Por qué creo que la disrupción tecnológica facilitará el renacimiento de las humanidades en la educación
Por Iván Bofarull, Global Intelligence Office ESADE Business School
La industria de la educación superior vive una etapa de transformación no excesivamente diferente de la que han vivido otras industrias en los últimos años, como la música, la fotografía, o las noticias. Nuevos jugadores como Spotify, Instagram o Twitter han reconfigurado la generación, percepción y captura de valor en cada uno de estos sectores y han desplazado del mapa a empresas establecidas, como Kodak. El motivo por el que se producen estos movimientos sísmicos es bastante conocido: desarrollo tecnológico a ritmos exponenciales, digitalización e hiperconectividad. Las mejoras exponenciales de productividad en la tecnología han permitido avances hoy tan asumidos como que en cualquier smartphone haya hoy más capacidad de procesamiento que en el operativo informático de la NASA que llevó al hombre a la Luna en 1969, y esta es sólo una metáfora extrapolable a todos los ámbitos de la sociedad (robotización, impresión 3-D, inteligencia artificial, etc…). La digitalización de los contenidos ha alumbrado el nacimiento de una era de abundancia (Peter Diamandis, Singularity University), ya que el coste de reproducir una unidad adicional de información o conocimiento en formato digital es cero. Y cuando un recurso es abundante, es raramente monetizable, de ahí que, por ejemplo, un diario que se limite a ser un mero transmisor de noticias sea difícilmente viable. Finalmente, la hiperconectividad ha hecho posible la irrupción de plataformas como modelo de negocio disruptivo, como airbnb, que en un solo día es capaz de añadir tanta capacidad de alojamiento como cualquier cadena hotelera global en un año, y a coste cero, comparado con millones de inversión para edificar o comprar hoteles.
En educación, la digitalización también ha generado abundancia: los MOOC (Massive Open Online Courses) se han convertido en el libro de texto del siglo XXI (Anant Agarwal, MIT) y por extensión, las plataformas MOOC, como edX o Coursera, en la biblioteca del siglo XXI. Y no sólo las formas estructuradas de información y conocimiento como los MOOC contribuyen a esta abundancia, sino todo el universo de generación de contenidos que es accesible desde un tablet o smartphone. La digitalización ha hecho que el acceso a la información y conocimiento sea algo parecido a un commodity. Otro tipo de plataformas, como Kaggle.com, aprovechan la capacidad de agregación de las masas para resolver de forma colaborativa retos académicos hasta ahora difícilmente abordables. De una manera u otra, el mundo galopa a gran velocidad hacia un escenario de cuasi ciencia ficción en el que los diferentes agentes disponen de información y conocimiento perfecto. Por supuesto, uno de estos agentes son los alumnos, de manera que el rol en el que las instituciones académicas del siglo XX se habían acomodado, de actuar fundamentalmente como transmisores de conocimiento (para su adquisición o actualización), podría quedar desprovisto de valor. Sin embargo, las instituciones académicas no fueron concebidas para la transmisión de conocimiento (únicamente), sino para otros retos más relevantes. Por ejemplo, para la creación de conocimiento relevante. La digitalización facilita la recombinación de ideas y reduce las barreras de entrada a otro tipo de instituciones que son capaces de producir conocimiento útil gracias al acceso al universo global de contenidos, pero la institución académica tiene que ir más allá, profundizando para poder discernir, al mismo tiempo que navegando entre disciplinas que superen la fragmentación. El filósofo Raimon Panikkar decía que el conocimiento fragmentado no es conocimiento. Y también fueron concebidas por supuesto para a través de la experiencia de aprendizaje provocar un impacto transformador en las personas. De hecho, a finales de 2014, Gallup y la Purdue University presentaron el estudio de mayor alcance realizado hasta la fecha para evaluar el nivel de felicidad de miles de antiguos alumnos (30 mil) de diferentes universidades (EE.UU) unos años después de haber finalizado los estudios (Great Jobs, Great Lives. The Gallup-Purdue Index Report). Se evaluaban dos grandes ámbitos: profesional (nivel de vinculación, sentido, realización, proyección, etc…) y personal (bienestar familiar, social, comunitario, económico, etc…). Los resultados del estudio fueron profundamente reveladores: lo determinante para la felicidad varios años después de los estudios no era ni el ranking o prestigio de la universidad, ni el salario que se cobró a la salida, sino el haber tenido profesores y un entorno académico que hubieran ejercido el rol de mentor y que hubieran estimulado al alumno para fomentar su curiosidad por el aprendizaje dentro y fuera de la universidad. Es decir, el rol transformador.
Por lo tanto, de la misma forma que los “robo-advisors” financieros (para los que sospechen, no tienen nada que ver con ningún “robo”, sino con robots) no sustituirán todas las funciones de valor de un asesor financiero, tampoco la abundancia digital sustituirá todas las funciones de valor de la educación. Al contrario, la tecnología facilitará que las instituciones académicas puedan desarrollar de forma más eficiente aquello en lo que tienen una ventaja comparativa. Por ejemplo, el uso de los MOOC puede facilitar la implementación de la metodología denominada flipped classroom, en la que la instrucción tradicional se traslada al formato digital y por lo tanto asíncrono, liberando así espacio-tiempo para aquellas actividades presenciales que son “orquestadas” por profesorado con capacidad de impacto transformador para los alumnos.
En esta función transformadora las humanidades cumplen un papel caudal, porque fomentan la exploración del sentido, el pensamiento crítico y reflexivo, así como la búsqueda de la verdad (con una mirada de no-fragmentación del conocimiento, es decir, de forma integrativa) y la nobleza de espíritu (tomo algunas de estas cualidades del profesor Resina, de Stanford). No en vano, en un mundo en permanente transformación producida por innovaciones radicales, las instituciones académicas no pueden preparar a sus estudiantes o participantes para la linealidad, sino para la solución de problemas complejos e interrelacionados, la disrupción y la exponencialidad. En dichos territorios predomina la ambigüedad y el futuro ya no es una extrapolación del pasado, sino que se construye con la propia acción y la creación de escenarios, en los que la capacidad de articular historias con sentido, dialogar entre disciplinas, activar la creatividad y el “design-thinking se vuelven competencias clave. Ámbitos en los que las humanidades o más ampliamente las “liberal arts” tienen un peso fundamental.
Por lo tanto, en los próximos años podríamos ver como en la educación superior se implanta la robotización y la inteligencia artificial (asesores de contenidos en función de nuestras preferencias), la hiperabundancia digital (plataformas MOOC habiendo crecido exponencialmente y ofreciendo millones de cursos y de recombinaciones de los mismos para obtener micro-certificados) y al mismo tiempo un renacimiento de la universidad como espacio genuino y transformador en el que se aprende a aprender y en el que las humanidades y las “liberal arts” son su parte nuclear, alrededor de la cual crecen otras disciplinas más instrumentales.