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Columna
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Escocia rechazará la independencia

Los escoceses decidirán en septiembre si se separaran de Reino Unido. La legislación nacional de Edimburgo podría revitalizar la economía escocesa, reforzar el orgullo nacional, y hacer frente a una percepción arraigada de que reciben un trato injusto de Londres. Sin embargo, el plan de secesión es erróneo, ya que se basa demasiado en la generosidad del resto del Reino Unido.

Alex Salmond, el primer ministro de Escocia, independentista, podría haber vendido una imagen atractiva de una Escocia libre con una moneda propia. Un banco central independiente escocés podría entonces haber tomado el mando de la política monetaria y fijado los tipos de interés a niveles más adecuados a las necesidades de las empresas escocesas.

Pero si Escocia fuera independiente, sus finanzas serían complicadas. Es cierto que en 2011-12 el déficit presupuestario de Escocia fue del 5%, en comparación con el 7,9% para el Reino Unido en su conjunto. Pero eso implica asumir que Edimburgo puede mantener el 94% de los ingresos del petróleo del Mar del Norte, que son volátiles y que se prevé que se reduzcan. Westminster también gasta un 10% más, por persona, en Escocia que en Reino Unido en su conjunto. Para equilibrar el presupuesto, Salmond tendría que recortar el gasto público o subir los impuestos.

Salmond dice que una Escocia independiente conservaría el uso de la libra, se uniría a un área esterlina, y miraría hacia el Banco de Inglaterra para regular sus bancos comerciales. No está claro cómo funcionaría, pero cualquier sistema necesitaría compromisos. Londres podría insistir en que Edimburgo comparta más los ingresos del petróleo, o asuma una parte mayor de la deuda nacional del Reino Unido.

La independencia, en teoría, es una idea respetable. Pero dado que lo que se ofrece es apenas digno de la palabra, es probable que los escoceses concluyan que es mejor permanecer en Reino Unido. Votarán no.

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