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El Foco
Tribuna
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Objetivo: crear empleo en Europa

Durante las tres últimas décadas muchas empresas han deslocalizado parte de sus actividades hacia países emergentes (offshoring), con el objetivo de conseguir ventajas competitivas. Pero las cosas están cambiando; la tendencia podría suavizarse e incluso llegar a invertirse (reshoring). Según un estudio reciente de la consultora McKinsey, enfocado al mercado estadounidense, durante el periodo 2009-2011, el 26% de las empresas consultadas manifestaron la intención de externalizar su producción a otros países, mientras que en el periodo 2012-14, esta predisposición había mermado al 23%. Cuando les preguntaron si deseaban recuperar la producción en EE UU, las respuestas a favor de este flujo inverso para los mismos periodos temporales se incrementaron del 9% al 19%.

 La externalización aporta ventajas de sobra conocidas, pero tiene efectos colaterales. Por ejemplo, en los países desarrollados puede inducir desempleo, especialmente en los colectivos con menos cualificación (aunque con excepciones y contrapartidas).

Algunos factores que influyen en este cambio de tendencia podrían ser los siguientes: los salarios y los costes de las economías emergentes aumentan; los costes de fabricar en las zonas más desfavorecidas de los países ricos empiezan a equipararse a los emergentes, cuando se cuantifican los gastos en transporte y aduanas, además del riesgo inherente a la propia cadena de suministro (desastres naturales, guerras o problemas técnicos con el transporte); la innovación, calidad y respuesta rápida a las necesidades del mercado se puede resentir cuando hay mucha distancia entre donde se diseña y se fabrica; ciertas compañías opinan que se han excedido en el proceso de externalización a gran escala; los costes de energía en EE UU están disminuyendo significativamente, sobre todo gracias a la creciente explotación del gas pizarra (shale gas); existe un riesgo de pérdida de propiedad intelectual y conocimiento, tanto en I+D como en tecnología de producción, por el hecho de fabricar productos en determinados países extranjeros.

Pero hay más factores que se unirán a los anteriores para frenar este flujo offshore. El auge creciente de la fabricación aditiva es uno de ellos (impresión 3D), aunque por el momento estos sistemas están restringidos a la producción de prototipos, pequeñas series o piezas especiales. La fabricación aditiva permite producir en cualquier lugar y augura jugosas ventajas: plazo de disponibilidad corto, superación de ciertas limitaciones de los procesos tradicionales y mejor aprovechamiento de los materiales.

Algunas consultorasse aventuran a decirque el flujo de ‘offshoring’ cesará a partir del año 2022

Los costes de la energía en EE UU están disminuyendo, sobre todo por la creciente explotación del gas pizarra

Es cuestión de tiempo para que su utilización se expanda a productos más orientados al consumo, con la ventaja de poder producirlos cerca del lugar de consumo y adaptarlos a medida para un cliente final exigente. Otro factor a contabilizar es la disminución continuada de los precios de la robótica y manipuladores industriales.

En este contexto, algunas consultoras ya se aventuran a predecir que el flujo de offshoring cesará a partir del año 2022 (Hackett). En la misma línea, el Boston Consulting Group estima que hasta el 2020 podrían generarse entre dos y tres millones de puestos de trabajo en EE UU, gracias a este efecto reshoring. En definitiva, es razonable pensar que a nivel estratégico y a largo plazo, la externalización hacia otros países se irá reduciendo lentamente y ello contribuirá a un retorno lento de los puestos de trabajo hacia los países desarrollados, especialmente en EE UU. Por extrapolación, esta tendencia también se debería manifestar en Europa, aunque con menos intensidad, ya que el grado de externalización alcanzado no es el de Norteamérica. Pero pongamos que se puedan generar entre un millón y un millón y medio de puestos de trabajo en el Viejo Continente en los próximos ocho años.

Obviamente, desde una perspectiva del mercado laboral se agradece, pero no parece suficiente para compensar las carencias que imperan en la actualidad. Así que si se desea crear muchos puestos de trabajo y reindustrializar a Europa, habrá que recurrir a otras opciones. Un recurso potente que aflorar viene de la mano de la ecología, y especialmente de la huella de carbono que deja cualquier producto o servicio durante todo su ciclo de vida.

Si se repercutiera una tasa consolidada sobre cada producto por el rastro de contaminación que deja en su ciclo completo (no solo en alguna fase de su fabricación, como es el caso de la tasa de emisión de CO2), el impacto en coste experimentaría cambios en función de dónde se produce el bien. Por ejemplo, ya no tendría sentido mover tantos camiones o aviones de un lado para otro, contaminando mucho más que si el producto se fabricara en un área de proximidad al consumo.

No se trata meramente de una cuestión de responsabilidad ecológica, sino de repercutir los costes generados en el medioambiente de una forma más justa entre todos los actores que participan en el mercado. Actualmente hay varias iniciativas en proceso para informar, contabilizar, tasar e incluso un mercado de derechos de emisión de dióxido de carbono, lo que incide parcial e indirectamente en la formación de precios de los bienes, pero cuando se extiende sobre todo el ciclo de vida surgen una serie de inconvenientes: metodologías de cálculo adecuadas para cada caso, gestión de informes, auditorías, etiquetado, etc. El asunto es complejo ya que, para un determinado producto, puede existir una larga cadena de suministro y distribución, con la participación de numerosas empresas en el proceso (y con actividades muy heterogéneas). No obstante, todos estos inconvenientes son potencialmente solucionables mediante la tecnología y el desarrollo de protocolos robustos (no se trata de hacer simplemente un manual de buenas prácticas).

Si se implantara un sistema de esta índole, en que se paga por la totalidad del coste que se incurre a lo largo de la totalidad del ciclo de vida para cada producto (capital, laboral y ecológico) o, por lo menos, se acelera la implantación de diversas propuestas relacionadas directa o indirectamente con esta cuestión, la situación podría cambiar de forma considerable. La iniciativa se convertiría en un catalizador para la reindustrialización de Europa, se crearían miles de puestos de trabajo en los países desarrollados y se aseguraría una mayor sostenibilidad del planeta a largo plazo. Para conseguirlo hace falta un gran acuerdo político entre los países implicados y acelerar este proceso fiscal.

Xavier Alcober es Ingeniero y empresario. Autor de ‘El mercader de la felicidad’

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