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Bitcoin: el tulipán que quería ser dinero

No es un ordenador personal, aunque se parece. Su cometido es mucho más concreto: es un aparato de minería de bitcoins. Está programado para realizar complejas operaciones matemáticas planteadas por el sistema que, una vez solucionadas, crean bitcoins, la moneda virtual que tan de moda está las últimas semanas.

Bitcoin es, pues, una moneda virtual. No es la única. Hay cada vez más divisas virtuales, unas ligadas a videojuegos tipo World of Warcraft, otras a dinero real (Facebook credits). Lo que diferencia a Bitcoin del resto es que sus monedas ni tienen utilidad en algún mundo virtual ni tienen el soporte de dinero "de verdad" ni una liquidación central del balance de los usuarios. Además, Bitcoin nace con el propósito aparente de convertirse en una suerte de moneda de referencia en la Red.

La minería o extracción de bitcoins, como ya hemos dicho, se hace a través de ordenadores o de cacharros especializados como el de más arriba. La exigencia de los problemas planteados por el sistema está determinada para controlar la oferta de bitcoins según un patrón definido. De este modo se evita la inflación atribuida a las políticas de los bancos centrales. También debido a esta oferta limitada, son necesarios aparatos y software especializados para extraer bitcoins. 

La otra gran diferencia de bitcoin es el sistema de intercambio descentralizado, similar al intercambio de archivos P2P (bitTorrent etc). Cuando un usuario realiza una transacción con otro, ésta se valida en toda la red de bitcoin a través de un sistema de claves públicas y privadas, de modo que el dinero se mueve de un sitio a otro sin pasar por una cámara central. En este sentido, las transacciones son anónimas, gratuitas y no se pueden rastrear.

Quizá el éxito (cuando menos mediático) de Bitcoin se explique por esta contraposición al dinero estándar: libre de autoridades y, por tanto, no sometido a la (presunta) manipulación de los bancos centales. Libre también de las tarifas del sistema bancario y de posibles agujeros, y libre también de impuestos o posibles confiscaciones públicas. Es un dinero, también, anónimo y no rastreable.

En realidad, la fiebre por bitcoin se parece mucho a la fiebre por la inversión en oro. Ya saben: el dinero fiduciario está controlado por los bancos centrales, que lo imprimen y pierde valor con el tiempo. Y el dinero que tenemos en el banco está sujeto tanto a los impuestos como a la confiscación o a la quiebra de entidades que, en fin, no siempre son tan de fiar como nos gustaría. Por eso Bitcoin atrae tanto a geeks fascinados por el impresionante y elegante desarrollo informático de la idea como a libertarios contrarios al monopolio de la emisión de moneda por parte de los bancos centrales.

No obstante,el control autónomo de la oferta, que comparten bitcoin y el oro, tiene un problema. Lo explica (muy bien, como siempre) Sala i Martí en este artículo. Primero, hay una confusión de base entre el dinero y Bitcoin (o el oro): no es lo mismo un medio de pago que una reserva de valor. La limitación de la oferta hace de bitcoin (o del oro) una buena reserva de valor.  

El oro ha adquirido a lo largo de los siglos una condición de valor refugio que, en todo caso, tampoco le protege de estar sometido a burbujas especulativas. Su carácter fungible, su relativo poco peso en relación a su valor y una oferta limitada explican que haya sido usado como dinero. Bitcoin, en principio, podría jugar este papel.

Pero hay algunas contradicciones en el planteamiento de bitcoin como dinero. 

Primero: cuando se trata de operar con dinero, la gente tiende a ser bastante tradicional. Si en el siglo XXI el oro sigue siendo un valor refugio es por cuestiones históricas. El oro ha sido tradicionalmente aceptado como medio de pago más o menos universal, tanto en ausencia de otras divisas como, en situaciones extremas, en competencia con otras cuya calidad percibida es menor. Como socialmente se ha aceptado oro, se puede usar el oro como moneda de cambio. Porque el valor de uso del oro para quién lo compra es cero. Bitcoin tampoco tiene valor de uso (al menos, el dinero del World of Warcraft sirve para comprar pócimas mágicas); pretender una divisa de nuevo cuño ideada por uno o varios brillantes criptógrafos sea ampliamente aceptada es, cuando menos, extremadamente optimista.

