. Y lo ha hecho con tal dureza que algunas fuentes llegan a describir como “acoso” la actitud de Washington hacia la canciller alemana.
Alemania se ha convertido en la víctima europea de una Administración estadounidense que cuestiona abiertamente el orden internacional de los últimos 60 años. Y los continuos ataques contra Berlín socavan a la potencia sobre la que gira la Unión Europea desde hace una década y ponen en peligro la estabilidad de todo el club.
La escalada de tensión ha ido a más desde el primer encuentro en la Casa Blanca el pasado mes de marzo, cuando Trump ni siquiera llegó a estrechar la mano de Merkel en público.
Dos meses después, durante su primera gira europea, Trump aprovechó el momento más solemne de la inauguración de la nueva sede de la OTAN en Bruselas para echar en cara a los aliados europeos su escaso gasto en defensa, un reproche fundamentalmente dirigido a Berlín. Y en la misma gira, arremetió contra Alemania a puerta cerrada. “Los alemanes son malos, muy malos. ¿Han visto los millones de coches que venden en EE UU? Es terrible. Tenemos que pararlo”, habría afirmado el presidente estadounidense según el relato de fuentes comunitarias recogido por la revista alemana Spiegel.
Pero más allá de las quejas por el superávit comercial y la falta de gasto en armamento, la inquina de Washington hacia Berlín se perfila como una estrategia para mover el tablero europeo bajo los pies de su pieza principal.
En su segunda visita a Europa, que se inicia esta noche, Trump dejará claras sus intenciones con una primera escala en Varsovia, donde la llegada del presidente de EE UU se interpreta como una señal de apoyo ante el creciente conflicto con Bruselas por la presunta deriva antidemocrática del gobierno polaco.
En Varsovia, además, Trump se reunirá con los líderes de los países de Europa central y del Este, muchos de ellos disgustados por el diktat alemán dentro de la UE y temerosos de que Berlín se desentienda de ellos para congraciarse con Moscú.
Las intenciones de Washington de colocar una cuña que agrave la división de la UE entre este y oeste quedaron claras en junio. El Senado de EE UU aprobó ese día un proyecto de ley sobre las sanciones a Rusia que amenaza con represalias a las compañías (casualmente europeas) que colaboren en la construcción del gasoducto Nordstream 2, el proyecto de 9.500 millones de euros con el que la rusa Gazprom espera multiplicar sus exportaciones de gas hacia Alemania. Se trata, casualmente, de un proyecto ansiado por Berlín y odiado por varios socios de la UE, con Polonia al frente.
Los ministros de Exteriores de Alemania y Austria respondieron a la votación del Senado con un comunicado iracundo, en el que acusan a EE UU de poner en peligro la unidad del bloque occidental en el castigo a Moscú por la invasión de Crimea 2014. Pero la indignación de Berlín se debe, sobre todo, a la interferencia de Washington en su conflicto energético con los socios del Este.
La estrategia de Trump ha logrado que Merkel pierda los nervios. Y el habitual aplomo de la canciller empieza a resquebrajarse como en aquella noche de Cannes en 2011.
En un gesto muy poco habitual, la canciller invitó la semana pasada a Berlín a los primeros ministros de los países europeos del G20 Francia, Italia y Reino Unido), al invitado permanente (España) y a los invitados a la cita de Hamburgo (Holanda y Noruega). Objetivo: pactar una posición común europea que no deje a Merkel sola en caso de que Trump dinamite la cumbre de Hamburgo.
Los europeos buscan también ayuda en otras partes del planeta y quieren sellar cuanto antes un acuerdo de libre comercio con Japón que, junto al de Canadá (firmado a principios de año), muestre que la globalización no se para.
Pero lejos de aceptar proclamas contra el proteccionismo, Trump llega a Alemania con la amenaza de desencadenar una guerra comercial en el sector siderúrgico. Washington estudia invocar una vieja norma de seguridad nacional, ligada a la guerra fría, para frenar la entrada en el país de importaciones de acero. La medida pretende blindar al sector siderúrgico estadounidense frente a China, que produce la mitad del acero mundial. Pero, curiosamente, la decisión golpearía violentamente a la industria alemana y europea.