Brujas, donde la fantasía se hace realidad
La ciudad belga es uno de los conjuntos arquitectónicos más pintorescos y mágicos del continente europeo.
Las calles de Brujas se han convertido este año en el espacio de exhibición de la Trienal de Arte y Arquitectura Contemporánea que estará abierta hasta el 18 de octubre. Es el escenario perfecto.
La exposición responde a cuestiones tan actuales como el proceso de urbanización global, qué hacer con el patrimonio arquitectónico y cultural de las ciudades históricas, si estas deben convertirse en lugares donde los turistas van a pasear, pero sobre todo a hacerse selfies delante de los edificios más emblemáticos, o si estas ciudades son un ejemplo a seguir de un urbanismo a la medida humana.
La Trienal es solo una buena excusa para planear una visita a esta increíble ciudad medieval, casi intacta, situada al noroeste de Bélgica, la más visitada de este país y Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000.
El que fuera un importante emporio comercial y burgués durante la Edad Media y el Renacimiento, aún conserva sus canales, calles estrechas y empedradas, plazas con mercados al aire libre y parques que ofrecen una experiencia urbana excepcional que atrae cada año a cinco millones de visitantes.
La capital de la provincia de Flandes occidental, situada a tan solo 90 kilómetros de Bruselas y con 117.000 habitantes, constituye uno de los conjuntos arquitectónicos más pintorescos y mágicos de Europa y forma, junto a Gante y Amberes, un triángulo que bien merece un viaje.
Al igual que ocurrió con otras urbes flamencas, la prosperidad de Brujas en la Edad Media vino de la mano del comercio y los telares. La ciudad creció rápidamente hasta alcanzar los 200.000 habitantes, el doble que Londres. Pero distintos conflictos gremiales y vicisitudes históricas trasladaron el poder económico a Amberes.
No obstante, lo más devastador para Brujas fue que el Zwin, el largo canal marino, vital para el comercio, comenzó a reducir su cauce y se encenagó. Brujas perdió el acceso al mar e inició su decadencia.
Despertó a principios del siglo XIX. Una novela que el escritor belga Georges Rodenbach publicó en 1892 Bruges la morte (Brujas la muerta), donde recreaba el abandono de la ciudad y el encanto que aún conservaba, despertó curiosidad, pero sobre todo atrajo el dinero que necesitaba para su recuperación. Desde entonces, se han hecho muchas obras y mejoras para mantener uno de los conjuntos medievales más bonitos del continente.
El Minnewater o lago de los enamorados, cerca de la estación de tren, es un buen punto de partida para recorrer la ciudad. Este lago y su parque, donde se programan conciertos en verano, servía de muelle a las embarcaciones que cubrían la ruta comercial Brujas-Gante en los siglos XIV y XV.
Aquí se encuentra el Begijnhof, un grupo de casas rodeadas de jardín, los beaterios, que surgieron en los Países Bajos durante la Edad Media para acoger a las mujeres que quedaban viudas y huérfanas durante las Cruzadas. Esta ciudad en miniatura fue creada en 1245 por la condesa de Flandes, Margarita de Constantinopla. Hoy está habitada, en parte, por una comunidad de monjas benedictinas y por estudiantes.
Desde allí se divisan tres torres del siglo XIII, puntos de referencia que ayudan a orientarse entre el irregular trazado de calles y las decenas de puentes. La torre más alta corresponde a la iglesia de Nuestra Señora de Brujas; la segunda pertenece a la catedral de San Salvador, y la tercera es el Belfort, la torre del campanario, símbolo del poder económico de las ciudades flamencas durante la Edad Media.
Frente a la iglesia se encuentra el hospital más antiguo de Europa, el Sint-Janshospital (siglo XIII). Y, a pocos metros, la catedral de San Salvador completa el triángulo de edificios construidos durante la época de riqueza que proporcionó el puerto a la ciudad.
Para los amantes del chocolate, Brujas es un paraíso. Las calles que rodean el núcleo central de la ciudad, la plaza Markt (la Plaza Mayor) y Burg (una fortaleza amurallada) están repletas de deliciosas chocolaterías artesanas.
El Belfort preside la plaza Markt. Desde arriba se obtiene una magnífica vista de los canales y, en ocasiones, del mar. Las 42 campanas que acoge la torre eran antiguamente el medio de comunicación por el que se alertaba de incendios, ataques, del cierre de la muralla o del toque de queda durante las dos guerras mundiales, cuando la ciudad fue ocupada por los alemanes.