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El Foco
Tribuna
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La gran transformación digital

¿Por qué no hacer de ella una base para un cambio de paradigma en lo político, social y cultural en España?

Thinkstock

Se intensifican por doquier noticias, estudios, cumbres y presentaciones sobre la transformación digital de la economía y cómo puede el mundo beneficiarse de ella. Todo ello desde el extremo cheerdealer al de los catastrofistas más pesimistas. La transformación digital no es algo nuevo. Es un impulso más en un proceso iniciado al final de los sesenta y comienzo de los setenta de informatización con grandes mainframes y software de la industria, la economía, la tecnología y el orden social y cultural. Ahora se acelera notablemente con la disponibilidad casi universal de internet, los terminales y autómatas programables móviles y las cadenas de generación de valor globales, en donde personas, máquinas y objetos forman una red compacta en la que es esencial la transmisión fiable de datos y su puesta en valor. Su efecto, la democratización de la producción industrial y el acceso a la información.

Big data, internet of things, cloud computing, industria 4.0, algoritmos inteligentes, inteligencia artificial, ciberseguridad, internet industrial, smart grids, son conceptos de esa transformación que ya tienen acomodo en el imaginario colectivo. Todos inciden en diversos aspectos tecnológicos para generar valor en esta nueva economía, esencialmente aumentando la productividad.

"Falta acoger ese talento y opciones, dotarlo de masa crítica sin que le ciegue la racanería clientelar y cortoplacista”

El recurso fundamental de lo digital ahora es la materia gris e inteligencia de la mente humana: concibe utilidad económica y soluciones donde antes solo había bits y bytes. La sangre y moneda que permite la vida en esta economía, la información. La toma de decisiones individuales y empresariales con información casi perfecta –el bálsamo de fierabrás de la economía de mercado– se atisba factible.

Si los elementos son prometedores en lo económico, ¿por qué no hacer de la transformación digital una base –plataforma– para un imprescindible cambio de paradigma también en lo político, social y cultural en España? Habría que añadirle una narrativa intelectual coherente y la visión esperanzadora de grupos sociales heterogéneos de dónde llegar para hacer más próximas al interés general, social y político –y no al statu quo preponderante desde hace 30 años– la toma de decisiones de hoy y las reformas futuras.

Cuando uno piensa en esta oportunidad recuerda el diálogo entre Alicia y el gato de Cheshire:

“—Alicia: ¿Podrías decirme por favor qué camino seguir para salir de aquí?

—Gato: Eso depende del sitio al que quieras llegar.

—Alicia: Me da igual.

—Gato: Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes”.

Nuestro país coopera con la UE en el establecimiento de mercados abiertos y competitivos. También compite en ellos para elevar la calidad democrática y los sistemas de salud, educación, justicia y de infraestructuras públicas. La transformación digital que a todo toca es una nueva oportunidad para ocupar una posición más destacada en el concierto de las naciones y servir mejor a los ciudadanos.

Ese leitmotiv de cambio en lo político, social y cultural desgraciadamente no se percibe que esté entre lo prioritario del Estado/estratega del Reino de España, en cuanto a lo digital, ni que quiera abanderar la formulación de esa narrativa y programa de cambio. Si en lo económico se percibe como una oportunidad para toda la UE, sería prioritario acompasarla con un impulso a la calidad de nuestra democracia, nuestras instituciones y el orden económico y social de España. Recordemos el poder que representa que el gasto público en España esté próximo al 45% del PIB y que cifras de paro de más del 20% son asiduas.

Los nuevos caminos por los que andar en lo digital conllevan desafíos e innumerables oportunidades: cómo potenciar la productividad con lo digital y una estrategia diferenciada al respecto; cómo buscar y acceder eficazmente a una innovación más democratizada y de ámbito mundial; cómo atraer talento para dotarse de un ethos propio en este nuevo paradigma; cómo formar a los empleados para hacerse con un lugar destacado en este nuevo y exclusivo mundo; cómo poner en valor su patrimonio de datos y asegurarlo; cómo obtener crédito para desarrollar I+D estratégico sin lastrar el futuro; cómo ofrecer sostenidamente nuevos productos y soluciones en este nuevo océano de posibilidades; como acordar con los sindicatos estrategias de alcance vinculantes y colaborativas. Nada en cualquier caso ajeno al devenir del Estado y de las empresas.

"Es esencial un liderazgo decidido de hacer algo fundamental y con unas metas cuantificables"

La explosiva disponibilidad de datos sobre transacciones, operativas y prestaciones económicas, así como de servicios y toma de decisiones permiten comprender actuaciones del pasado inmediato, interpretarlas y tratar de anticiparse al futuro cercano con nuevas y diversas perspectivas. Para ello se cuenta con los algoritmos numéricos como elementos trascendentales y singulares. Solo la actividad generadora de nuevo valor interdisciplinar datos-algoritmos es ya inmensa –pues el terreno está por explorar y consolidar–, con cifras de negocio mareantes dentro y fuera de España. El hueco a cubrir, regular (aprovechar) y potenciar por el Estado en ello tampoco es baladí.

Dada la todavía adecuada experiencia manufacturera de España y la buena formación de nuestros ingenieros y técnicos en matemáticas, robotización y técnicas avanzadas de toma de decisiones, los escenarios económicos que se ofrecen para vislumbrar, a partir de datos y sensores de funcionamiento de sistemas, qué nuevos contextos se pueden aprovechar y cómo hacerlos frente parecen magníficos. Para ello se trata de captar talento, investigar nuevos algoritmos y modelos matemáticos y optimizarlos o explotarlos. Falta saber acoger con brío ese talento y posibilidades en el tejido productivo, dotarlo de masa crítica y –el quid de la cuestión– que no le ciegue la racanería clientelar y cortoplacista secular de nuestros altos directivos, o seguir el atajo de unas relaciones que piensan aportar más valor que un determinado talento o experiencia.

Trasladar esta gran migración productiva digital y sus resortes tecnológicos a un cambio en nuestro orden político y económico no es tan inimaginable como pueda pensarse. Requiere concebir dónde mejorar lo actual y qué plataformas tecnológicas, por áreas próximas de toma de decisiones trazables, o por funciones de la Administración, lo pueden aportar. En cualquier caso, es esencial un liderazgo decidido de hacer algo fundamental al respecto y con unas metas y test cuantificables.

Las mortecinas redes clientelares que atenazan y corrompen la toma de decisiones del Estado en lo económico, social y cultural pueden superarse con el modelo de cambio digital en una economía liberal productiva moderna como debe ser la nuestra. La cuantificable separación de poderes, asunción de independencia y responsabilidad en los organismos e instituciones de la Administración del Estado, y la meritocracia como guía para asignar recursos, podría utilizar el rebufo de datos del ritmo económico-digital. No es fácil consensuar procedimientos, acciones e indicadores en aquello que tiene que ver con decisiones políticas, cuentas públicas, concesión y gestión de recursos públicos y redes de servicios monopolísticos, para que se desenvuelvan en un marco de máxima transparencia y trazabilidad como es consustancial con la economía digital, donde todo intercambio o transacción deja huella numérica y se puede guardar el tiempo que haga falta, pero se puede arbitrar.

José Luis de la Fuente O’Connor es profesor titular de Matemática Aplicada de la Universidad Politécnica de Madrid.

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