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El Foco
Tribuna
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Europa, entre la resaca y la parálisis

La antorcha del nacionalismo, del autoritarismo y la xenofobia prende con fuerza y se dará cita en las urnas

Thinkstock

Europa, ¿qué papel quieres en el mundo? Un mar de dudas impregna ahora mismo a Europa. La resaca quizás es peor por atemporal que el propio temporal. La atemporalidad de una incertidumbre manifiesta. Donde la rabia sigue a la incredulidad, donde el falso abatimiento no comprende quizás cómo se ha generado todo este muro de insatisfacción, hastío hacia la Unión. Si hace ya medio año 17 millones de votos llevaron a los británicos a propinar el portazo más grande de su historia –la fecha ya está marcada, 9 de marzo para comenzar a negociar la desconexión–, este año tocan elecciones en Holanda, en Francia, donde la extrema derecha está más fuerte que nunca en la historia de la Unión. Austria se ha quedado en un susto.

La antorcha del nacionalismo, del autoritarismo, de la xenofobia prende con fuerza y se dará cita en las urnas. Europa tiene hoy el pulso más débil que nunca. Dónde está Europa y qué Europa quieren los ciudadanos es una de las mayores incógnitas en el momento actual. La que quieren sus actuales dirigentes, una mera incógnita entre la pasividad y la desazón. La espalda a un futuro común por la preferencia individualista y cortoplacista de no pocos Estados y la mediocridad ante la ausencia de liderazgo. Una Europa fracturada, unos políticos exangües y raquíticos intelectualmente. Pero es lo que hemos tejido, forjado y esculpido de modo consciente.

Se acaba una manera de entender Europa, la que quiso incluir, abarcar y atrapar a toda ella. Aunque límites y fronteras hacia el este. Esa vieja y rica Europa, henchida de orgullo, cosidos sus jirones por la historia. Historia de guerras, luchas, ilusiones, paces, mitos y utopías. Una Europa multicultural, pero sin identidad única. Una Europa tan dispar como diversa, pero también distante y diferente entre sí y los suyos. La Europa que una vez tuvo sueños, utopías, y hoy, sin embargo, es capaz de levantar de nuevo vallas y muros. La Europa que no hace mucho fue reconstruida con la mano y de la mano y sudor de millones de inmigrantes, tras la devastación, tras la guerra, tras el odio y la sangre derramada. Demasiada sangre en el siglo XX, de comienzo a fin, desde la Rusia zarista a los Balcanes. En medio, dos terribles guerras, más civiles y étnicas. Las que forjaron sin duda la mentalidad presente. La nuestra y la de nuestros directos antepasados. Las que crearon un espacio de libertades y oportunidades como nunca se había siquiera soñado y nadie había trazado en su imaginación y tinta. Esa Europa que hoy sigue encallada en su maniqueísmo y egoísmo insolidario. Esa Europa que es un remedo de lo que fue tan solo 20 años atrás. Convulsa y estancada a un mismo tiempo.

"El golpe británico es un mazazo brutal que debe despertar la atonía en que está inmersa la propia Europa”

Esa Europa y ese constructo que hoy algunos pretenden dinamitar más por orgullo propio y personal que por convicción. La Europa distante de sus ciudadanos y a la que el papa Francisco evoca retórica y metafóricamente con un interrogante envolvente, sugerente, pero a la vez evidente: “¿Qué te ha pasado?”, qué fue de aquella otra Europa. La Europa que hoy es incapaz de ser, ya no de soñar, de compartir, de solidarizarse. Es en cambio un no ser en una huida hacia delante insolidaria y egoísta. Una Europa perdida, sin rumbo, sin liderazgo, autómata, pero también autista. Indiferente. Sin identidad. Un querer no ser, un empeñarse en no ser.

El golpe británico es un mazazo brutal que debe despertar la atonía en que está inmersa la propia Europa. La que debe adentrarse en sus entrañas, buscar en sí misma, mirarse a su espejo. Saber hacia dónde quiere ir y con quién. Ahí radica la clave de la supervivencia. Cuidado con los que vacuamente dicen más Europa pero no saben qué Europa ni cómo más.

Deben activarse cuanto antes los desenganches con Reino Unido. Hay que cicatrizar la herida, pero sobre todo taponar la hemorragia que los nacionalismos, los populismos y la xenofobia ha alimentado. De lo contrario, la resaca no se irá. Bruselas no puede negociar una salida dulce ni fácil del país que se separa. Tiene que marcar las líneas rojas, el futuro y las transacciones con meridiana claridad y contundencia o el constructo se derrumbará en cuanto algún país haga lo mismo.

Es la hora de Europa, la que de verdad y los que en verdad quieren avanzar. No más paños calientes ni miseria de liderazgo como la que hemos vivido esta década. Una Europa que no solo ha perdido parte de su alma, sino también empeñada en ofrecernos una economía líquida, especulativa, corrupta. Una economía de intereses, pero distante, y donde lo social queda completamente subordinado. Que no quiso ver los riesgos, ser averso a los mismos, analizarlos. Que construyó un castillo sobre una arena humedecida de la especulación, la corrupción, el cortoplacismo. Que prefirió ser amnésica voluntariamente y supeditó lo de muchos a unos pocos. El constructo erró.

"Más que nunca son necesarios los liderazgos, pero también el realismo y el pragmatismo"

¿Qué Europa queremos y hacia dónde y con quién queremos ir? ¿Qué Europa soñamos? La de los ciudadanos, no la de las élites, no la de las instituciones abigarradas pero sin alma. Tal vez se ha ido demasiado deprisa, distante de una ciudadanía que siente lejano el horizonte de un sueño. Distintas velocidades, distintos intereses, distintos liderazgos no siempre en clave holística, sino soberana, particular. Las crisis no son malas per se; al contrario, ayudan a avanzar desde la reflexión, el sosiego y el sentido común, mas, eso sí, siempre que se tenga claro hacia dónde se quiere ir.

La construcción europea ha avanzado a impulsos, unos impulsos jalonados de desencuentros, de tiempos de crisis, si bien no tan lacerante ni persistente como la actual. La Europa de las élites se halla distante en este momento de la Europa real, atrapada en inextricables problemas de decisión, valentía, liderazgo y una visión clara de cómo salir de esta crisis económica, social, política y de valores. Aunque estos son, como en todo, los paganos que importan más bien poco. Incapaz de cerrar la brecha abierta entre Norte y Sur y la respuesta a la crisis económica y financiera sobre todo de los países periféricos del Sur.

Desilusión y desafección. Desencanto y distanciamiento. Los vehementes entusiasmos hacia la Unión hace tiempo que no se prodigan, tampoco los liderazgos. Hay una oportunidad, la resaca debe dejar vernos con nitidez. Sin prisa pero sin pausa. Con decisión y firmeza. La gran oportunidad para salir del impasse reinante. Pero más que nunca son necesarios los liderazgos, mas también el realismo, el pragmatismo, tomar el pulso de una Europa más distante que nunca de sus propios ciudadanos.

Abel Veiga es profesor de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas.

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