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Investigadores de primer orden relatan cómo vivieron ese viaje

El duro camino que separa a un científico de un emprendedor

La falta de herramientas y apoyo técnico para impulsar al transferencia tecnológica, claves para el desarrollo de proyectos empresariales

Thinkstock
Manuel G. Pascual

La directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), María Blasco, nunca hubiera imaginado que su labor investigadora propiciaría algún día la constitución de una empresa. Pero sucedió. “En 2007 publicamos un trabajo en el que describíamos un método que permitía medir de forma muy precisa unas estructuras esenciales para las células, los telómeros. Tuvimos muchos contactos, tanto de instituciones académicas como de empresas, lo cual nos llevó a la necesidad de desarrollar una tecnología que pudiésemos licenciar para su desarrollo comercial”, recuerda la científica. Reconoce que ella no hubiera dedicado ni un minuto de su tiempo a preparar el salto de su descubrimiento a la empresa. “Tuve la suerte de contar con el apoyo del programa de transferencia de la Fundación Botín. Sin ellos hubiera sido imposible”, explica.

Investigación y empresa, una relación necesaria

Traducir los avances de la investigación básica en productos, en este caso farmacéuticos, no puede ser el objetivo último de la investigación, aunque tampoco debería ser la última prioridad.

Para la doctora Blasco, dar el salto de la idea a un producto “es muy estimulante para el propio investigador, porque todos en el fondo soñamos con que nuestro trabajo algún día se traduzca en una mejora sobre el tratamiento del cáncer”.

El profesor Orozco considera, asimismo, que la relación entre la labor investigadora y el mercado no solo es deseable, sino necesaria. “La industria farmacéutica mueve centenares de miles de millones de euros. He vivido en primera persona el cambio que ha sufrido: hace unos años las empresas nadaban en oro, incluso las pequeñas. Ahora están sometidas a mucha presión, porque los costes se han disparado: cada vez es más complicado sacar un fármaco y se caen más millones de euros en patentes de las que se generan”.

Este nuevo entorno beneficia a los recién llegados. “La salida más clara para las compañías es ganar en flexibilidad haciendo outsorcing en cosas que hasta hace no tanto se consideraban sagradas, como los procesos de diseño. A los gigantes de la industria les interesa asociarse con pequeñas firmas. Y ahí entramos nosotros”.

El mencionado programa, Mind the Gap, tiene como objetivo el impulso de proyectos empresariales basados en tecnologías procedentes de algunos de los mejores centros de investigación y universidades españolas. No solo ofrecen financiación, sino también el apoyo de técnicos especialistas en transferencia. “Los técnicos de transferencia se reúnen contigo una vez al mes para que les cuentes los resultados de tu investigación. A partir de ahí, ellos buscan la manera de traducir ese trabajo en un proyecto empresarial”, resume la doctora Blasco. En su caso, la spin-off fundada en 2010 adoptó el nombre de Life Length, y hoy es una compañía con mucha proyección en la que invierten grupos internacionales.

La manera en que la Fundación Botín facilita al investigador todo lo necesario para que su trabajo pueda dar el salto al mercado le gustó tanto a Blasco que decidió montar en el CNIO su propia versión. En 2011 se creó la oficina de transferencia de tecnología del centro y los resultados no han tardado en llegar. “En 2014 ingresamos en retorno de licencias de patentes y de actividad de transferencia 780.000 euros”, destaca. No está mal para una institución con 400 investigadores. “Hemos conseguido cambiar la cultura en el CNIO. Cada vez más investigadores quieren ayudar a transferir su trabajo, porque ven claro que hay retornos para la sociedad en forma de nuevos empleos y productos, para el CNIO y para los inventores”, señala. “El año pasado llegamos a los 4,7 millones de euros en ingresos de contratos de codesarrollos científicos de fuentes privadas, fundamentalmente filiales internacionales de las mayores empresas farmacéuticas. Y este año llegaremos a una cantidad parecida”, sentencia.

Modesto Orozco se encuentra ahora al principio del camino. Catedrático de Bioquímica de la Universidad de Barcelona, también es investigador principal del Institut de Recerca Biomèdica de la Ciudad Condal y director del departamento de ciencias de la vida del Barcelona Supercomputing Center. Su campo de expertise es la biología computacional y, tras asesorar durante años a farmacéuticas, ha decidido “dejar de hacer consultorías y montar una empresa”.

Igual que la doctora Blasco, el doctor Orozco ha entrado en el programa Mind the Gap de la Fundación Botín. “Nos han puesto un capital semilla de 500.000 euros y nos han ayudado con el tema de las licencias y los permisos”, explica.

Su recién constituida empresa se basa en una tecnología desarrollada por su grupo para el diseño racional de fármacos. “Tendremos dos líneas de trabajo: una de codesarrollo de moléculas con otras empresas y otra en la que completaremos el proceso nosotros solos. Nuestros objetivos son ahora mismo las kinasas, pero la idea es saltar a medio plazo de la pequeñas moléculas a terapias biológicas”, apunta.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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