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El futuro de la abogacía es tecnológico y se abre a la inteligencia artificial

Por Eugenia Navarro, profesora del departamento de Derecho Público de ESADE Law School

El sector legal está sufriendo cambios disruptivos que nunca hubiese llegado a imaginar el abogado tradicional de genio y figura inmerso en sus papeles y sus pleitos. ¿Qué está pasando? Ni más ni menos lo que ocurre con mercados en competencia imperfecta, con muchos operadores y mucha más oferta que demanda, no sirven los mismos paradigmas que funcionaban hace unos años. La fuerte presión a la baja de los honorarios y los cambios de hábitos de compra han forzado a profesionalizar el sector y a entender los despachos como empresas de prestación de servicios jurídicos. Entender las firmas como empresas no es malo ni va en detrimento de la relación abogado/cliente si no que ayuda a crear unas reglas clara para la prestación de servicios.

La optimización de la gestión empresarial en el sector legal se ha vuelto clave para poder competir e incluso para poder subsistir. Los despachos deben usar las herramientas que utilizan otros sectores e incorporarlas adaptadas a sus especificidades. No me atrevería a hablar del fin apocalíptico de los abogados del que hablaba Richard Susskind, pero ser abogado hoy en día implica también incorporar la gestión y la tecnología a la profesión, estamos hablando de la misma abogacía pero que debe evolucionar en función del entorno, el comportamiento del mercado y por supuesto, los avances tecnológicos.

La tecnología da soporte no sólo a aspectos financieros, contables, o de clientes, sino también facilita la gestión del conocimiento y sobre todo crea plataformas comunes abogado/cliente para generar vías de comunicación fluidas y diferenciales. No se puede alegar que un buen abogado es aquél que se encierra en su despacho y sus escritos son impecables, eso ya no es suficiente. El cliente hoy en día tiene una percepción de igualación de la oferta técnica y la diferenciación entre firmas del mismo rango viene dada por la calidad de la atención recibida y eso depende directamente de la accesibilidad de su abogado. El tiempo de respuesta no sólo es importante para generar una buena percepción del servicio, sino también para ser efectivo. Se calcula que un abogado puede utilizar un 30% de su tiempo buscando información, la tecnología permite y de hecho permitirá la reducción de este porcentaje de manera significativa. Existen proyectos como Watson (IBM) de inteligencia artificial que ya ayudan en la predicción de sentencias y eso que sólo estamos bordeando las posibilidades de su desarrollo en el campo legal. Creo que la tecnología no sustituirá nunca a un abogado, pero sin lugar a dudas, realizará aquél trabajo legal rutinario o commodity.

Lo que no cambiará nunca en servicios profesionales es la importancia de la reputación de la marca. La tecnología y la evolución del entorno digital han conseguido que esa reputación se pueda medir y segmentar, es decir, cómo es y quién es nuestro mercado. Es más, se está trasladando la recomendación "boca-oreja" al mundo “online”.

No obstante, el sector legal ha mirado con recelo a las redes sociales. Los abogados han pensado que la profesión nada tenía que ver con la comunicación o la publicidad ya que como colaboradores de la justicia, teniendo en cuenta la perspectiva ética, no acababan de cuadrar el aspecto de venta con ser abogado. Pero la perspectiva a considerar, más allá de las consideraciones éticas, es entender la comunicación como herramienta de gestión para ayudar a progresar y generar negocio sostenido en el tiempo, entendiendo que los despachos son empresas.

Las redes sociales han generado un gran debate en el sector legal sobre si se deben usar o no. En mi opinión, ese no es el debate, las redes sociales deben usarse siempre que sea viable, es decir, con los recursos adecuados y con los mensajes estratégicos meditados. Sin medios, cualquier error en la red sería imparable con un serio daño a la reputación de la marca, o en el otro extremo, ser inactivo, también tendría un efecto negativo aunque no tan dañino como un error.

Se trata de una herramienta muy potente de comunicación, de gran difusión y que ayudan a construir marca, y lo más importante: asociarla a determinados atributos o valores. La marca sigue siendo un elemento clave en la venta de servicios profesionales y en el sector legal no es ni fácil ni rápida su construcción. Pero las redes ayudan tanto a la creación de marca corporativa como de la marca personal. Esta dicotomía también ha generado debate, debate propio de cualquier servicio profesional. La marca personal siempre se ha creado de una manera u otra entre los profesionales no sólo abogados, si no médicos, arquitectos... Lo que ocurre ahora es que existen muchas más herramientas y entre ellas, las redes sociales de difusión ilimitada ante un buen generador de contenido.

La marca personal y la corporativa deben ir de la mano a través del compromiso con el proyecto. Si no están alineadas, puede resultar negativo para ambas partes.

La crisis y los tiempos duros han hecho que el sector legal esté especialmente agitado con movimientos continuos de socios entre despachos e incluso con la aparición de nuevos micro despachos con socios que emprenden tras no encontrar su espacio en determinadas firmas con estructuras muy rígidas. La marca personal favorece, sin lugar a dudas, el reconocimiento individual y la facilidad de desvinculación de cualquier proyecto.

Las redes sociales y la tecnología ayudarán a moldear el futuro de la profesión. A día de hoy ya existen nuevos modelos de firmas "virtuales" que ya prestan asesoramiento "online" y webs de recomendaciones de despachos o de abogados individuales. No nos debe sorprender, los abogados venden servicios profesionales intangibles, la recomendación sigue siendo la herramienta más eficaz, y ahora se traslada al mundo virtual. El futuro de la abogacía es sin duda tecnológico y con un mundo nuevo que nos abre la inteligencia artificial y los medios innovadores de comunicación que evolucionarán a partir de las redes sociales.

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