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Tribuna
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Obama, Grecia y el futuro económico de EE UU

A dos años del terminar su segundo mandato, el presidente Obama se encuentra con dos grandes retos: por un lado, tratar de conseguir algún tipo de acuerdo con la mayoría republicana en el Congreso para avanzar su agenda legislativa y, por el otro, cimentar su legado y tratar de influir en la agenda económica de su sucesor.

En su reciente discurso sobre el estado de la Unión trató de avanzar en ambos frentes. En su discurso, Obama desgranó el avance económico tan importante que se ha hecho en el último año en el país, donde la economía ha crecido a un ritmo anual del 5% en el último trimestre (el nivel más alto desde el tercer trimestre del 2003); el desempleo ha caído al 5,6%, y el déficit está proyectado a un razonable 3% del PIB en 2015. Los datos de empleo de la última semana –se crearon 257.000 empleos durante el mes de enero, más de lo que esperaban los analistas– confirman que la recuperación económica tiene bases sólidas: en los tres últimos meses se han creado más de un millón de empleos, el dato más alto desde 1997.

Estos resultados validan la respuesta de EE UU a la crisis (con políticas monetarias de la Fed mucho más expansivas y agresivas y con menor austeridad fiscal) y contrastan con la atonía económica, el riesgo de deflación y el pesimismo que sigue emanando de Europa. Además confirman, una vez más, que había alternativa a las políticas de austeridad que seguimos obcecados en implementar en nuestro continente y que el sufrimiento que hemos experimentado en Europa en los últimos años se podía haber disminuido.

No es de sorprender pues que el Gobierno de Obama esté solicitando a Europa mayor flexibilidad con Grecia. Que el secretario del Tesoro, Jack Lew, enfatice que “el mundo necesita más demanda”. O que Obama haya apoyado en público las llamadas de Alexis Tsipras para que la eurozona suavice las políticas de austeridad, reconociendo en una entrevista con la CNN que “no puedes seguir exprimiendo a países que están en medio de una depresión”.

En EE UU, la iniciativa más importante que ha presentado Obama ha sido la de la reforma tributaria. Su propuesta propone recaudar 320.000 millones de dólares durante la próxima década y, al mismo tiempo, reducir impuestos a las clases medias por 175.000 millones durante el mismo periodo.

Sin embargo, la perspectiva de que esta iniciativa sea aprobada por un Congreso de mayoría republicana son remotas. La propuesta aumentaría el tipo impositivo en los beneficios de capital y haría más difícil que se evitara ese impuesto mediante herencias. Esto para el Partido Republicano, que ahora controla las dos Cámaras del Congreso, es simplemente un anatema ya que durante las últimas décadas ha hecho bandera de su determinación en mantener estos impuestos (así como otros que afecten a las inversiones) lo más bajos posible para acelerar el crecimiento económico. Los líderes republicanos son impermeables a cualquier evidencia empírica que pueda llevar a cuestionar sus políticas, por más clara que sea, como recordaba muy recientemente el nobel Krugman en la paginas del New York Times. Lo cual hace muy remoto que esta propuesta pueda tener éxito.

Pese a todo, esta propuesta sigue siendo muy importante porque es un intento de empezar a delinear las líneas maestras del nuevo marco económico que va a separar a los partidos Demócrata y Republicano. Ambos reconocen que hasta ahora la mejora de las perspectivas económicas no ha conseguido reducir las crecientes desigualdades ni aumentar las rentas de las clases medias (los salarios siguen estancados desde hace décadas). Sin embargo, mientras que los republicanos siguen defendiendo la importancia del mercado para reducir estas desigualdades y proponiendo iniciativas que fomenten la capacidad emprendedora e individual, los demócratas quieren que el Estado juegue un papel en disminuir esta brecha.

En un momento en que se cuestionan las diferencias ideológicas, las propuestas de Obama muestran que hay diferentes alternativas y que el Estado todavía puede seguir jugando un papel clave en solucionar los problemas económicos. Obama ya no será candidato en 2016, pero con sus propuestas está tratando de influir no solo en su legado, sino también en los términos del debate que va a marcar la agenda económica de las próximas elecciones en EE UU. Algo deberíamos de aprender en Europa.

Sebastián Royo es viceprovost y catedrático en Suffolk University en Boston. Afiliado al Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard.

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