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¿Cómo se crea la sociedad del conocimiento?

Avanzar hacia una economía basada en la especialización exige revolucionar la educación La economía del siglo XXI se define mejor como la de servicios o de baja captación

Klimkin (Pixabay)

En las dos primeras décadas del siglo XXI, responsables políticos desde Singapur hasta el Golfo Pérsico, y en toda Europa, han marcado como prioridad la transición hacia una economía basada en el conocimiento. La idea de base es bastante simple; ya que la importancia económica relativa de la agricultura, la industria pesada y la fabril se ha ido reduciendo, es necesario reemplazarlas por actividades con mayor valor añadido, como son las tecnologías de la información, la sanidad y los servicios financieros, áreas que requieren conocimientos más especializados. El ejemplo que los responsables públicos están tratando de emular es Silicon Valley, California, donde un conglomerado de universidades, laboratorios de investigación, empresas de alta tecnología y empresas de capital riesgo están dando origen a las innovaciones e invenciones que definen nuestra época. No resulta sorprendente que la educación, en particular la educación superior, sea vista quizá como el factor más crítico. Es razonable que una economía del conocimiento requiera trabajadores del conocimiento y, por tanto, dota de lógica al crecimiento exponencial en las matriculaciones en universidades que estamos presenciando por todo el mundo.

En muchos sentidos, la transición global a una economía del conocimiento sigue siendo un éxito. Se ha creado mucha riqueza y se ha mejorado considerablemente el bienestar en todo el mundo. Pero en muchos otros aspectos, esta transición hacia la economía del conocimiento ha sido extraordinariamente disruptiva. La riqueza creada por la economía del conocimiento ha sido distribuida desigualmente, beneficiando desproporcionadamente a solo un 1% de la población. Como resultado, en muchos países desarrollados, la disparidad en la riqueza se ha elevado a niveles que rememoran a la situación de finales del siglo XIX. Como ejemplo, según datos del índice de GINI, la distribución de la riqueza en los Estados Unidos es ahora más desigual que en India, Rusia o Indonesia. Las razones de esto son dobles.

En primer lugar, participar en la economía del conocimiento requiere de una inversión significativa en el tipo de educación adecuada. Mientras que un grado universitario, como norma general, supone un pasaporte hacia la prosperidad, los costes de la educación superior han sobrepasado los de casi todas las demás actividades. Además hay una divergencia destacable en el retorno esperado de la inversión en función de la disciplina estudiada –los grados en ingeniería y ciencia rinden más que los grados en ciencias sociales, artes y humanidades–, y de la institución que otorga los títulos; a pesar de su elevado precio, los títulos de las universidades de la Ivy League ofrecen más posibilidades que otras instituciones menos reputadas. Además, se evidencia una inflación de títulos en el mercado de trabajo que se refleja en un mayor número de puestos de nivel de entrada, en los que ahora se requiere una educación superior de cuatro años como mínimo. Así que no solo la educación es cada vez más cara, sino que también es imprescindible para asegurarse un empleo lucrativo. El claro resultado de todo esto es que el grado correcto en la institución correcta se convierte de nuevo en el privilegio de unos pocos frente al inherente derecho de todos.

En segundo lugar, en términos relativos, la economía del conocimiento no oferta tantos empleos como la vieja economía industrial. Por ejemplo, hoy en día una de las empresas con más valor a nivel mundial, de acuerdo a la capitalización bursátil, es Apple Inc, que da trabajo de forma directa a aproximadamente 100.000 personas en todo el mundo. Como contraste, General Motors, que encabezaba de forma regular la lista Fortune 500 en las décadas de los 50, 60, 70 y 80, llegó a emplear directamente en pleno apogeo en 1979 a más de 850.000 personas a nivel global. De hecho, según el número absoluto de empleos, la economía del siglo XXI se describe mejor no como la economía del conocimiento, sino más bien como la economía de servicios, de baja capacitación, con empresas como Walmart y McDonald’s que con frecuencia aparecen en las listas de los empleadores más grandes del mundo.

Lamentablemente, existe una posibilidad muy real de que en un futuro próximo, la automatización y el desarrollo de la inteligencia artificial solo servirán para exacerbar las tendencias mencionadas anteriormente. De hecho, algunos observadores creen que en un futuro no muy lejano, la gran mayoría de los adultos no necesitarán trabajar o no podrán trabajar porque las máquinas inteligentes superarán a los humanos en casi cualquier tarea. Así que si este es el futuro que nos espera, ¿tiene aún sentido afanarse en crear economías del conocimiento?

La respuesta es, casi con total seguridad, sí. Efectivamente, necesitamos ir más allá de la economía del conocimiento y pensar en cómo crear la sociedad del conocimiento. ¿En qué se diferencia la sociedad del conocimiento de la economía del conocimiento? Como hemos visto, el conocimiento es el principal motor en la creación de riqueza en la economía del conocimiento. Sus efectos en la mayoría de las personas son indirectos y tienen lugar a través de la creación de nuevos bienes y servicios. La sociedad del conocimiento llevaría este concepto varios pasos más allá. En ese modelo de sociedad, el conocimiento sería percibido como intrínsecamente provechoso, un bien para el consumidor final y un símbolo de estatus. La gente se involucraría tanto como productor como consumidor de conocimiento, de la misma manera que hoy en día participan en la producción y en el consumo de bienes y servicios. ¿Cómo llegamos allí?

