‘Expreso mi vergüenza’, (‘I express my shame’)
Gerhard Fritz Kurt Schröder, 25 de enero de 2005
Supervivientes de Auschwitz-Birkenau. Damas y caballeros: quisiera darle las gracias al Comité Internacional de Auschwitz por invitarme hoy a hablar aquí ante todos vosotros. A mi parecer, una invitación como esta no es algo que se pueda dar por hecho todavía. Sería cómodo para nosotros, los alemanes, permanecer en silencio frente a lo que fue el mayor crimen de la historia de la humanidad. Las palabras de líderes mundiales suenan inapropiadas cuando se confrontan ante la absoluta inmoralidad y el sinsentido del asesinato de millones.
Buscamos una explicación racional para algo que va más allá de la comprensión humana. Buscamos respuestas definitivas, pero en vano. Lo que queda es el testimonio de unos cuantos supervivientes y sus descendientes. Lo que queda son los restos de los sitios donde ocurrieron esos asesinatos, y su registro histórico. Lo que queda también es la certeza de que esos campos de exterminio fueron una manifestación del mal absoluto.
El mal no es una categoría científica o política. Sin embargo, tras Auschwitz, ¿quién podría dudar de su existencia y de que se hizo manifiesto en el genocidio que llevó a cabo el régimen nazi impulsado por el odio? Pese a ello, reconocer este hecho no nos permite eludir nuestra responsabilidad culpando de todo a un Hitler demoniaco. El mal manifiesto en la ideología nazi no apareció de la nada. Había una tradición detrás del ascenso de esta brutal ideología y de la pérdida de inhibición moral que la acompañó. Por encima de todo, es necesario decir que la población respaldó la ideología nazi en su momento y que contribuyó a ponerla en práctica.
La gran mayoría de los alemanes hoy no carga con la culpa del holocausto. Pero sí carga con una responsabilidad especial. El recordatorio de la guerra y el genocidio perpetrado por el régimen nazi se ha vuelto parte de nuestra constitución viva. Para algunos, este es un peso difícil de acarrear.
No obstante, este recuerdo es parte de nuestra identidad nacional. El recuerdo de la era nazi y de sus crímenes es una obligación moral. Se lo debemos a las víctimas, se lo debemos a los supervivientes y a sus familias y nos lo debemos a nosotros mismos.
Es cierto, la tentación de olvidarlo es muy grande. Pero no sucumbiremos a ella. El monumento conmemorativo del holocausto en el centro de Berlín no puede restablecer las vidas o la dignidad de las víctimas. Quizá puede servir a los supervivientes y a su descendencia como símbolo de su sufrimiento. Nos sirve a todos de recordatorio del pasado.
Hay algo que sabemos con seguridad. No habría libertad, no habría dignidad humana y no habría justicia si olvidáramos lo que sucedió cuando la libertad, la justicia y la dignidad humana fueron violadas por el poder gubernamental. Esfuerzos ejemplares están siendo llevados a cabo en muchas escuelas alemanas, en empresas, en uniones sindicales y en las iglesias. Alemania se enfrenta a su pasado.
De la Shoa y del terror nazi ha surgido para todos nosotros una certeza que no podría ser mejor expresada que con las palabras ‘nunca más’. Queremos conservar esa certeza. Todos los alemanes, pero también todos los europeos, y la comunidad internacional entera, necesitan continuar aprendiendo a convivir juntos con respeto, humanidad y en paz.
La Convención sobre la Prevención y Castigo del Crimen del Genocidio fue un efecto directo del Holocausto en el derecho internacional. Exige que la gente, independientemente de su cultura, credo y origen racial, respete y proteja la vida y la dignidad en todo el mundo. Vosotros, en el Comité Internacional para Auschwitz, apoyáis esto con el trabajo ejemplar que realizáis en nombre del interés de todos.
