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Europa marcha atrás a varias velocidades

Salto federal, Europa a varias velocidades o renacionalización de competencias. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, tiene previsto colocar a los Gobiernos europeos ante un trilema sobre el futuro de una Unión Europea que en marzo cumple 60 años más desorientada y pesimista que nunca. Juncker defiende una Europa a varias velocidades, aunque corre el riesgo de que sea marcha atrás.

La UE celebrará el 25 de marzo en Roma el 60 aniversario de su nacimiento. Para la mayoría de los líderes europeos en activo se trata de una efeméride de carácter simbólico que, con la coyuntura electoral actual, sólo se presta a discursos rimbombantes y emocionados sobre la paz y la prosperidad del Viejo Continente. Pero Juncker parece dispuesto a aprovechar la cita para obligar a los 28 gobiernos de la UE (o más bien 27 sin contar al británico) a pronunciarse sobre el futuro de un club herido por la primera escisión de su historia.

Juncker considera que la Unión se encuentra en una encrucijada histórica ante la que resulta imprescindible que los presidentes de Gobierno se pronuncien con claridad sobre el camino a seguir. Para el presidente de la Comisión, aparte de un status quo que supondría la muerte por inanición política, la UE sólo tiene un puñado de alternativas, que se propone plantear en un Libro Blanco que publicará la semana que viene.

La primera vía, siempre soñada por los euroentusiastas, apuntaría hacia un salto cuasi-federal, con una integración mucho más profunda en áreas económicas, presupuestarias, de seguridad o de política social. Esa vía, sin embargo, parece cegada y sólo algunos socios, como Bélgica o Luxemburgo, siguen dispuestos a explorarla.

En el extremo opuesto se encuentran los países partidarios de renacionalizar competencias, para que "Bruselas" deje de inmiscuirse en asuntos nacionales. En ese frente militan desde países fundadores como Holanda a socios llegados mucho más tarde, como Polonia o Hungría. Juncker es consciente de que existe esa demanda, pero no se muestra dispuesto a secundarla.

El presidente de la Comisión se decanta por una vía intermedia, que apunta a una Europa menos activa, como defienden los "renacionalizadores", pero también más integrada en algunas áreas. La cuadratura del círculo se resuelve, a juicio de Juncker, con una integración a la carta o a varias velocidades, lo que permitiría una Europa de círculos concéntricos, con unos países más integrados que otros en función de las áreas.

La propuesta de Juncker coincide con la tesis de la canciller alemana, Angela Merkel, que desea una Europa de la defensa, de la energía y del mercado digital cuanto antes. Pero ni siquiera el importante respaldo de Berlín garantiza su éxito.

La primera dificultad estriba en encontrar las áreas de concordia. Países como Alemania o Francia desean una Europa de la defensa que les permita mutualizar el gasto en ese capítulo y al mismo tiempo redunde en beneficio de sus industrias armamentística, aeroespacial y tecnológica. Pero los países más pequeños temen convertirse en meros paganos y los del Este desconfían de cualquier alternativa que menoscabe la OTAN.

Otros socios prefieren avanzar en una Europa más integrada social y económicamente, con un presupuesto federal, con un salario mínimo europeo y un seguro común de desempleo, en línea con lo defendido por el Parlamento Europeo. Esos avances, sin embargo, asustan a los países más ricos, que temen un trasvase financiero a los de menor renta.

La política de asilo podría ser otro área de integración a la carta, para compartir los costes de una crisis migratoria como la ocurrida en 2015. Pero Berlín insiste en que esa política se implante en el conjunto de la UE, para que todos los socios se comprometan a asumir su parte.

Si encontrar un terremo común para avanzar será difícil, más complicado aún será reclutar a los países dispuestos a sumarse. En la mayoría de los países el capital europeísta escasea y casi ningún Gobierno parece dispuesto a jugarse las elecciones con una apuesta que suponga un trasvase de soberanía hacia instituciones supranacionales.

La posibilidad de avanzar a varias velocidades existe desde hace años, pero apenas se ha utilizado. Y en la actualidad, cualquier avanzadilla tendría muy difícil sumar los socios necesarios. Los partidos euroescétpicos captan casi una cuarta parte del electorado incluso en países fundadores de la UE como Francia, Italia u Holanda. Y entre los socios más poblados, sólo España y, en parte, Alemania, cuentan todavía con una opinión pública favorable a la integración.

El Libro Blanco de Juncker abrirá un debate que se espera concluir a finales de 2017, una vez superadas las elecciones en Holanda, Francia y Alemania. Pero al presidente de la CE, que es el líder más veterano de todo el club, no le puede pasar desapercibido que el clima político apunta más bien hacia una Europa marcha atrás. Y que sus propuestas sólo pueden aspirar a que el retroceso sea a varias velocidades. Una desintegración a la carta para que, al menos, el círculo concéntrico más íntimo pueda seguir llamándose Unión Europea.

Foto: Utilitario italiano contemporáneo del Tratado de Roma (B. dM., Puglia, agosto 2015).

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