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Grecia y Bélgica, 185 años muy diferentes

Coetáneos (185 años), "peso" muy similar (11 millones de habitantes)... y poco más en común.

Bélgica y Grecia nacieron al mismo tiempo, pero el país de valones y flamencos disfruta de una malísima salud de hierro mientras que la cuna de Varoufakis está al borde de la sexta bancarrota de su historia y en medio de una crisis política, económica y social que pone en duda incluso su continuidad en la zona euro.

Grecia y Bélgica arrancaron en la edad moderna con sendas dinastías origen alemán (Otto de Baviera en Atenas, que fue derrocado, y los Saxo-Coburgo, que siguen reinando sobre los belgas). Pero la historia de los dos países comenzó a separarse casi desde su nacimiento.

Bélgica fue "el primero de los efectos " de la revolución liberal de 1830 y "el nuevo reino surgió con una constitución incluso más liberal que la francesa", recuerda Benedetto Croce en su Historia de Europa en el siglo XIX (Ariel, 2011).

El nuevo reino, desgajado de Holanda, contó con la ayuda desde el principio de París y Londres. Y al ser declarado neutral, potenció aún más su larga tradición comercial, vinculada desde hacía siglos con los principales centros económicos del continente. Ya independiente, Bélgica fue el primer país en replicar la revolución industrial de Inglaterra y construyó una de las redes ferroviarias más tupidas del continente.

Grecia también surgió del orden post napoleónico, pero con una historia vinculada a potencias como Rusia y Turquía, donde el capitalismo no se desarrolló. Su independencia en 1829 fue más nacionalista que burguesa. Y salvo breves períodos de estabilidad, el país sufrió violentas convulsiones y sacudidas como consecuencia del hundimiento del Imperio Otomano y de las guerras balcánicas.

Para finales de siglo XIX, Grecia ya había quebrado tres veces (1843, 1860 y 1893), según el recuento de Reinhart y Rogoff. El país apenas se desarrolló y los delirios de grandeza de sus dirigentes terminaron en un brutal choque con Turquía, que provocó un éxodo masivo en ambos países (millón y medio de personas de origen griego abandonaron Turquía y casi medio millón de origen turco salieron de Grecia).

A principios del siglo XX, Bélgica celebraba ya sus primeros 70 años con un festín de modernidad (fotografía, cine, electricidad, teléfono, automóvil), que se estrenaba a golpe de Exposiciones internacionales: hasta siete celebró el país antes de 1914. Librepensadora y masónica, Bélgica se convirtió en refugio de exiliados y perseguidos políticos de toda Europa, que disfrutaron de la tolerancia de los belgas casi tanto como maldijeron de sus anfitriones.

El avance de las libertades en suelo belga contrastó con la brutalidad en el Congo, un territorio africano adquirido por el rey Leopoldo II. El monarca, a raíz de la presión internacional, cedió en 1908 su propiedad al Estado belga, que explotó a conciencia y sin demasiada conciencia las riquezas naturales del Congo hasta la descolonización en 1960. El trágico broche final fue el asesinato del primer ministro congoleño, Patrick Lumumba, en el que nunca se ha aclarado del todo la complicidad del entonces rey Balduino.

Para Grecia, el período de entreguerras fue de caos político, con golpes de estado y cambios de régimen. En 1932, suspendió pagos otra vez. Tras la victoria de los Aliados en la segunda Guerra Mundial, el país se convirtió en moneda de cambio entre Churchill y Stalin, lo que degeneró en una guerra civil de tres años hasta que Occidente terminó a sangre y fuego con los comunistas griegos que tanto habían contribuido a la derrota de Hitler.

Pero Londres ya no ejercía de metrópoli, papel que pasó a Washington. EE UU se alió con el rey de Grecia y las fuerzas más conservadoras, señala Tony Judt en su Postguerra: Una historia de Europa desde 1945 (Taurus). Atenas fue recompensada con generosas ayudas financieras y cesiones territoriales y admitida en 1952 en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Pero los militares griegos, como recuerda Judt, sólo estaban dispuestos a respetar el juego democrático mientras ganasen los suyos. El fraude electoral se impuso a partir de 1961 y unos años después, cuando ya no bastaba con el pucherazo, los tanques tomaron las calles y se impuso un gobierno militar. Al rey Constantino le costó el trono y su familia partió al exilio.

La dictadura de los coroneles (1967-1974) combinó un ritmo de crecimiento económico elevado y la atracción de capital extranjero con un aislamiento político internacional. Grecia fue expulsada del Consejo de Europa y la Comunidad Económica Europea rompió las negociaciones para la adhesión.

Al final, como casi siempre en Grecia, la dictadura intentó sobrevivir excitando el instinto nacionalista con un conflicto a través de un conflicto con Turquía en Chipre. Pero la jugada le salió mal a los coroneles y tuvieron que dejar paso a una transición democrática en la que reaparecieron, casualmente, las mismas familias que se repartían el poder antes de la dictadura, con los Karamanlis y los Papandreu al frente.

El resto es historia reciente. Grecia, apadrinada esta vez por Francia, se incorporó en 1981 a la CEE, el club del que Bélgica formaba parte como socio fundador. Los dos países conviven ahí desde entonces y comparten la misma moneda desde el año 2001. Pero su suerte sigue siendo muy distinta. "En la antigüedad, a Grecia le beneficiaba su posición geográfica (...) Pero en la Europa de hoy, dominada por el norte, se encuentra en el extremo equivocado", señala Robert Kaplan en La venganza de la geografía (RBA, 2013).

El Producto Interior Bruto (PIB) de Bélgica supera los 400.000 millones de euros (casi la mitad que España, con una cuarta parte de su población), lo que le permite resistir una deuda pública del 106% y presumir de ser uno de los pocos países europeos que nunca ha quebrado.

El PIB de Grecia (179.000 millones) ha caído en 2014 a niveles de 2003, su tasa de actividad no llega al 50% (menos que Turquía), soporta una tasa de paro del 27% y sólo el 14% de los parados cobra el subsidio de paro.

El país debe hacer frente a una deuda pública del 177%. Así que sólo es cuestión de (poco) tiempo que los acreedores de Atenas reconozcan su insolvencia y admitan una reestructuración. Será la sexta suspensión de pagos en sus 185 años de historia (o la séptima si se cuenta la de 2012), por ninguna de Bélgica hasta ahora.

Fotos: Parlamento griego, en Atenas (B. dM., marzo 2012) y Parlamento belga, en Bruselas (B. dM., nov. 2014).

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