Invertir al margen de la coyuntura
Desde que la crisis económica y financiera que estalló en 2008 agitó a los mercados financieros y las variables más prosaicas de la economía, como el crecimiento de la producción y el empleo, los inversores no han recuperado el sosiego pleno. Pese a que se han registrado razonables revalorizaciones de algunos índices y de unas cuantas empresas, el desasosiego de la volatilidad es un fenómeno nunca del todo desterrado. Europa ha caminado a remolque de las decisiones de los EE UU, y su particular y fraccionada toma de decisiones económicas y financieras ha generado retrasos anormalmente dilatados en la búsqueda de soluciones definitivas. Con la crisis de la deuda fueron cayendo varios países en el rescate de sus finanzas públicas o de sus bancos, como el caso de España, pero nunca se llegó a una limpieza absoluta de los riesgos del sistema bancario, hasta el punto de aún ahora, ocho años después del estallido de la crisis, la banca italiana admite tener más de 350.000 millones de euros de crédito averiado e incobrable, que empuja a una recapitalización de no menos de 50.000 millones para evitar la quiebra y el arrastre de todo el sistema europeo.
Y tal circunstancia coincide con una irrupción importante de los populismos en Europa, que han puesto en alerta a los inversores sobre cuál es el destino definitivo de un continente que había logrado hasta ahora aglutinar en torno a la Unión Europea el mayor proyecto de paz y prosperidad que se recuerda desde la Segunda Guerra Mundial. Reino Unido apuesta por dejar la Unión, y los partidos europeos que defienden la misma idea desintegradora se han hecho fuertes en Francia, Holanda, Alemania, Italia, Austria, Grecia, etc. Por tanto, una intensa capa de niebla política se ha parapetado ante la mirada de los europeos que hace repensar a los líderes financieros las apuestas del medio y largo plazo.
Ante tal circunstancia, muchos analistas recomiendan volver la mirada hacia los mercados domésticos y mirar en detalle a las compañías por dentro, para buscar un valor que solo el negocio de cada una de ellas puede proporcionar, puesto que nada se puede esperar con ciertas dosis de seguridad de la evolución general de los mercados. Y tomando las decisiones con tales cautelas, los inversores disponen de varios modelos de medición del valor de las compañías para tomar sus decisiones, aunque muchos de ellos puedan revelarse contradictorios por circunstancias sobrevenidas por la crisis financiera. El mecanismo de valoración más equidistante es el PER al que cotiza cada compañía, que mide la intensidad de los beneficios sobre el valor de la empresa, (número de años que la empresa tarda en devolver la inversión vía beneficios), aunque se trata de un sistema que no tiene la misma virtualidad si se trata de empresas maduras que de empresas de crecimiento; en estas últimas el PER suele ser muy elevado, puede incluso tener la empresas pérdidas, pero con una expectativa de beneficios a futuro muy elevados. Es un mecanismo válido sobre todo para valorar empresas muy maduras, con largo itinerario de cotización y evolución de beneficios contrastada en el tiempo.
La relación entre el valor contable y la valoración que el mercado hace de una empresa ha sido siempre un mecanismo atinado para saber si una empresa está cara o barata; pero también la crisis ha desvirtuado este tipo de aproximaciones, fundamentalmente con las ratios a las que cotizan los bancos, que aparentan ofrecer grandísimas oportunidades de retornos para los accionistas, pero cuyos cuentas de resultados están muy condicionadas por consideraciones ajenas al método de valoración, como es un escenario de tipos radical y desconocido (tipos cero), y a unas exigencias regulatorias también exageradamente elevadas, que desincentiva muchas veces la inversión en el negocio financiero, a su vez amenazado por la irrupción masiva de la tecnología en manos del cliente.
Por tanto, más allá del método que cada cual. elija, debe considerarlo, con mucha precaución, y ajustar el riesgo a la tolerancia particular. La opción del dividendo sigue siendo, para inversores tradicionales, el más seguro asidero ante un escenario en el que no se remunera el ahorro. Y para ello, siempre hay que estudiar el currículo de cada empresa y comprobar que trabaja en sectores con competencia limitada, bajo endeudamiento, y flujo de caja regular.