Con sello ecológico no dan gato por liebre
No hace tanto, los sellos eran solo para las cartas. Hoy, los sellos ecológicos nos los encontramos en las lechugas, los calabacines, la fruta, la carne, el pollo, la lubina... y hasta en la ropa o los cosméticos. Actualmente existen en España más de 34.000 productores y más de 4.500 industrias con certificación ecológica, es decir, que producen bajo los criterios bio, establecidos por la Unión Europea a principios de los años noventa. Además del sello común europeo, nos podemos encontrar con otras 17 sellos ecológicos más (uno por comunidad autónoma), y algunos privados, que nos pueden ayudar a distinguir si el producto comprado es biológico 100%.
Aunque no existe ningún sistema de control infalible, estos marchamos son los que evitan “que te den gato por liebre”, ya que garantizan no solo que el producto final esté libre de contaminación, sino todo su proceso de producción (de la siembra hasta cosecha), explica Víctor Gonzálvez, coordinador de Sociedad Española de Agricultura Ecológica. Un negocio que genera 1.000 millones de euros.
Pero ¿cómo distinguirlos? Clemente Mata, subdirector general de Calidad Diferenciada y Agricultura Ecológica del Ministerio de Agricultura, aclara que en el caso de los productos envasados es obligatorio llevar el logotipo europeo y el código de la entidad de control, encargada de comprobar que el productor ha cumplido los requisitos fijados por el reglamento europeo, ya sean públicos o privados, pero también pueden llevar los sellos de las distintas comunidades autónomas o sellos de entidades privados. En cualquier caso, también hay que saber que “los términos ecológico, biológico u orgánico y las abreviaturas eco y bio, están reservados únicamente para estos productos, dice Mata.
Tres años tienen que esperar las empresas para poder vender sus productos desde que se obtiene la certificación ecológica, sometida, además, a una inspección anual, como mínimo, y al pago de unas tasas, que oscilan entre los 100 y los 150 euros por hectárea de terreno, dependiendo de la autonomía y cultivo. Esto explica por qué los productos biológicos pueden llegar a costar hasta un 50% más que los convencionales, al menos los primeros años de producción, “hasta que se equilibra el sistema”, arguye Gonzálvez.
Los productos agrícolas fueron los primeros que se apuntaron a lo bio y los que más abundan en los supermercados españoles. Aunque depende del tipo de cultivo, pero también de otras cuestiones como la distribución, el transporte o el número de proveedores, ya se ha conseguido abaratar los precios en las verduras y los tomates, entre otros, casi a niveles de los convencionales.
Algo que no parece que vaya a ocurrir en la ganadería, las aves y otras carnes. “Nunca un pollo con sello ecológico podrá costar lo mismo que uno normal”, dice Gonzálvez. Necesita patio y al menos cuatro meses de crianza frente a los convencionales, que en un mes están ya en la tienda. Esto implica unos rendimientos más reducidos.
Algo similar ocurre con la ganadería. El comprador tiene que saber que la carne puede costar entre un 30% y un 40% más que la convencional, porque además de respetar unos periodos mínimos de engorde, el ganadero está obligado a tener una superficie de pasto mínimo por cabeza de ganado.
También el negocio del vino cuenta con una gran cantidad de certificaciones. Según Agricultura, actualmente en España existen 669 bodegas que producen vino ecológico, cuyos principales requisitos son el uso reducido de sulfitos y de otros productos químicos, la imposibilidad desalcoholizar parcialmente los caldos, etcétera.
Una mención aparte ocupa la ropa o la cosmética, que desde no hace tanto han empezado a portar etiquetas ecológicas. Hay que saber que el sello solo cubre la producción de la materia prima (algodón, lino...), no la manufactura, en el caso de la ropa, y que los cosméticos aún no están regulados en la Unión Europea. Los sellos también son establecidos sobre normas privadas.
Uno de los últimos sectores que ha empezado a producir recientemente de forma ecológica es la acuicultura, regulada apenas hace un par de años. De momento, cuentan con sello ecológico algunos pescados, como la lubina, el rodaballo, la dorada, el esturión o la trucha. “Están regulados algunos pescados, pero no todos están igual de desarrollados”, concluye Mata.
Las claves
El timbre europeo es obligatorio
El sello europeo, común a todos los países de la Unión Europea, es obligatorio para todos los alimentos envasados. Es la garantía de que los productos adquiridos han cumplido las normas de producción, elaboración y distribución recogidas por el Reglamento 834/07 de la UE. Los controles implican, entre otras cosas, el análisis del proceso, la toma de muestras de los productos acabados, que son notificadas anualmente a la Comisión Europea. La Oficina Veterinaria de la CE realiza auditorías periódicas a los Estados miembros.
Una etiqueta por comunidad autónoma
Los logotipos de las comunidades autónomas son iguales, solo cambia el nombre de la autonomía, excepto los de Andalucía, donde se concentra el 50% de las hectáreas de producción ecológica de toda España, y Castilla-La Mancha. Andalucía fue la primera que se descolgó optando por un sello diferente, seguida de la comunidad manchega. En estas regiones, además, la gestión de la certificación está en manos privadas. En otras comunidades, como Aragón y Castilla y León, la certificación es mixta (pública y privada), frente al resto de autonomías, donde la gestión del sello ecológico es pública.
Las privadas también garantizan el producto
En productos donde no existe regulación europea sobre los requisitos que deben cumplir, las empresas se pueden someter a criterios de asociaciones o firmas privadas de certificación que garantizan el carácter natural de los productos en el mercado. Esto es lo que ocurre con la cosmética, donde destacan las certificaciones Ecocert, Cosmebio (en Francia), BDIH (en Alemania) o el universal, Natrue. En cuanto a la madera, tampoco existe regulación de la UE, pero el manejo sostenible de los bosques también puede ser certificado por entidades como FSG, una de las más reconocidas por las ONG de todo el mundo.