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Robert Levine, autor de Parásitos, critica las prácticas de las empresas tecnológicas en internet

“El valor de la cultura va más allá de lo económico”

Pablo Monge
David Marcial Pérez

¿Cuánto pagaría usted por un teléfono que no le diera acceso a su música favorita, que no le permitiera leer el diario o ver los vídeos más ingeniosos de Youtube? Esta pregunta retórica apunta directamente al corazón del espinoso debate sobre el valor de los contenidos culturales y su convivencia con la tecnología y su industria. Para responder a la cuestión, el periodista Robert Levine ha escrito un libro: Parásitos, un acontecimiento editorial en el mercado anglosajón de hace un par de años recientemente editado en España por Ariel. La conclusión del libro bien puede resumirse en el elocuente subtítulo: “Cómo los oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura”. Invitado por la Fundación SGAE, Levine defendió su crítica a la “ideología de Silicon Valley” en un encuentro organizado por el Observatorio Internacional de la Propiedad Intelectual (OIPI),que reunió a representantes del mundo editorial y las sociedades de gestión de derechos de autor.

“La creación cultural tiene una vertiente económica, pero su valor va más allá de lo económico. De hecho, está siendo difícil hacer compatibles las dos facetas. La propiedad intelectual hace funcionar la economía y la tecnología. Las revoluciones tecnológicas recientes se han apoyado siempre en la creación. Pero si no hay inversión en el sector cultural, un smartphone se convierte de golpe exclusivamente en un teléfono”, señala Levine.

Ese cruce de caminos, entre la tecnología y los contenidos culturales, es el lugar de nacimiento de OIPI, un foro de debate donde se mezclan casi todos los actores con intereses en esta encrucijada: creadores, productores de cine y música, la propia Administración (Cultura y Telecomunicaciones), entidades de gestión de derechos de propiedad intelectual, empresas digitales y de contenidos. “Nuestra idea es trabajar por los modelos de convergencia entre cultura y tecnología, pero donde la creación sea el pilar esencial de esos nuevos modelos”, apunta José Manuel Gómez Bravo, presidente de OIPI y director de propiedad intelectual del grupo Prisa (editor de Cinco Días)

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“Lo fundamental es la creación, pero es necesario mantener la parte de inversión de la tecnología. Hay que trabajar por un equilibrio entre el derecho del autor y el desarrollo tecnológico”, señala Carmen Cuartero, de Cedro, la entidad de gestión de escritores y editores.

Levine defiende en su libro la estrategia comercial de medios como The Wall Street Journal o The New York Times. Diarios que cobran por el acceso al contenido de sus versiones digitales. “La gente considera el muro de pago como un asunto moral. Lo que creo que es estúpido. Ahí tienes a The Guardian, un gran periódico que ha optado por darlo todo gratis y que tiene problemas. No digo que cobrar por tus contenidos sea la manera óptima, pero tampoco creo que sea una cuestión moral, sino de qué es lo más útil para que el negocio funcione”.

Curtido como periodista musical en cabeceras como Billboard o Wired, Levine conoce bien los entresijos de la industria. Ante el argumento de que las multinacionales han sido incapaces de adaptarse al nuevo ecosistema digital y contentar las demandas de una nueva generación de consumidores, no duda en lanzar el dardo de vuelta. “Todo el mundo ha cometido errores. Pero la industria se ha flagelado mucho por no haber encontrado la solución mágica sin tener en cuenta que partían con desventaja"

En su opinión, hay un obstáculo legal que ha impedido que los sellos discográficos pudieran crear un iTunes antes que Apple. "Si las cuatro o cinco principales productoras de música se hubieran sentado en una mesa a negociar una plataforma conjunta de contenidos online para su repertorio, se hubieran encontrado con problemas legales por infringir el derecho a la competencia. Por eso tienen que ser empresas de fuera del sector las que den esos servicios”. Esa es su explicación a que los modelos más solventes de explotación de contenidos en la red estén en manos de Apple o Amazon.

Pese a tomar partido por los autores y la industria cultural, Levine intenta escapar de análisis excesivamente simplistas. “No hay solo dos bandos. Un buen ejemplo es el modelo Spotify. Es una empresa tecnológica que ha hecho muy buenos acuerdos con los sellos discográficos. Pero su negocio no es tan bueno, sin embargo, para los anunciantes y es desastroso para los músicos”. Según los cálculos del propio servidor de música en streaming, cada reproducción de una canción supone para el bolsillo del autor apenas 0,006 dólares, mucho menos de un céntimo de euro.

El nuevo reparto de la tarta cultural

No cree que los cambios tecnológicos hayan transformado tanto el valor de la creación cultural, algo que es “difícil de medir pero que es importante por lo que inspira o simplemente por lo que entretiene”. Lo nuevo es más bien el reparto de la tarta cultural. “El poder económico se está desplazando de las empresas tradicionales como, por ejemplo las salas de cine, a los intermediarios en internet. Lo diferente es que antes la sala de cine tenía que repartir algo de los beneficios con los autores y ahora en el mundo digital el dinero apenas se reparte y se lo quedan los distribuidores e intermediarios como Youtube”.

El ejemplo más claro de ese desequilibrio de fuerzas lo representa, en su opinión, Google, propietaria a su vez de Youtube. “Es muy difícil llevar a cabo un negocio en internet porque ellos tienen ya todo el negocio. Google tiene un 98% de cuota en su mercado. Yo no querría negociar con nadie con ese poder”, sentencia.

La Comisión Europea está, de hecho, investigando al gigante tecnológico estadounidense por posibles prácticas anticompetitivas. Los editores de periódicos y revistas de Europa, los demandantes en este caso, tienen la esperanza de conseguir un nuevo reparto de los beneficiosos de sus noticias. “Creemos y valoramos mucho la tecnología porque nos permite llegar a un número grande de usuarios. Pero creemos también que tiene que existir una ordenación razonable donde nuestro contenido reciba la justa remuneración”, explica Irene Lozano García, directora general de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE).

La llamada cultura libre y las licencias abiertas como las creative commons (CC), que permiten la copia, modificación y distribución de la obra en las condiciones que decida el autor, están también en el punto de mira de Levine: “Lo primero es que no puedes negociar los términos de esos contratos. Y como todo contrato beneficia al que lo ha redactado, los que salen de la fundación CC, que está financiada por las empresas de internet, beneficia a las empresas de internet”.

Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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