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El Foco
Tribuna
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Encuestas y madurez democrática de los españoles

Si hay algo, entre otras cosas, que han puesto de manifiesto las elecciones autonómicas y municipales celebradas el pasado 24 de mayo en España es la necesidad de las encuestas: concretamente, de las buenas encuestas.

Pocas veces nos hemos encontrado en España con un año electoral tan complejo como el 2015: elecciones autonómicas en Andalucía, Cataluña y otras comunidades, elecciones municipales y elecciones generales. No ha habido muchos años en democracia con tantas citas electorales en que los ciudadanos hayan de retratarse y expresar su opinión sobre muchas cuestiones –económicas, sociales, políticas– mediante el voto. Y todo ello, en un contexto en el que, también por primera vez, ya no hay dos fuerzas políticas dominantes (PP y PSOE), sino, al menos, otras dos –llamadas emergentes– con vocación nacional: Podemos y Ciudadanos.

El cambio de lo que, hasta ahora, venía siendo lo normal, lo habitual –que quizá se convierta en una nueva normalidad, quién sabe: cuatro grandes partidos políticos protagonizando la vida política en España a partir de ahora– ha generado, ya desde las elecciones europeas de la primavera de 2014, un ansia de saber qué va a pasar, un deseo de acabar con la incertidumbre, una búsqueda de certezas en un escenario electoral –no digo ya político–, completamente nuevo.

Este deseo de conocimiento ha puesto de moda, más que nunca, las encuestas, especialmente las preelectorales. Simplificando, hay dos tipos de encuestas: las públicas (o publicadas, puesto que aparecen en los medios de comunicación) y las privadas, que solo conocen aquellos que las encargan. Estos dos tipos de encuestas tienen finalidades distintas: de todos es sabido, así que no escribiré sobre ello.

El cambio de lo que venía siendo lo habitual ha generado un ansia de saber qué va a pasar

Lo interesante es que las encuestas en 2015 interesan a todos, tanto a la población general como a los llamados líderes de opinión. Las encuestas han dejado, quizá para siempre, de ser un coto exclusivo de expertos, para ser herramienta de conocimiento de todas las personas. Esto no es ninguna obviedad. Antes, con el bipartidismo, las apuestas eran a cara o cruz en ayuntamientos, comunidades autónomas y en el conjunto del Estado. Ahora, al menos, hay cuatro grandes fuerzas políticas con opciones –ya lo hemos visto en los resultados de las elecciones del día 24–, primero, de ser votadas, segundo, de obtener representación en las instituciones y, tercero, de gobernar. El cómo se gobierne, sea en solitario o mediante pactos, es ya cuestión política y no electoral y, por tanto, no atañe a las encuestas: a no ser que se pregunte a las personas cuál es su preferencia en este punto: que gobierne, por ejemplo, el partido más votado o que se busquen coaliciones o pactos de gobierno. Y, en muchas encuestas, así se ha hecho.

Los políticos valoran sobremanera –en este escenario inédito que estamos describiendo en la democracia española– las encuestas preelectorales, entre otros motivos, porque les da información para preparar las campañas electorales, elegir candidatos, diseñar mensajes. Y, por supuesto, obtener una tendencia de la orientación del voto, que puede cambiar y, de ahí, que suelan encargar los llamados estudios continuos, que miden esa evolución a lo largo del tiempo.

Ahora, además, sabemos que tanta o más importancia da la población general a las encuestas como los políticos. Un dato que avala esta teoría es que jamás en democracia se habían hecho públicas tantas encuestas en los medios de comunicación: prensa, radio, televisión e internet. Con su correspondiente reflejo en las redes sociales que, mediante la viralización, han hecho llegar encuestas a todos los rincones del ciberespacio. Los medios de comunicación de cualquier formato no hubieran hecho públicas tantas encuestas de no tener la seguridad de que sus audiencias estaban interesadas en ellas.

Lo cual, dice mucho de la madurez democrática de la población general. La política se ha incorporado a los temas de conversación de los españoles. Y, con independencia de las libérrimas opiniones de cada persona, en período preelectoral, tan solo las encuestas proveen de datos, que sirven para tener conversaciones informadas y con argumentos acerca de las campañas electorales y los posibles escenarios de ganadores y perdedores. Luego, es cierto que a los españoles nos interesa la cosa pública, no somos ni frívolos ni superficiales, en general.

Las encuestas han dejado de ser un coto exclusivo de expertos para ser herramienta de todas las personas

Quizá muchos no han leído los programas electorales de los partidos políticos, pero las encuestas han mostrado las preferencias de la población –según variables sociodemográficas– sobre cómo quiere que se gobierne su pueblo o ciudad, o qué orientación de la política económica desea para su comunidad autónoma. Los medios de comunicación han jugado un papel esencial en este ejercicio de fomentar la madurez de nuestra sociedad, al estimular el interés y el debate político, mediante la difusión de encuestas preelectorales. Esto es muy bueno para nuestra joven democracia.

Siempre hemos defendido las encuestas bien hechas, tanto si son públicas como privadas. El caso ideal es el de aquellas encuestas con muestras muy amplias y cuestionarios extensos. De esta manera se consiguen altos índices de confianza y se reduce sustancialmente el margen de error estadístico: en otras palabras, nos acercamos más a la posibilidad de acertar en el resultado real de la votación. Obviamente, los cuestionarios extensos proveen de una gran cantidad de información, de la cual, como dice el refrán, “más vale que sobre, a que falte”. Es un ejercicio de transparencia que también hace mejor nuestra democracia.

Por último, una cuestión aparentemente contradictoria: en los meses previos a las elecciones del 24 de mayo, las muchísimas encuestas disponibles fueron objeto de un gran interés. Pero, al mismo tiempo, las encuestas no han sido protagonistas de titulares, por ejemplo: “De nuevo, las encuestas se equivocan en sus predicciones”. Es un síntoma de que la profesión –los que se dedican a la demoscopia– hace cada vez las cosas mejor, lo cual debería ser motivo de orgullo para todos: sociólogos, políticos, medios de comunicación y, sobre todo, población general, que puede disponer de información fiable, que utilizar para tomar decisiones informadas en algo –tan importante en democracia– como es el ejercicio de ir a votar para decidir el destino del país.

Jorge Díaz-Cardiel es Socio Director de Advice Strategic Consultants

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