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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las señales de las cuentas de la banca

Las entidades financieras españolas han rendido cuentas del primer trimestre del ejercicio. Y en ellas se refleja algo muy similar a lo que está ocurriendo en el conjunto de la economía:una leve mejora en la mayor parte de sus constantes vitales. Este cambio de tendencia se sustenta sobre dos cuestiones de fondo. En primer lugar, se produce tras haber encajado una crisis histórica, que se ha llevado por delante el universo de las cajas de ahorros y que ha forzado al conjunto de la banca a efectuar provisiones multimillonarias para tratar de cubrir esa especie de agujero negro en el que se convirtió el negocio ligado al ladrillo. La segunda cuestión de fondo es casi una cuestión de principios. Las cuentas de resultados del primer trimestre del año muestran a las claras que las entidades financieras españolas han decidido volver a los orígenes, retornar al catón de negocio de siempre:conceder créditos y controlar la generación de los ingresos denominados recurrentes, sin recurrir a fórmulas de carácter extraordinario, como puedan ser las plusvalías por la enajenación de activos o el trading en los mercados. De ahí que la mejora del margen de intereses –debido básicamente a que el coste de la financiación se ha recortado– y la tímida pero significativa caída de la morosidad –la primera que se produce desde el estallido de la crisis– sean las dos grandes noticias de este arranque del año para las entidades financieras.

En definitiva, las cuentas de resultados de los bancos se están vistiendo de normalidad. Que no es poco. No obstante, para que esa normalidad se instale, aún falta subir un escalón, que el crédito fluya más. Es cierto que en los últimos meses, la concesión de préstamos se está desperezando. Pero no con la intensidad suficiente. Y este no es un problema sencillo de resolver, porque ha entrado en una especie de espiral maldita, perversa. Por un lado, los clientes se quejan de que las entidades ponen demasiadas dificultades para la concesión de un crédito, de la tal manera que en muchos casos se convierten en misión imposible.

En el otro lado de la mesa, los bancos defienden que tienen las líneas abiertas, pero que no hay demanda mínimamente solvente y que las exigencias del regulador no les dan mayor margen de maniobra. Es muy posible que ambos tengan razón. Y es más que seguro que este nudo solo empiece a deshacerse cuando la recuperación sea más evidente y cuando el consumo y la actividad empresarial den los primeros pasos con algo más de firmeza. De momento, hay aspectos que invitan al optimismo. Un ejemplo: prácticamente todas las entidades están poniendo en marcha planes ambiciosos –tanto en fondos como en talento– para captar el siempre anhelado mundo de las pymes. Un éxito en este segmento puede ser el banderazo de salida definitivo para la normalización del crédito.

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