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En busca de la reindustrialización de Europa

La cuarta revolución industrial pide paso

Conectada al universo Big Data, la nube y el Internet de las cosas, la fábrica 4.0 sacude los pilares de la producción tradicional

Getty
Miguel Ángel García Vega

Este año será el de la fábrica 4.0. El cambio tecnológico más importante en décadas. Con ella llega la cuarta revolución industrial. Auspiciada por tecnologías como las impresoras 3D (que podrán fabricar casi cualquier objeto a medida), el Internet de las cosas o el universo Big Data. El mundo dejará atrás la máquina de vapor de agua (James Watt, siglo XVII), la producción en cadena (Henry Ford, siglo XX) y las tecnologías de la información (finales del XX). De hecho, la irrupción de esta experiencia interconectada cambiará desde la logística a la relación de las empresas con los clientes. ¿Cómo?

Al igual que el espantapájaros del Mago de Oz, que al término del cuento consigue su propio cerebro y cobra verdadera vida, la cuarta revolución industrial busca su autonomía tecnológica. Su mente. El Internet de las cosas (objetos conectados a la red de forma autónoma), el Big Data (análisis de grandes volúmenes de datos) y el universo de la nube (almacenamiento digital) se interconectarán en los procesos de fabricación; y nada volverá a ser como antes. “Se podrán crear productos a la carta diseñados por el propio consumidor que lleguen a su casa en un tiempo y a un coste razonable”, relata Enrique Benayas, director del Instituto de Economía Digital de ESIC. En este nuevo espacio se recurrirá a las impresoras 3D, a la realidad aumentada, a la recreación virtual de los procesos fabriles e incluso a la robótica colaborativa. Como si lo hubiera imaginado el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov.

Pero este futuro no puede narrarse sin entender el pasado, y sus errores. Muchos países occidentales (España no fue una excepción) pensaron que podrían mantener su industria nacional y a la vez deslocalizar parte de sus procesos fuera del país a la búsqueda, sobre todo, de mano de obra barata en territorios en desarrollo. Craso error. Esas naciones asimilaron y aprendieron ese conocimiento importado, crearon sus propias industrias y generaron potentes redes comerciales. ¿Consecuencia? Sacaron de la partida a bastantes empresas occidentales. Para no regresar. “No queremos reindustrializar nada”, apunta José Antonio Herce, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI). “Lo que se fue no tiene que volver; si vuelve ha de ser algo novedoso”. Pero la pérdida es profunda. Un trabajo de The Boston Consulting Group revela que Estados Unidos ahorraría 50.000 millones de dólares (43.000 millones de euros) al año sí recuperara el 30% de lo deslocalizado en Asia.

Consciente del sinsentido, la Unión Europea se ha lanzado a esta ambición reindustrializadora y ha propuesto que el PIB industrial europeo pase del 14% actual al 20% dentro de su estrategia 2020. Entre medias, España debe restañar, también, su pérdida. En 1970 la industria suponía el 34% de la riqueza del país, hoy anda en el 13%. Sin embargo, ¿será posible este crecimiento cuando solo un 1,3% del PIB nacional se dedica a I+D? La UE anda en el 2,08%. Difícil. Pero… “La falta de gasto público es relevante, pero innovar no es solo responsabilidad del sector público”, matiza Enrique Verdeguer, director de Esade Madrid. “En Estados Unidos, las diez primeras organizaciones con más patentes son empresas”.

Con esos desafíos en el aire irrumpe la cuarta revolución industrial en forma de fábrica 4.0 (AFI prefiere hablar de “neoindustria”). En ella, la tecnología manda. Solo la inversión global en el Internet de la cosas alcanzará –según un informe de Accenture– 500.000 millones de dólares (431.000 millones de euros) en 2020. Un 2.400% más si lo comparamos con 2012. Hay enormes esperanzas bajo el dintel de la puerta. “La gran ventaja de esta planta 4.0 es que el coste marginal es nulo o casi nulo, con todo lo que esto implica”, reflexiona José Luis de la Fuente O’Connor, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. “No digamos nada si algunas piezas, al menos del prototipado o el utillaje, es posible crearlas a medida con impresoras 3D. Se pueden ensayar cientos de opciones para miles de usuarios”. El cambio es copernicano. En los próximos 20 años –sostiene Siemens– se producirán más bienes y servicios que en los últimos 50. Y esa fabricación será muy distinta.