En segundo lugar, Bitcoin "libera" al usuario de algunos problemillas ligados al dinero tradicional. Que es fiduciario, es decir, no está respaldado por nada más que por una institución, para nosotros el Banco Central Europeo. Con los riesgos que ello conlleva. Pero, como contraposición a ello, surje otro dinero, también fiduciario, pero respaldado por un algoritmo.  El uso del dinero es un acto de fe, y por eso es habitual que países inestables usen el dólar como moneda de facto, en vez de la moneda local. Bitcoin solo cambia el objeto de la fe. 

Finalmente, y lo más importante de todo, el dinero sirve para algo en la medida en que otras personas lo acepten. Yo no cobro la nómina en euros por las características intrínsecas de éste, sino porque los euros me sirven para muchas cosas: comprar comida, pagar la hipoteca, darme algún capricho y, en todo caso, ahorrar para el futuro, momento en el que cambio los euros por algún activo financiero o los "presto" al banco a cambio de un interés. 

¿Por qué querría yo cobrar en bitcoins? ¿Podría pagar la reforma de la cocina en bitcoins? ¿O un libro? Quizá en un futuro. De momento, bitcoin apenas se usa, y es que los incentivos para ello son más bien escasos. Solo se me ocurren tres motivos para comprar bitcoins: O bien por ideología (el sistema está muerto, o en su defecto hay que matarlo), o por cuestiones legales (debido a la falta de trazabilidad de las operaciones) o por cuestiones especulativas, es decir, porque creemos que los bitcoins valdrán más mañana. 

Y, de hecho, este último motivo parece ser el más relevante, a la luz de este gráfico que señala el valor en dólares de cada bitcoin .

Una moneda que multiplica su valor por 10 no es muy de fiar. La fiebre por comprar bitcoins es, evidentemente, una burbuja, como ha habido tantas en la historia (con la particularidad de que es aún más autorreferente que otras). Y, como todas ellas, tiene detrás una historia bonita e interesante. Como cuenta Felix Salmon, la correlación entre el impacto mediático de Bitcoin (búsquedas en Google) y su precio es casi perfecta. Ha sido el bitcoin, pero ayer fueron los tulipanes y los sellos. El problema es que nadie querrá como divisa algo tan inestable, que igual que sube puede bajar.

La idea de un código fuente abierto creado por criptógrafos anónimos que cambia la historia del dinero es tentadora, desde luego. Pero, de momento, yo no me gastaría 22.000 euros en una máquina que fabrica monedas virtuales. El dinero es goloso pero, al final, siempre es conservador.

Eso no quita que, en cierto sentido, bitcoin tenga algunas características muy interesantes. Sobre todo porque se parece mucho, muchísimo, al dinero en efectivo, como reconoce el propio BCE en este informe del año pasado sobre divisas virtuales.

No obstante, aunque sea la alternativa más sexy del lugar, bitcoin no es la única experiencia de "dinero paralelo", y que la atención mediática (inlcuida, quizá, esta entrada), es excesiva. No tengo cifras a mano, pero me atrevo a decir que el oro del World of Warcraft es más "líquido" que los bitcoins. Y me parecen mucho más interesantes me parecen las experiencias de las Q-coins en China o de los M-Pesa en Kenia (entrada del compañero David Pérez al respecto), ambos respaldados por el dinero real, no competidores de éste. 

Y ahora llámenme viejuno, o esbirro a sueldo del club Bilderberg. Me gustan algunas cosas de bitcoin, otras no tanto, pero no lo veo como dinero, sino como un extraño activo financiero. Al menos, a día de hoy.

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