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Columna
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La raíz de todos los males

Los grandes bancos de inversión están enviando circulares sobre las horas de trabajo. Bank of America afirma que los empleados jóvenes necesitan por lo menos cuatro fines de semana de descanso al mes. Credit Suisse y Goldman Sachs también están preocupados por los efectos negativos de unas semanas de trabajo que a menudo se extienden hasta las 100 horas. Tales notas son mejor que nada, pero no pueden curar las culturas enfermas de estas instituciones.

Para empezar, estos moderados esfuerzos laborales parecen quedarse a medias. Hay excepciones para los acuerdos en vivo y no se mencionan las penas para los trabajadores que se mantengan en su después de la medianoche o para sus jefes. E incluso si las sugerencias se siguieran al pie de la letra, dejarían a los banqueros jóvenes trabajando mucho más de la semana normal de 40 horas dispuesta por la ley estadounidense en 1938.

Pero estas instituciones no son empresas normales. Pagan a sus trabajadores mucho más, se espera mucho más de ellos, y tienden a olvidar que se supone que los empleados están para servir a los clientes y no para aprovecharse de ellos. Las numerosas denuncias por competencia desleal en el sector son un signo del problema cultural. El beneficio es lo primero en el parqué. La gestión de riesgos, lo segundo. La ética, poco más que un punto lejano en el horizonte.

La crisis financiera debería haber expuesto los peligros de la dependencia institucional de la ambición amoral. Las exorbitantes recompensas para actividades económicamente dudosas ayudaron a dirigir los bancos en la dirección equivocada. Sin embargo, mientras los líderes de la industria han admitido cometer algunos errores, todavía no ven defectos fundamentales en la forma en que sus empresas operan. Los reguladores están tomando medidas drásticas sobre el capital, pero parecen impotentes a la hora de cambiar la forma en que los bancos miran al mundo.

La falta de una verdadera revolución cultural es algo desafortunado. Los jóvenes acaban trabajando innecesariamente duro, pese a las circulares. Y la economía sufrirá por confiar en unas instituciones financieras incapaces de distinguir el bien del mal.

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