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Si el consumo avanza, no hay deflación que valga

El consumo ha avanzado en el mes de diciembre a tasas anuales desconocidas en lo que va de siglo, y ha permitido que la media anual del año 2014 sea positiva (1%) por vez primera desde 2007, último año antes de la crisis. Este comportamiento de la demanda demuestra que los temores apocalípticos de deflación son infundados. No hay deflación que valga

El descenso del índice de Precios de Consumo hasta el 1% en diciembre pasado por la virulenta caída de los precios del petróleo y su correlato en el coste de los carburantes no tiene nada que ver con la deflación, un infundado temor que enarbolan los del vaso medio vacío. Es una evidencia que la caída de precios es puntual, no afecta a todas las rúbricas del índice y tiene poco que ver con la caída del consumo.

Tiene más que ver con la caída de los costes de producción, aunque muchos de ellos están altamente condicionados por la actitud recatada del consumo privado en los últimos trimestres. Pero la relación directa entre demanda y precios en España no responde a la regla general; casi nunca ha respondido. Desde que se inició la crisis y durante los siete años en los que el PIB ha descendido, lo ha hecho el consumo medido por el índice de comercio minorista, y no por ello los precios han estado bajo control y desde luego nunca hasta ahora habían logrado cerrar un año completo en negativo. Solo en 2014 ha sido así por la fuerte presión del desplome del crudo. La subida sistemática de precios demuestra que encubre una subida sistemática de costes y produce una sistemática destrucción de actividad, de empresas y de empleo.

La deflación es una caída generalizada de precios y por una temporada aceptable de tiempo. No ocurre tal cosa ahora, porque para ello debe haber una contracción del consumo a la espera de reducciones adicionales de los precios, que es el verdadero riesgo deflacionista, porque pone en circulación un circulo vicioso de caídas de precios con caídas de ventas, caídas de salarios, caídas de empleo, caídas de PIB ciertamente destructivos.

Que tal riesho exista en Europa, sobre todo en economías maduras, no quiere decir que se vaya a reproducir en España. Y desde luego el mejor indicador de que tal posibilidad es remotísima es que el consumo privado repunta con fuerza en los últimos meses, siendo el motor verdadero del crecimiento del PIB, como consecuencia de varios factores: fuerte crecimiento del empleo (400.000 consumidores con renta regular más que hace un año), bajada de los precios del crudo, reducción de la factura del endeudamiento por la caída sistemática de los tipos de interés de referencia, pequeño descenso de los impuestos, ... y un giro de 180 grados en la percepción de la realidad económica que construye las expectativas de los consumidores.

La sociedad española es todo menos deflacionista. Es inflacionista; amiga de las subidas de precios, como amiga de las subidas de salarios, porque no acaba de entender que es la estabilidad de ambas cosas la que permite generar riqueza a base del avance de la productividad. La inflación, la subida continua de precios, no es el mejor amigo del hombre, sino el mayor enemigo del ahorro y de la población que vive de sus salarios, puesto que merma su poder de compra de manera sistemática.

La situación ideal es la actual, en la que los precios son estables y la renta disponible de la gente crece cada trimestre, más por avance del empleo (mejor mecanismo de reducción de la desigualdad conocido) que subidas de salarios. La deflación es una simple amenaza muy lejana; se trata, en todo caso, como ya dijimos en este periódico utilizando una expresión afortunada, de deflación de la buena.

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