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Tribuna
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Educación financiera: más allá de la demagogia

La educación financiera está por fin en la agenda pública. Los que pensamos desde hace tiempo que debía ser una cuestión prioritaria para nuestra sociedad estamos de enhorabuena.

¿Qué ha pasado? Muy probablemente todo empezó con la publicación, el pasado mes de julio, por parte de la OCDE, de los resultados del informe PISA sobre educación financiera, lo cual generó un debate entre la comunidad educativa. Eso era precisamente lo que la OCDE quería cuando empezó a requerir a los Gobiernos y reguladores un mayor compromiso por la educación financiera allá en 2005.

En las últimas semanas el debate se ha intensificado. Han sido claves algunos reportajes de televisión en horarios de máxima audiencia o el lanzamiento del programa para jóvenes de la AEB con la participación de directivos de referencia como voluntarios en las aulas. Todo ello acompañado de posts y una notable actividad en redes sociales.

Ante el debate de si la educación financiera debe darse en el aula, nuestra respuesta es sí. Se trata por el momento en muchos casos de un debate con un claro sesgo ideológico que entre todos deberíamos ser capaces de superar. Para ello considero necesario tomar un poco de distancia y apuntar algunas claves.

En primer lugar, tanto las entidades financieras como las Administraciones públicas, reguladores y supervisores podríamos haber hecho más por educar financieramente a las personas. En España, todo empezó en 2008 con el primer Plan Nacional de Educación Financiera de la CNMV y el Banco de España, y el programa de Valores de Futuro de BBVA. Seguramente si hubiésemos empezado todos 10 años antes, la crisis hubiera sido otra crisis.

En segundo lugar, la falta de cultura financiera es un problema global. Debemos ser conscientes de que el futuro de un país pasa por que las personas y las empresas tomemos siempre decisiones informadas y responsables. En las economías emergentes, el analfabetismo financiero produce menor inclusión financiera, lo que deriva en una mayor desigualdad. En sociedades desarrolladas como la nuestra, la amplitud e innovación en la oferta financiera, así como la mayor exigencia en la gestión de recursos nos lleva también a la necesidad de mayores conocimientos en el uso de los servicios financieros.

En tercer lugar, tal y como recomiendan dos instituciones tan alejadas como la OCDE o la Unicef, la educación financiera es necesaria en todas las etapas de la vida. Existen numerosas iniciativas para adultos, pero también es oportuno empezar pronto, de ahí los programas educativos en el aula que han suscitado el reciente debate. El caso del programa de la AEB es para jóvenes de 15 a 17 años, mientras que el programa Valores de Futuro impulsado por BBVA es para niños de 6 a 14 años.

Ante el debate de si la educación financiera debe darse en el aula, nuestra respuesta es sí. Que debe enmarcarse en una educación en economía, también. Siempre recordaré esa frase que me dijo un niño que participó en uno de los talleres: “Ahora ya entiendo por qué sirven las matemáticas”.

En cuarto lugar, quien debe decidir cómo impartir educación financiera en el aula es el docente. Si la Administración provee de materiales y recursos, fenomenal. Las entidades financieras, las asociaciones de consumidores u otras organizaciones del tercer sector siempre pueden ofrecer propuestas educativas complementarias y de carácter voluntario para que luego el docente valore su utilidad en el aula. Lo importante es que el diseño de los contenidos venga liderado por la propia comunidad educativa, quien vele por su rigor y objetividad. Los voluntarios de entidades financieras solo pueden jugar un rol de apoyo al profesorado, interviniendo a petición del docente para que suponga un estímulo para el alumno y para que le ayude a conectar mejor la reflexión en el aula con la realidad que vive.

Estas cuatro claves me llevan a revisitar la pregunta inicial planteada: ¿por qué debemos superar el debate ideológico?

Pues porque la educación financiera es una cuestión transversal con un relevante impacto para todos y con enorme potencial de generar valor compartido. Para las personas que necesitan ser cada vez más conscientes de sus decisiones financieras, para las entidades financieras que precisan de clientes cada vez más formados, porque les va a facilitar enormemente la gestión prudente de su negocio, y para la sociedad en su conjunto, al fortalecer el sistema financiero y su sostenibilidad,

¿Debemos abordar este reto cada uno por separado sin aprovechar todas las competencias y recursos que tenemos cada uno? La educación financiera debe ser una tarea colectiva y debería ser la excusa para que organizaciones que tenemos nuestras claras diferencias a corto plazo en temas concretos podamos elevar la mirada y trabajar de forma coordinada por un objetivo común a medio plazo: que ayudemos a todos los ciudadanos a tomar mejores decisiones financieras y tener una vida mejor.

¿Por qué no creamos juntos valor compartido?

Antoni Ballabriga es Director global de ‘responsible business’ de BBVA

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