Para comenzar, la sociedad del conocimiento duplicaría la educación de calidad, que comenzaría desde la cuna. Cada vez hay más evidencias científicas de que el apoyo a niños muy pequeños así como a sus madres, en entornos desfavorecidos, puede tener un impacto significativo en el desarrollo cognitivo. Esto puede de alguna manera equilibrar las oportunidades cuando esos niños alcancen la edad de ir al colegio.

Los sistemas de educación K-12 podrían librarse de la tiranía de las disciplinas académicas y reorientarse hacia el desarrollo de habilidades esenciales, como la lógica y el razonamiento, la comunicación (verbal y escrita) y las matemáticas, dando énfasis a la computación, la probabilidad y la estadística. Los currículos serían interdisciplinares y estarían estructurados en torno a la exploración de grandes ideas sobre el universo físico y el lugar de la humanidad en él. El aprendizaje académico se complementaría, de forma continua, con actividades físicas y artísticas, no solo porque estas actividades son valiosas por sí mismas, sino también porque cada vez hay más pruebas de que mejoran el aprendizaje en general. Los valores de la Ilustración, la ciudadanía y la ética, también serían integrados en el aprendizaje curricular y extracurricular. Todo esto probablemente requeriría de un aumento del horario escolar y haría que los colegios comiencen a parecerse a los centros educativos de élite tanto en la extensión como en la estructura de una jornada normal. Un objetivo clave de la educación debería ser convertir a los jóvenes en aprendices autosuficientes durante toda la vida. En este sentido, la industria de la educación superior se transformaría en la industria del aprendizaje permanente. Centros de educación superior y universidades utilizarían la tecnología y crearían oportunidades de aprendizaje flexibles y modulares, que podrían extenderse a lo largo de toda la vida adulta, reduciendo así el coste unitario de la educación superior al ponerla al alcance de muchas más personas que en la actualidad.

Finalmente, a pesar de que se espera que la educación desempeñe un papel central, la creación de la sociedad del conocimiento solo estará completa si establecemos nuevos modelos económicos abiertos que valoren y recompensen adecuadamente el acto de creación del conocimiento. Dos avances relativamente recientes en tecnología de la información ofrecen una idea de cómo podría llevarse a cabo esto.

La primera es la tecnología de cadena de bloques –blockchain– detrás de la moneda virtual bitcoin. Resulta particularmente interesante que, incrustada dentro de la tecnología, existe la posibilidad de crear nuevo dinero resolviendo problemas matemáticos, lo que se conoce como minería bitcoin.

El propósito de la minería bitcoin es proteger la integridad del sistema mediante la colectivización del proceso de verificación para transacciones, y la creación de nuevos bloques para los mineros bitcoin: personas y organizaciones que se dedican a hacer esto. Los nuevos bitcoins son emitidos como recompensa al primer minero que resuelve correctamente el problema. Si bien el sistema no es perfecto, ni su éxito está garantizado, sirve como ejemplo interesante de la transformación directa del nuevo conocimiento en riqueza.

La segunda tecnología se encuentra en el cruce entre el crowdsourcing y la gamificación, el uso de juegos con fines educativos y de investigación. Foldit, creado hace unos diez años en la Universidad George Washington, trataba de ser una fuente de investigación sobre el plegado de las proteínas a través de un videojuego. A lo largo de la última década, Foldit ha contado con la participación de cientos de miles de jugadores. Más importante aún, la mayoría de los jugadores no tenían formación científica, y sin embargo se han hecho contribuciones significativas a la investigación sobre el plegado de las proteínas. A pesar de que las contribuciones de estos jugadores-científicos eran totalmente altruistas, no es difícil imaginar modelos que proporcionen compensación monetaria.

Además, como videojuego, Foldit es bastante básico y simple. Imaginen lo que podría lograrse con la realidad virtual. Juegos multijugador masivos en línea, construidos en realidad virtual, podrían ayudar a simular escenarios complejos que ayudarían a liberar nuevos conocimientos, fundamentalmente en ciencias sociales y del comportamiento. De nuevo, la gente podría ser recompensada por participar en estos juegos, especialmente si estos están orientados a resolver o mitigar complejos retos sociales como el mejor enfoque para aliviar la pobreza o la forma más efectiva de detener la propagación de enfermedades infecciosas, o cómo evitar la próxima crisis financiera.

La búsqueda del conocimiento y el criterio es una cualidad esencialmente humana que nos permitió salir de la sabana africana y convertirnos en la especie dominante en la Tierra. Crear la sociedad del conocimiento es el siguiente paso lógico en la evolución de nuestra civilización.

Stavros N. Yiannouka es CEO de la Cumbre Mundial para la Innovación en Educación (WISE por sus siglas en inglés)

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