Los franceses eligen al presidente que marcará el rumbo de Europa
La nación llega a las urnas sumida en su perenne sensación de declive
La cuenta atrás hacia la nueva Francia empezará a las ocho de la mañana del domingo, cuando abran los colegios electorales para las décimas elecciones presidenciales celebradas desde el nacimiento de la V República en 1959.
Francia llega a las urnas sumida en su perenne sensación de declive. Pero con el agravante, esta vez, de una crisis de seguridad (el país se encuentra en estado de emergencia desde noviembre de 2015) y unos datos económicos que ponen en duda la fortaleza de la segunda economía de la zona euro y la sexta del planeta.
“El país no se ha recuperado del todo de la crisis financiera y económica de 2008”, apuntan desde la fundación Bertelsmann. Con casi tres millones de sesempleados, la tasa de paro se resiste a bajar del 10% (según el último dato de Eurostat, correspondiente al mes de enero), ligeramente por encima de la media de la zona euro y casi tres puntos por encima de la tasa francesa antes de la crisis. Y la tasa de paro juvenil (menores de 25 años) se sitúa en el 23,6%.
Las cifras pueden resultar poco alarmantes vistas desde España, Portugal o Grecia. Pero para la opinión pública francesa son el síntoma y confirmación de que el país ha perdido pie. Y que ha pasado de competir con Alemania a quedarse junto al furgón de cola de la periferia de la zona euro.
Hasta el nacimiento del euro, Francia se codeaba con Alemania en términos de PIB per cápita, con un 116% y un 120% de la media europea respectivamente en 2002. Sólo cuatro puntos de diferencia. Tras 15 años de compartir moneda, banco central y tipos de interés, la brecha se ha cuadriplicado. Alemania se ha ido al 124% y Francia ha caído al 106%.
Los sondeos otorgan casi un 45% de los votos a candidatos que defienden la salida de Francia de la zona euro
Países como España (90% de la media) han sufrido un distanciamiento aún mayor y ya están a 34 puntos de Alemania. Pero en el país de Hollande, el estancamiento económico coincide además con una inquietante crisis de identidad y del modelo de convivencia de la sociedad francesa desde la Revolución burguesa de hace más de 200 años.
“El principio de la égalité, por el que todo el mundo tiene derecho a un mismo trato con independencia de su origen o religión, ha perdido su capacidad para mantener al país cohesionado”, concluyen los analistas de Bertelsmann. Y la pérdida de esa argamasa puede resultar muy peligrosa en un país donde el 30% de la población no es de origen francés.
Las turbulencias sociales y económicas han debilitado la ya de por sí escasa vocación europeísta de la población francesa.
El país ha formado parte de todos los procesos de integración puestos en marcha tras la II Guerra Mundial, desde la Comunidad Europea del Carbón y del Acero hasta el acuerdo de fronteras de Schengen o la zona euro. Pero su adhesión al proyecto europeo no ha suscitado entusiasmo sino resignación ante el inevitable sino geográfico e histórico que impone la vecindad de Alemania.
El diseño inicial de la UE, hecho a la medida de París, no inquietó demasiado. Francia era la potencia militar y diplomática incuestionable, París y Berlín tenían el mismo derecho de voto y el presupuesto comunitario se dedicaba casi en exclusiva a financiar una Política Agrícola Común (PAC). Una partida pensada en gran parte para al campo galo, hasta el punto, de que se llegó a calificar a esa partida como una reparación de guerra encubierta.
Pero la Unión del siglo XXI “no tiene nada que ver con aquel proyecto de unos varones cincuentones y católicos traumatizados por la guerra”, reconoce un veterano alto cargo comunitario.
Francia se resiste desde hace años a la evolución de un club que ya no domina y que no se adapta como un guante a sus intereses económicos y políticos. En 2005, abortó por referéndum el proyecto de Constitución europea. Y en 1992, el euro se salvó sólo por la mínima en una reñidísima consulta que aprobó el Tratado de Maastricht sólo por 500.000 votos de diferencia.
Desde entonces las opciones antieuropeas no han dejado de ganar predicamento electoral. “Los sondeos indican que los candidatos que piensan que Francia debería o podría salir de l euro, como Le Pen y Melenchon, cuentan con el apoyo del 45% del electorado”, lamentaba esta semana el comisario europeo de Economía, el socialista francés Pierre Moscovici.
Moscovici achaca el ascenso del populismo a la divergencia económica provocada por el euro
Frente a la pujanza del frexit, el partido de Moscovici, ahora en el poder, podría despeñarse hasta el quinto puesto, con sólo un 7% de los votos para su candidato Benoît Hamon.