Junto a vosotros, inclino mi cabeza ante las víctimas de los campos de exterminio. Aunque los nombres de las víctimas se desvanecieran en la memoria de la humanidad, su sino no será olvidado. Permanecerán en el corazón de la historia”.
Traducción: Lucía Cores
EL DISCURSO DE LOS LÍDERES. Sección elaborada por profesores de Esade que analiza algunos de los principales discursos de los cien últimos años bajo la óptica de las lecciones que pueden extraerse para el management.
Las ‘memorias históricas’ de Alemania y España
Al leer el discurso que pronunció el excanciller G. Schröder el 25 de enero de 2005, para conmemorar los 60 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, es difícil evitar que vengan a la memoria vivencias de la guerra civil de nuestro país.
Aunque las circunstancias no son comparables, también en los años anteriores y posteriores a nuestra guerra tuvo lugar entre nosotros el equivalente a lo que Schröder llama un “genocidio impulsado por el odio”. Al tratar de reconstruir hoy la memoria histórica, existe el riesgo de que la atención se fije casi exclusivamente en los crímenes que se cometieron por el bando franquista, ya que los que ocurrieron en el bando republicano se dieron a conocer ampliamente terminada la guerra. En uno y otro bando hubo asesinatos y persecuciones por motivos ideológicos y por venganzas personales y, como dijo Schröder a los supervivientes de Auschwitz y a sus familiares, aunque resulte difícil comprender esta tragedia porque “el pasado no puede ‘superarse’ porque es pasado, su rastro y las lecciones pendientes de aprender de él se extienden hasta el presente”.
Afortunadamente, desde que se instauró la democracia en nuestro país y nuestra economía normalizó su evolución, se ha recuperado entre nosotros la convivencia ciudadana, respetando las diferentes ideologías que se han ido alternando en el Gobierno por el juego democrático. Pero en situaciones de crisis especialmente graves como la actual, existe el peligro de olvidarse del pasado y fomentar actitudes como las que provocaron las tragedias mencionadas.
También en Alemania se recuperó la convivencia y la prosperidad económica, primero al establecerse el régimen democrático en la República Federal en 1948 y, después, con la reunificación con la República Democrática en 1990. En 1998, al perder las elecciones legislativas la democracia cristiana (CDU) por la victoria del partido socialdemócrata (SPD) fue elegido canciller Gerhard Schröder, que se encontró con una situación económica poco boyante porque no se habían amortizado todavía los costes de la reunificación. Y en su segundo mandato, a partir de 2002, Schröder se enfrentó con la necesidad de llevar a cabo reformas estructurales en el mercado de trabajo y en la protección social para superar una situación económica que no acababa de despegar.
El canciller Schröder, cuando pronunció el discurso que comentamos, al principio del 2005, vivía una situación muy desagradable políticamente por las reformas sociales que puso en ejecución, hasta el extremo de que tuvo que convocar elecciones anticipadas para el 18 de septiembre de ese año. A pesar de ello, se mostró tajante al afirmar que “el recuerdo de la era nazi y de sus crímenes es una obligación moral..., pero la tentación de olvidarlo es muy grande... Hay algo que sabemos con seguridad: no habría libertad, no habría dignidad humana y no habría justicia si olvidáramos lo que sucedió cuando la libertad, la justicia y la dignidad humana fueron violadas por el poder gubernamental. Esfuerzos ejemplares están siendo llevados a cabo en muchas escuelas alemanas, en empresas, en uniones sindicales y en las iglesias. Alemania se enfrenta a su pasado”.
Esta experiencia de Alemania debería estimularnos también a nosotros para que, a través de las instituciones democráticas y, de un modo muy particular, de los medios de comunicación, desterremos todo lo que pueda recordar el ambiente previo a la guerra civil y el que siguió en los primeros años de su terminación. Pues para terminar con las palabras de Schröder: “Todos los alemanes, pero también todos los europeos, y la comunidad internacional entera, necesitan continuar aprendiendo a convivir juntos con respeto, humanidad y en paz”.