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Editorial

La travesía del desierto para la banca

El sector bancario inicia la era posrescate, posprovisiones y posrecapitalización, que de manera generalizada todas las entidades afrontaron en 2012 por exigencias legislativas nativas, con dos decretos muy exigentes sobre cobertura de riesgos sobrevenidos del rescate de unas cuantas entidades. Y los resultados del primer trimestre del año, que sirven para alumbrar los venideros, no distan mucho de los de 2012. Como persiste la caída de actividad económica, persiste la caída del crédito; como persiste la contracción de la demanda, persiste la contracción de los márgenes; como prosigue la reducción de los recursos, prosigue el encarecimiento de las comisiones por servicios; y solo haberse librado del corsé de las provisiones extraordinarias logra dar la vuelta a la evolución de las cuentas, con ligeros incrementos de los beneficios. Además, por vez primera en muchos años, el anclaje geográfico de los bancos globales ha tenido peor desempeño del acostumbrado.

La banca es siempre víctima doble de las crisis financieras, puesto que si primero lo es por la destrucción del valor de sus activos, posteriormente se vuelve también contra la actividad crediticia la pérdida de riqueza y el bloqueo de las expectativas de los agentes no financieros. El propio fenómeno virtuoso del desapalancamiento, ese en el que están involucrados familias, empresas y hasta el Estado y que escasamente está a medio camino del óptimo, genera una contracción obligada en los balances de la banca que convierte su actividad en una lenta carrera hacia la jibarización.

Por tanto, la banca debe acostumbrarse en España a componer su cuenta de resultados con carteras de crédito estancas, en el mejor de los casos, y con mejoras de eficiencia solo ganadas contra los costes del factor trabajo y tecnológico, así como recomposiciones de los márgenes que en algunas firmas han comenzado a aparecer ya. Las entidades, por poca visibilidad en la solvencia de la demanda y por la presión de las provisiones, han entrado en una espiral conservadora del negocio que tiene que ser quebrada con iniciativas gubernamentales o de la autoridad monetaria, como única vía de provisión de crédito a las miles de iniciativas empresariales de pequeño tamaño, que ahora quedan baldías por falta de financiación.

Los costes de financiación mayorista han comenzado a ceder, en la misma medida en que la liquidez ha ido apareciendo para entidades que antes la tenían casi secuestrada. Pero la responsabilidad del BCE es garantizar la transmisión de su política monetaria a todas las zonas que administra por igual. Si las empresas de una zona tienen que pagar un coste más elevado, sea por falta de liquidez, sea por regulación bancaria, sea por expectativas, o sea por cualquier circunstancia ajena a la actividad bancaria, la eurozona a distintas velocidades es un hecho, y debe ser corregido.

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