Moscovici, aunque es una de las máximas autoridades de la zona a euro, achaca a la unión monetaria la estampida del electorado hacia posiciones contrarias a Bruselas. “Los ciudadanos y las empresas”, señalaba el comisario este jueves, “ reconocen las ventajas de la moneda única para viajar o hacer negocios transfronterizos (...) pero, al mismo tiempo, los ciudadanos están decepcionados porque el euro no ha supuesto un impulso para su bienestar”.
Moscovici se muestra convencido de que ha surgido “una zona euro a dos velocidades”. Y advierte de que “revertir la divergencia socioeconómica dentro de la zona euro es el requisito previo para garantizar la sostenibilidad de la moneda única y frenar el ascenso del populismo”.
Populistas o no, las fuerzas alternativas de derecha e izquierda han transformado las presidenciales de 2017 en una partida a cuatro bandas de imprevisibles resultados. La tasa de participación podría resultar decisiva, como ya ocurrió en 2002. Entonces, cayó hasta el 71,6%, la cota más baja en una primera vuelta desde 1965. Esa caída, y la escasa popularidad de los dos candidatos de la época a derecha (Jacques Chirac) e izquierda (Lionel Jospin) permitió a Jean-Marie Le Pen, padre de Marine Le Pen y fundador del Frente Nacional, pasar a la segunda vuelta a expensas del aspirante socialista.
Las alarmas saltaron entonces y derecha e izquierda se movilizaron para barrer a Le Pen en la segunda vuelta, con un apoyo del 82,2% a Jacques Chirac, la victoria más abultada de un presidente de la V República. Le Pen padre ya nunca volvió a recuperar su popularidad.
Pero en 2012, su hija llevó al Frente Nacional hasta una tercera posición, con casi el 18% de los votos, una cifra superior incluso a la de su padre una década antes.
Le Pen hija continuó su ascenso en 2014. El Frente Nacional ganó las elecciones al Parlamento Europeo de ese año, con un 25% del voto y 20 escaños, aunque con una tasa de participación relativamente más baja (60,7%), que siempre juega a su favor.
Le Pen llega ahora a su primera gran prueba de fuego, con los sondeos otorgándole claramente la posibilidad de pasar a la segunda vuelta de las presidenciales. La líder del Frente Nacional llega arropada por los vientos populistas y antieuropeos que soplan tanto en EE UU como en Reino Unido tras las victorias de Donald Trump y del brexit. Le Pen no duda, además, en explotar la tremenda sacudida del terrorismo yihadista, que en solo dos años y medio se ha cobrado 239 vidas en suelo francés.
Aun así, la mayoría de los analistas y de los bancos de inversión apuestan en contra de una victoria de la ultraderecha, aunque reconocen que el empate a cuatro a sólo unas horas de la apertura de las urnas genera una incertidumbre sin precedentes sobre el resultado.
La historia juega a favor de François Fillon, porque los candidatos del partido conservador (ahora llamados Les Republicains) siempre han pasado a la segunda vuelta y se han impuesto en todas las ocasiones salvo en las dos victorias del socialista François Mitterand y la del ahora presidente saliente, François Hollande.
Pero los electorados se muestran proclives últimamente a romper con la tradición, una tendencia que abre una posibilidad para los candidatos de corrientes consideradas hasta ahora minoritarias, como la ultraderecha de Le Pen o la ultraizquierda de Melenchon.
La polarización de los electorados podría también abrir una tercera vía que llevaría al Elíseo a Emmanuel Macron, el candidato liberal surgido de las agonizantes filas socialistas.
Ninguna de esas tres alternativas (Le Pen, Melenchon, Macron) parece haber seducido del todo al electorado. Y si las dudas se mantienen, las elecciones más reñidas de la historia podrían acabar, paradójicamente, en el resultado más repetido en los últimos 60 años: una victoria de la derecha tradicional representada por Fillon.
La criba de este domingo pondrá fin a la carrera electoral de dos los cuatro principales candidatos al Elíseo. Esa es la única certidumbre de una primera vuelta de unas elecciones presidenciales francesas que mantienen en vilo a todo del continente. El resto son incógnitas que aún faltan por despejar y cuya resolución marcará el futuro de Francia, de la zona euro y de toda la UE.
Europa espera el veredicto de 47 millones de franceses para saber si en uno de los socios imprescindibles de la Unión arraigan las fuerzas partidarias del frexit o se impone la voluntad de refundar el proyecto europeo junto a Berlín. Aunque tampoco cabe descartar un status quo que condene a la UE a su parálisis actual.