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Tribuna
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El menos común de los sentidos

Aunque suele decirse que el dinero mueve el mundo, en este caso sería más el descontento social lo que ha promovido esta división entre la población británica

Uno de los juegos de palabras más ampliamente utilizados es aquel que explica que en ocasiones “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Esto puede definir bastante bien el sentir de muchos ante los resultados del referéndum británico a finales de junio. Desde un punto de vista objetivo, no parece que hubiera razones de peso, ni tan siquiera una fuerte demanda popular para llevar a cabo esta consulta, sino que fue una más de las promesas de la última campaña electoral (que no siempre se cumplen, al menos en los países mediterráneos).

Primer sinsentido. En una cuestación de tal importancia, no deja de ser curioso que una de las preguntas más buscadas en Reino Unido a través de internet el día después (no antes) de la votación fuera “¿qué es la UE?”.

Segundo sinsentido. Tras el resultado obtenido, tan solo días más tarde, un 7% de los que votaron a favor de la salida ya estaban arrepentidos de su decisión. Con un resultado tan ajustado, un porcentaje tan pequeño podría haber declinado la balanza.

Tercer sinsentido. Tras la dimisión del primer ministro británico, las alternativas de un sustituto han sido limitadas tanto fuera como dentro de su propio partido, siendo los mismos defensores del brexit los que han echado un paso atrás.

Sea como fuere, en lo que a datos objetivos se refiere, una de las razones para salir serían los 350 millones de libras semanales con las que contribuye el país a la UE, aunque también habría que tener en cuenta los beneficios derivados de permanecer a ella (según la OCDE, desde su adhesión en el año 1973, el PIB per cápita ha aumentado más que el de países como EE UU, Canadá o Australia). Otras razones más subjetivas serían la pérdida de soberanía, menor burocracia y control de fronteras. Si tenemos en cuenta que Reino Unido sigue disfrutando de su moneda y por ende de su política monetaria, nos quedaría como principal argumento la complicada situación migratoria que se está viviendo en Europa. Aunque suele decirse que el dinero mueve el mundo, en este caso sería más el descontento social lo que ha promovido esta división entre la población británica.

De momento, los efectos no han sido positivos en términos generales, con una fuerte depreciación de la libra, una caída de la construcción y de otras inversiones. Además, ligado a la construcción está el centro financiero de Londres (la City) y ciudades como París, Frankfurt, Dublín e incluso Madrid, que aspiran a atraer toda una joya cuyos ingresos representaron el 12% del PIB del Reino Unido en 2014.

"La incertidumbre provoca la reducción del apetito inversor por activos de Reino Unido y la liquidez del sistema”

Los bancos centrales se han mostrado de nuevo como los más proactivos en el mercado. No solo la Reserva Federal ha frenado su incipiente subida de tipos de interés, el Banco de Suecia también se ha unido a esta tendencia. Mientras tanto, el Banco de Inglaterra se ha unido a la moda del Banco Central Europeo: hacer “todo lo que sea necesario”. La situación de incertidumbre provoca la reducción del apetito inversor por activos de Reino Unido y la liquidez del sistema, siendo estos el principal caballo de batalla de la autoridad monetaria. Aunque para falta de liquidez la que ya han mostrado algunos fondos de inversión mobiliarios, que han cerrado de momento sus operaciones de suscripciones y reembolsos por la dificultad de valorar sus activos.

Por último, la libra, cuya caída puede ser buena desde el lado de las exportaciones (de ahí el comportamiento positivo de sectores como el tabaco, las bebidas o la minería), pero supone un encarecimiento de los productos que se importen o aquellos relacionados con el turismo. Esto debería derivar en tensiones inflacionistas, ya que un tercio de los componentes de la cesta que se utiliza para el cálculo de la inflación son importaciones.

Una vez abierta la caja de pandora, nos enfrentamos a un entorno complicado no solo por la resolución del mismo, sino por lo que esta puede dilatarse en el tiempo. Los plazos de los que se estaría hablando serían de dos años desde el momento que se comunique oficialmente la decisión de salir de la UE, algo que se estima podría ser para finales de 2016.

Son muchas las cuestiones a resolver y largo el proceso que van a precipitar. Es complicado, por no decir imposible, estimar cuál será el resultado final. Pero lo que sí es muy probable es que ante la falta de visibilidad, pasemos de la euforia al abatimiento en un breve espacio de tiempo, lo que en mercado se traduce como volatilidad.

María José Martínez Blázquez es gestora de inversiones de Ibercaja Patrimonios.

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