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Eurofobia inglesa

Desde el primer rescate de Grecia en mayo de 2010, la prensa anglosajona y especialmente la inglesa ha sido implacable con la moneda única. Prestigiosos medios de comunicación ingleses han dedicado innumerables portadas, informes, crónicas y análisis al supuesto inminente hundimiento de la eurozona. Su pasión por desacreditar a la mayor unión monetaria mundial parece no tener límites.

Nadie discute (incluso el FMI lo reconoce) que los paquetes de rescate de los periféricos se deberían haber diseñado mejor. Es innegable que la austeridad ha sido excesiva, y que la canciller Merkel y sus aliados luteranos deberían tolerar un aumento de la inflación en sus países, mayores estímulos a corto plazo de los prespuestos de la UE y del BEI y acelerar la unión fiscal y bancaria. Hay aspectos de los rescates que hace dos años cuestiono a las autoridades sin recibir respuesta. Por qué despedir a funcionarios cuando se les puede ofrecer una reubicación geográfica y de tarea? Un funcionario despedido sale mucho más caro que uno que continua aportando en una labor más productiva.

La animadversión de ciertas publicaciones inglesas con la eurozona bate todos los récords y ya es irracional. El euro existe desde 1999, es la segunda reserva mundial y su uso va en aumento, incluso fuera de la eurozona. A los 17 miembros actuales de la eurozona y sus más de 300 millones de habitantes se añadirá Letonia en enero de 2014. Un euro vale más que un dólar, y la cotización de la moneda única se ha mantenido estable desde el inicio de la crisis. Por todo ello, y por la solidez de los países miembros de la eurozona, el BCE sólo tuvo que anunciar que compraría bonos en el mercado secundario en septiembre del año pasado para que las primas de riesgo de los periféricos y de España disminuyeran dramáticamente.

Irlanda y Portugal ya han vuelto a colocar deuda en el mercado, y en 2014 se prevé puedan volver a financiarse en los mercados con total normalidad. Portugal ya ha realizado dos terceras partes de la consolidación fiscal exigida bajo el programa de rescate, y el progreso de Irlanda es notable. España ha conseguido asimismo recuperar la confianza de los mercados. En julio de 2013, el bono a diez años sobrepasó el 7% y la prima de riesgo superaba los 600 puntos. Ahora el bono cotiza al 4,8% y la prima es de 319 puntos.

No quiero aburrir con más datos. Pero a nuestros amigos ingleses de la City habría que repetírselos cada día, pues no cesan con sus pronósticos catastrofistas, que a menudo incluyen una desmembración de la eurozona y la desaparición de la democracia en Europa continental. Lean sino la última perla de The Economist, en un número con artículos minando la confianza en Portugal e Irlanda y con un pseudoanálisis basado en otro estudio académico muy cuestionable, que esta vez compara la eurozona con el patrón oro después de la Primera Guerra Mundial. Nadie niega que haya resurgido el populismo y los partidos radicales a raiz de la crisis, y que el apoyo a la integración europea disminuya. Pero de ahí a pronosticar que los problemas de la eurozona son similares a los de la Europa de los años 30 hay una distancia enorme que un semanario de prestigio como The Economist debería avergonzarse en recorrer. Gobiernan partidos de centro-derecha en la mayoría de estados de la UE o coaliciones entre centro-derecha e izquierda. En España no hay ningún partido que respalde la disolución de la eurozona. La eurozona y el BCE cuentan con estructuras de funcionamiento, mecanismos de intervención y recursos para frenar cualquier ataque contra el euro. El estado de ánimo de las clases medias, aunque tocado por la crisis, no se puede comparar al de los años treinta.

Y, aunque se cumplieran los vaticinios de los eurófobos ingleses, una disolución de la eurozona (por la que los mecados no apuestan) conllevaría un regreso a las antiguas monedas, no a dictaduras y otra guerra. Porque existe la UE, uno de cuyos máximos logros es la integración económica y política progresiva de sus 28 estados miembros, a pesar de todas las zancadillas al proceso que Londres ha puesto en los últimos sesenta años. Quizás nuestros amigos ingleses harían bien en arreglar sus propios problemas que The Economist afortunadamente también describe --una economía sin crecimiento basada en el consumo y la deuda. El nivel del PIB del Reino Unido aún es inferior en 3,8% al de 2008, registro que la coloca en penúltimo lugar del G20. El Reino Unido se situa en el lugar 159 de 163 países en ratio de inversión respecto a PIB. Su inversión ha descendido un 25% en cinco años en términos reales, situándose en 13.5% del PIB (promedio mundial 24%). El anémico crecimiento británico se basa casi exclusivamente en consumo y endeudamiento.

Es decepcionante tener que disgustarse con un país que ha aportado tanto en otros sentidos. Pero los ingleses deberian arreglar sus propios problemas antes de apostar contra un proyecto --el euro -- que es irreversible y ha generado mucha prosperidad. Se han cometido excesos, pero también en los países anglosajones ha habido burbujas inmobiliarias. Quizás tanta crítica al euro obedece a un deseo de la City de captar toda la inversión (productiva y especulativa) que la moneda única nos proporciona.

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