Coches en 14 semanas

“Volkswagen tendrá que ser capaz de fabricar un coche en 14 semanas porque la demanda de los consumidores será tan rápida que los procesos de fabricación resultarán muy elásticos. Porque manda la personalización”, observa Pablo González, socio de consultoría de Ernst & Young. Es más. El grupo Michelin está incorporando sensores en sus neumáticos que, en combinación con sistemas de lectura, ayudan a que los camiones consuman menos combustible. Mientras, el fabricante de coches Daimler AG ha desarrollado un servicio de alquiler, Car2Go, que reemplaza a la clásica oficina de arrendamiento centralizado por una aplicación para los teléfonos inteligentes con la que los usuarios acceden a los vehículos sin importar dónde están aparcados.

Son dos ejemplos de esa revolución industrial que se basa en la “conectividad”. Esta palabra “lo cambia todo”, asegura González. La firma tecnológica Cisco calcula que estamos a un 2% en este aspecto a nivel mundial. Cuando fabricación, logística, encargo y diseño se alineen, no solo con la propia planta, sino con el cliente, la transformación será radical. Tanto que nos hallaremos frente a la marmita de oro al final del arco iris: “Aprender a fabricar productos personalizados a precios de masas”, explica Rosa García, presidenta de Siemens. En la búsqueda de este nuevo El Dorado se impone el concepto de fabricación aditiva (additive manufacturing). Aquí las impresoras 3D marcan el paso. Y aunque Gabriel Cabezas, socio director de manufacturing de Deloitte, no cree que “sustituyan (al menos a medio plazo) a la fabricación tradicional de piezas estructurales”, nadie duda del cambio que representan. Cada vez son más baratas (1.300 euros) y populares.

Pero entre tanta técnica, ¿qué será del factor humano? ¿La cuarta revolución industrial dejará más paro? “La tecnología no conlleva un riesgo laboral. Al contrario. Las personas tendrán una importancia creciente”, prevé Benayas. “Estamos en la era del talento y las emociones”. Aunque la lírica encaja, a veces, mal con la mecánica. “La fábrica cada vez se digitalizará más y cambiará el perfil del trabajador. Aumentarán las personas que investigan o programan”, incide Rosa García. ¿Pero cómo se transforma a un operario en un programador? Parece complicado que en un primer momento no se pierda empleo.

Una Administración (de verdad) digital

La introducción (eficiente) de la tecnología en la Administración modificará nuestras vidas. Imaginemos. Cambia la justicia, la sanidad, la policía o la detección del fraude. La información judicial estará unificada y casos, duros, como el de Mari Luz (que permitió dejar libre a una persona con antecedentes), serán impensables. Habrá, también, un identificador único de pacientes y cualquier facultativo podrá acceder a nuestro historial médico. Aunque será en los territorios del fraude donde –como relata Wolfram Rozas, profesor de la Escuela de Organización Industrial– “el uso de la tecnología resultará más notable”. Aplicada a la Seguridad Social o la sanidad procesará miles de transacciones, declaraciones fiscales y creará modelos que detectan engaños. Pero hay que ir con tiento. “En un contexto de debilidad de las finanzas, los gestores han de elegir los cambios tecnológicos que quieren introducir con mucho cuidado”, advierte Cándido Pérez, socio responsable del sector público de KPMG.

“No tiene sentido incorporar tecnología que permite modificar la forma de gestionar y que todos los procesos continúen siendo iguales. Esto es lo que ha sucedido en el pasado”. Un ejemplo. En bastantes administraciones se han informatizado muchos procesos pero, a la vez, se sigue manteniendo un canal paralelo en papel. “Hay que evitarlo”, avisa Pérez. Para ello llegan nuevos aliados. Apunten. El Big Data (reconoce incidencias y asigna con precisión los recursos), el Open Data (aporta a los ciudadanos los datos generados por los servicios públicos: policía, energía, suministros...), la tecnología de movilidad (el Ayuntamiento vuelca en nuestros teléfonos inteligentes información de utilidad pública) y la nube (almacenamiento masivo de datos).

Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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