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El Quimicefa de la solvencia

Desde que empezó a barruntarse el último encaje político-financiero-fiscal para ayudar a la banca más solvente del mundo, es decir el aval público a los activos fiscales diferidos, no pude evitar pensar en el Quimicefa, el juego con el que los niños podían realizar sus propios experimentos químicos en su propia casa que permite, entre otras cosas y según su página web, “crear un volcán con refresco de cola”.

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Pues eso. Mezclando ayudas públicas en la medida justa para que no afecten al déficit y exprimiendo las normas de capital de Basilea la banca española ha conseguido 30.000 millones de euros de capital adicional. Podrá cumplir con Basilea, superar las pruebas de estrés y presumir de que hemos salido de un rescate en el que nunca entramos. Nuestros próceres sacarán pecho. Pero sigue siendo un volcán hecho con refresco de cola.

Un activo fiscal diferido es un derecho que una empresa ha adquirido frente a Hacienda: normalmente se generan por pérdidas acumuladas (que permiten que, cuando la empresa entre en beneficios, pague menos impuestos) o por gastos que han mermado el beneficio pero no cuentan fiscalmente, por lo que las empresas pagan más impuestos de lo que deberían. En este último apartado cuentan las provisiones.

Los activos fiscales diferidos tienen el efecto de provocar un menor pago de impuesto sobre beneficios. Por lo que, para que sirvan para algo, la entidad debe tener beneficios sobre los que pagar impuestos. Y aquí es donde entra papá Estado: la norma del pasado viernes especifica que los ciudadanos avalan esos activos fiscales diferidos por 30.000 millones de euros: si la entidad que tiene los DTA no tiene beneficios en el periodo estipulado para activar los DTA, o quiebra, el Estado responde de ese capital.

De este modo, y a cambio del aval público, los DTA sí computan como capital a efectos de Basilea III. La banca ya no necesita captar nuevo capital ni vender activos para salir bien en la foto. El Estado, por otra parte, se evita un nuevo dolor de cabeza de un modo que no tiene que desembolsar, de momento, dinero, ni se le descuadra el déficit. Ya lo hizo con el banco malo, avalando la deuda emitida por esta entidad para no tener que abrir el cofre del dinero.

Vale. ¿Y ahora? ¿Es hoy la banca española más solvente? Probablemente, no. Al menos, desde mi punto de vista. Y espero tener razón; me enseñaron en su día que el capital es algo que permite absorber pérdidas, y no veo claro el orden de prelación, esto es, en qué medida la entrada en pérdidas de una entidad implica que el Estado tiene que soltar dinero de forma automática. Si los DTA absorbiesen pérdidas supondría mayores inyecciones de dinero en la banca (y a cambio de nada, para no romper la tradición). Es decir, o bien los DTA no absorben pérdidas y no sirven para nada, o bien sí absorben pérdidas y lo que estamos viendo no es sino otro manguerazo de dinero público.

Lo explica, bastante mejor que yo, Juan Luis García Alejo: es la solvencia de la Señorita Pepis. Fitch detalla en una nota que se trata de una medida puramente cosmética, y con maquillajes como éste la banca española gana tiempo; si pasa el corte del BCE (ya conté antes que espero que así sea) no necesitará capital a medio plazo, lo que significa que no habrá más rescates. Así que, dentro de lo malo, mejor avalar con refrescos de cola que inyectar capital. Otro debate es si ganar tiempo como fin en sí mismo sirve para algo. Pero eso es otra historia. 

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