El nuevo Gobierno tiene un gran boquete en Bruselas
España tiene por delante dos tareas complicadas: : salir en 2018 del procedimiento de déficit excesivo, en el que lleva desde 2009, y hacerse con la vacante del BCE
El nuevo Gobierno de Mariano Rajoy, que se conocerá este jueves, arranca con un gran boquete en el terreno diplomático. España lleva, como mínimo, seis años prácticamente desaparecida de la escena internacional. Y su capacidad de influencia en Bruselas, capital esencial para los intereses españoles, se encuentra en mínimos históricos desde el ingreso en el club europeo en 1986. “España tiene un problema de visibilidad: no se la ve ni siquiera en los lugares donde está”, resume Francisco de Borja Lasheras, director de la delegación en Madrid del centro de estudios European Council on Foreign Relations (ECFR).
‘Out’ desde 2004
Muchos análisis sobre política internacional coinciden en que España ha perdido peso en la escena mundial y, particularmente, en la europea. Pero hay menos consenso sobre la fecha en que se produjo esa caída. La versión más optimista es la del Ministerio de Asuntos Exteriores. El departamento de García-Margallo reconoce: “Nos vemos progresivamente excluidos de aquellos centros de poder en los que se toman las grandes decisiones”, según un informe interno publicado por El País.
Pero Exteriores atribuye ese ostracismo diplomático al bloqueo político desde las elecciones del 20 de diciembre del año pasado y a la interinidad del Gobierno durante 2016. La mayoría de los analistas, sin embargo, consideran que el problema viene de mucho más lejos. Como mínimo, desde 2010, cuando la crisis económica colocó a España al borde de la quiebra y el Gobierno de Zapatero, primero, y el de Rajoy, después, tuvieron que centrarse en recuperar la perdida credibilidad económica. Pero algunos analistas, como Lasheras, creen que la caída incluso comenzó en 2004, con una política internacional errática que dejó a España con el pie cambiado en relación con temas como Irak o Kosovo y con la interlocución dañada en capitales como Bruselas, Berlín o Washington.
Sin referencias
La ausencia de España en Bruselas se ha visto alimentada o agravada por el deterioro del eje franco-alemán, tradicional motor de la integración europea al que los Gobiernos españoles solían secundar. José María Aznar se desmarcó de ese eje durante su segunda legislatura (2000-2004). Y cuando Zapatero intentó ponerse a rueda de nuevo, el eje se había descuajaringado. Francia y Alemania ruedan a diferentes velocidades e incluso, a veces, en distintas direcciones. España se ha quedado en tierra de nadie y sin referencias. Y el brexit deja fuera a un Reino Unido que el ala liberal de la derecha española veía como posible alternativa al eje franco-alemán. A todo ello se añade, según Lasheras, “un problema de fondo, con unas élites políticas y empresariales que, a rebufo del boom económico, se han convertido en provincianas. Es un problema común en otros países de Europa, pero en el caso de España es un problema agudo”.
Tocar fondo
La caída diplomática de España tocó fondo, presumiblemente, en 2012. Aquel año, el Ejecutivo de Rajoy perdió el puesto que España había ocupado en el Banco Central Europeo desde su fundación en 1998 y el Gobierno se vio obligado a pedir a la zona euro un rescate bancario de hasta 100.000 millones de euros. Poco después, Alemania, Francia y Holanda se repartían la mayoría de los nuevos cargos ligados a la zona euro (Eurogrupo, fondo de rescate) y a la unión bancaria (supervisor único, fondo de resolución) y relegaban a los aspirantes españoles a puestos de segundo nivel. Y finalmente, en 2014, el propio Gobierno forzó la dimisión de la representante española en el Banco Europeo de Inversiones (BEI) por su imputación en el caso de los EREde Andalucía, lo que dañó un poco más la imagen de España en las instituciones europeas.
Tras el desplome, España ha recuperado terreno y su credibilidad en Bruselas, sobre todo en materia económica, ha mejorado sensiblemente. Pero incluso en ese campo, el nuevo Gobierno tiene todavía por delante dos tareas pendientes muy complicadas: completar el saneamiento de las cuentas públicas para salir en 2018 del procedimiento de déficit excesivo, en el que lleva desde 2009, y hacerse con la vacante del BCE que en 2018 dejará el actual vicepresidente, el portugués Vítor Constâncio.
Peligroso ‘brexit’
La diferencia entre el peso demográfico y económico de España y su capacidad de influencia ha llamado la atención incluso en el exterior, hasta el punto de que la semana pasada, el centro de estudios Carnegie Europe planteaba a varios analistas la siguiente pregunta: “¿Está la política exterior española rindiendo por debajo de sus posibilidades?”. Y la respuesta casi unánime era que sí. En esa consulta de Carnegie, el director del instituto Elcano, Charles Powell, recomienda a Rajoy que “mire más allá de la fronteras del país, entre otras cosas, para prepararse ante un brexit que va a golpear a España más que a la mayoría de los otros países”. Pawel Zerka, director de política exterior en WiseEuropa, apunta que “Madrid, si quisiera, podría jugar un papel mucho más fuerte en la resolución de la crisis de los refugiados, la reforma de la de la zona euro o la seguridad en la zona subsahariana”.
Asumir riesgos
Felipe González y José María Aznar imprimieron un sello claro a su política exterior. Europeísta uno y atlantista el otro. Pero ni Zapatero hasta 2010 ni Rajoy ahora parecen encontrarse cómodos en la escena internacional. Además, según señala en la consulta de Carnegie Laia Mestre, investigadora del Instituto de Estudios Internacionales de Barcelona, “las tres crisis que vive España desde 2008 [económica, territorial en Cataluña y bloqueo político] han debilitado los recursos materiales y diplomáticos en el exterior y han derivado la atención hacia los asuntos domésticos”.
Descabezada la política internacional y sin músculo económico, la pérdida de peso era inevitable. “El cuerpo diplomático ha seguido trabajando, pero sin liderazgo político solo puede dedicarse a la gestión”, lamenta Lasheras. El director del ECFR en Madrid sugiere al próximo Gobierno que en política exterior conceda absoluta prioridad a Europa –con especial atención al brexit– y a la agenda de seguridad y estabilidad, pendiente, sobre todo, de Rusia y el norte de África. Y que España se adapte a una “Europa de simetría variable, en la que ya no existe un eje claro y hay que tejer relaciones y complicidades con el mayor número de socios posibles”.
El investigador remata con un consejo a Rajoy y su ministro de Exteriores: “El liderazgo en política exterior consiste en asumir riesgos, y en los últimos años España ha ido a minimizarlos y se ha conformado con celebrar alguna cumbre sin valor añadido”.