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El Foco
Tribuna
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La hora de la verdad para Europa

Ya ha llegado: el corralito griego se impuso la semana pasada y el pueblo griego ha dado un no rotundo a las políticas impuestas por los acreedores.

Desde que se descubrió el estado real de las finanzas griegas en 2010 se ha pronosticado que las consecuencias de las políticas de austeridad impuestas sobre Grecia serían catastróficas (más aún que en otros países periféricos de la zona euro). Lamentablemente, así ha sido. Solamente una enorme capacidad de sacrificio ha permitido posponer la quiebra, aunque esta fuera inevitable desde el diseño del primer plan de rescate.

Algunos problemas son comunes a otros países periféricos europeos; otros son más específicos. En cualquier caso, todos estos problemas son más graves que los que afligen al resto de la periferia de la eurozona. La irresponsabilidad de los gobernantes griegos, desde los años noventa hasta 2010, generó una importante deuda pública que, para cumplir los criterios de Maastricht, quedó parcialmente oculta gracias a un swap con un importante banco de inversión. Si además consideramos que Grecia tiene unas características físicas particulares que hacen más costosa la provisión de bienes y servicios públicos (situación en la periferia europea, dispersión de la población en múltiples islas con poca densidad, medio físico agreste y seco), y añadimos otra serie de factores de los que son responsables los propios griegos (planificación pésima de los Juegos Olímpicos de 2004, gasto público tendente al despilfarro en inversiones y gasto social, gasto militar per cápita excesivamente elevado por el conflicto latente con Turquía, fraude fiscal que abarca a sectores económicos enteros y que afecta especialmente tanto a grandes fortunas como a la pequeña economía sumergida…) podemos entender mejor en qué situación se encontraba Grecia al inicio de la crisis financiera mundial.

Los errores de diseño de la zona euro, y de los criterios de Maastricht para acceder a la moneda única (por ejemplo, no hay criterios relativos al desempleo, al crecimiento, o al PIB), también han tenido su cuota de responsabilidad. Si Grecia no hubiera entrado en la zona euro, hubiera tenido menor acceso a financiación antes de la crisis, al llegar esta habría debido menos, y en poco tiempo su moneda se hubiera devaluado favoreciendo el restablecimiento de su competitividad.

También los planes denominados “de rescate” que se han sucedido desde 2010 han tenido importantes errores de diseño que han agravado la situación griega hasta hacerla desesperada. Economistas como Krugman y Stiglitz, entre otros, han explicado repetidamente los fallos del rescate griego, que solo han favorecido a los bancos acreedores franceses y alemanes. Tiempo habrá, en el futuro, para valorar las decisiones erróneas del Eurogrupo. Por citar tan solo una cuestión, se ha intentado solucionar el problema de competitividad de Grecia y de otros países periféricos de la zona euro a través de una fortísima devaluación interna. Hubiera sido mucho más eficiente tomar medidas para que Alemania y otros países del centro de la eurozona tuvieran una inflación ligeramente mayor (digamos un 3,5%). El coste social que ha tenido insistir en la deflación salarial de la periferia y no apostar por un reequilibrio vía mayores salarios en los países más competitivos ha sido inmenso y gratuito.

Sin embargo, todos estos temas son cuestiones ya tratadas, y que podremos volver a analizar en el futuro. Lo que es relevante en este momento en Europa son las decisiones que se van a adoptar a corto plazo. Son cuestiones de enorme trascendencia, y que se han tratado con una ligereza asombrosa.

Se ha dicho que Grecia se ha autoexcluido del euro, lo que no es exactamente cierto. Lo que realmente se quería decir en esas circunstancias es que tras el resultado del referéndum, algunas personas quieren expulsar a Grecia del euro. Aparentemente, se cree que se puede expulsar a Grecia del euro sin provocar inestabilidad en los otros países periféricos. Que los mercados financieros no van a recibir el mensaje de que, si Grecia ha sido expulsada, otros también podrían ser excluidos del euro en el futuro. Quizás sea así. La verdad es que, como ciudadano de un país periférico, prefiero no correr ese riesgo. Mucho menos si podemos evitarlo con un coste reducido comparado con el PIB de la Unión Europea.

Sin embargo, el principal problema de la posible expulsión de Grecia es cómo afectaría a los objetivos y fines de la Unión Europea, a su propio fundamento. Nuestro escrito fundacional, la declaración Schuman de 1950, fijaba un objetivo claro: evitar la guerra en Europa, superando viejas rivalidades. Según Schuman, “Europa se construirá a través de logros concretos que creen una solidaridad de facto”. Europa ha reaccionado así con España y Portugal, con la reunificación alemana, con la ampliación al centro y este de Europa… y, en mi opinión, estas actuaciones han reforzado a la Unión Europea y a todos nosotros como ciudadanos de un proyecto común. Si ante la situación actual, en que nuestra solidaridad se ve puesta a prueba, abandonamos al pueblo griego, exigiéndole sacrificios imposibles, estaremos destruyendo el sueño europeo. La historia de Europa ha generado suficiente sufrimiento, en nuestro continente y en otros, para poner en cuestión la UE, y el modelo social de mercado dentro de una Europa de corte federal que auspicia el desarrollo equilibrado y sostenible, y la cohesión económica y social.

¿Qué defensa tendrán los ciudadanos europeos y su Estado de bienestar ante otros modelos (la dictadura nominalmente socialista china, el imperialismo ruso, la democracia hiperfinanciarizada americana)? Seguramente, nuestra única opción de influir en los cambios que el mundo necesita es que los europeos seamos un bloque avanzado y solidario. Como estados nacionales, no tendremos apenas capacidad de influencia.

Es el momento de la verdad: ¿queremos una Europa de los acreedores, donde no hay nada más importante que el pago de las deudas, caiga quien caiga; o queremos una Europa de los valores, que sea un referente para el resto del mundo por ser sostenible, responsable, eficiente y solidaria? Ojalá elijamos la segunda opción.

Mikel Larreina es Profesor de finanzas de Deusto Business school

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