Barroso deja una Comisión impotente y desautorizada
Tras 10 años al frente del organismo europeo, José Manuel Barroso deja a la principal institución de la UE sumida en una grave crisis de identidad, desbordada por la crisis económica, impotente ante la supremacía de Berlín y desautorizada por el resultado de las elecciones del 25 de mayo.
Quien tome el relevo de Barroso el próximo 1 de noviembre tendrá que hacer frente a la titánica tarea de recuperar el protagonismo de una Comisión que, junto a Francia y Alemania, solía ser el trimotor de la UE.El proceso de sucesión del portugués se pondrá en marcha esta misma semana, en la cumbre europea del jueves y viernes, con su correligionario del Partido PopularEuropeo, Jean-Claude Juncker, como destacado aspirante a sucederle.
El nombramiento de Juncker suscita el rechazo frontal de Londres, por lo que no cabe descartar que se retrase o incluso se frustre.
Pero sea Juncker u otro el elegido, se encontrará una Comisión que durante los dos mandatos consecutivos de Barroso (de 2004 a 2014) ha dejado de ser la referencia inexcusable de la política europea.
Barroso no es el único ni el principal culpable de ese deterioro, debido en gran parte a la deriva intergubernamental alimentada por Angela Merkel, la canciller alemana más euroescéptica de la historia de la UE. Pero como cabeza visible de la Comisión, Barroso quedará identificado con uno de los períodos más oscuros de Bruselas.
Defensores y detractores reconocen al ex-primer ministro portugués un excelente olfato político y una gran capacidad de trabajo, imprescindible para un puesto que se suele definir como uno de los más duros de la política mundial. Sus dotes de comunicación políglota también han sido un activo innegable, en claro contraste con la escasa habilidad en ese terreno de sus dos inmediatos predecesores, el italiano Romano Prodi y el luxemburgués Jacques Santer.
A pesar de su talento político, el portugués no ha evitado la pérdida de influencia de Bruselas
Aun con todos esos puntos a su favor, la Comisión de Barroso parece haber naufragado. Pero más por omisión y falta de coraje político que por flagrantes errores o incompetencia.
Durante su primer mandato (2004-2009) Barroso se esforzó en desactivar un organismo que durante el lustro anterior había incomodado, y mucho, a las principales capitales de la UE, hasta el punto de que Francia y Alemania hicieron saltar por los aires el Pacto de Estabilidad esgrimido por el comisario Pedro Solbes para castigar a los dos países por su déficit excesivo. El resto de comisarios no eran menos belicosos, con una agenda muy ambiciosa en la aplicación de las normas de competencia, en los procesos de liberalización o en política medioambiental.
Barroso frenó en seco una ofensiva tolerada por Prodi y que levantaba ampollas en París o Berlín. Durante varios años impuso el laissez faire y supeditó cualquier iniciativa al visto bueno previo de las capitales.
Bruselas desapareció del mapa y la Comisión de Barroso mutó en una especie de híbrido entre secretariado y think tank. Pero la historia le jugó una mala pasada al portugués y una crisis económica sin precedentes puso al descubierto la peligrosa pasividad de un organismo anestesiado.
A duras penas, Barroso logró ser reelegido en 2009. El entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, maniobró para abortar su candidatura y nombrar a alguien menos tolerante con los mercados financieros. París logró, al menos, la cartera de Mercado Interior, con la que el comisario Michel Barnier ha regulado las actividades (agencias de calificación, derivados, etc.) que Barroso y su anterior comisario, Charlie McCreevy, dejaron de libres de normas.
En la recta final de su mandato, Barroso ha intentado recuperar protagonismo con un discurso muy europeísta. Demasiado tarde. Las capitales ya no confiaban en él. Y él no puede esperar el apoyo de un organismo que bajo su mandato se ha dejado arrinconar sin plantar cara a Berlín.
Ajuste de cuentas a los tecnócratas en la sombra
“Son gente como Catherine Day (en la foto) la que ha provocado el desastre”, arremete un eurodiputado del PPE en la anterior legislatura contra la poderosa secretaria general de la Comisión Europea. “Ella, Klaus Welle [secretario general del Parlamento] o Uwe Corsepius [el mismo cargo en el Consejo] son mandarines en la sombra, solo preocupados por el reparto de cargos, mientras los palos en los mítines y en las urnas nos los llevamos nosotros”, añade la misma fuente tras el batacazo de los dos principales partidos (PPE y Socialistas).
La diatriba refleja tanto la necesidad de buscar culpables por los errores de Bruselas en la gestión de la crisis como el malestar ante unos organismos que, para algunos, han dejado su alma política en manos de funcionarios que marcan la agenda entre bambalinas. Hannes Swoboda, eurodiputado y lider del grupo socialista en la legislatura recién terminada, cree que el mal llega hasta la cúpula de la Comisión. “Antes los gobiernos enviaban políticos, pero ahora muchos comisarios son tecnócratas”, se queja Swoboda. Este austriaco apuesta por una nueva “politización” de la Comisión, que debe arrancar por la designación como presidente del candidato que ganó las elecciones, aunque sea su rival Jean-Claude Juncker.
Comienza la estampida de miembros de la Comisión
El 1 de julio, con el arranque de la nueva legislatura, la Comisión Europea perderá a algunos de sus miembros más prominentes, que ocuparán el escaño logrado en las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo. El vicepresidente de Asuntos Económicos, Olli Rehn, dejará su cartera definitivamente, tras cederla temporalmente, como otros seis comisarios candidatos, durante la campaña. Finlandia enviará como comisario a Jyrky Katainen, recién dimitido como primer ministro del país. La vicepresidenta de Justicia, la luxemburguesa Viviane Reding, y el vicepresidente de Industria, el italiano Antonio Tajani, también cambiarán la Comisión por el Parlamento.