La crisis agrava la brecha autonómica
Entre los inevitables efectos de las crisis económicas destaca el acentuar -en el sentido de agravar- los problemas, deficiencias y divergencias anteriores a su inicio. Así ha ocurrido con los desequilibrios de riqueza que existen en el modelo territorial español, cuyo proceso de convergencia económica ha sido interrumpido y profundamente dañado por la recesión. Los datos del PIB de 2011 constituyen una radiografía elocuente de la línea que separa las regiones más ricas de España -País Vasco, Navarra, Madrid, Cataluña, La Rioja, Aragón y Baleares, por ese orden- de las más pobres: Extremadura, Andalucía y Castilla-La Mancha. Desde el año 2000 las diferencias de renta entre comunidades había ido estrechándose de forma constante, una tendencia que se ha visto abruptamente truncada por la caída del PIB que ha traído consigo la crisis. Ello explica que la brecha entre la renta per cápita de la región más próspera -País Vasco- y de la más pobre -Extremadura- alcanzase el año pasado la friolera de 65 puntos básicos, el nivel más alto desde 2003. Pese a que el aumento de la desigualdad no se traduce automática e inevitablemente en un aumento de la pobreza, la renta media de un extremeño en 2006 equivalía al 70% de la española, mientras que hoy ese porcentaje es solo del 65%. Entre los elementos que explican esta situación no figura solamente la crisis, sino también a factores como el de la despoblación territorial. Sin duda que las dos autonomías más ricas -País Vasco y Navarra- deben parte de su prosperidad a los beneficios de su particular modelo de financiación, pero también, y en mayor medida, a otras circunstancias, como el aumento de habitantes que han experimentado en los últimos años, el hecho de que su modelo de crecimiento no se haya basado en la construcción en igual medida que el de otras regiones o el que su sector industrial haya afrontado con mayor habilidad la recesión.
Ello no ha impedido que desde el inicio de la crisis un creciente discurso reivindicativo en términos de esfuerzo económico de unas regiones respecto a otras haya ido cobrando fuerza, especialmente en las comunidades con mayor presencia nacionalista. La multitudinaria manifestación celebrada el martes en Barcelona es un ejemplo de cómo la recesión puede agravar las tensiones y excitar los ánimos de una población que solo percibe el propio esfuerzo e ignora el realizado -en igual o mayor medida- por sus vecinos. Todo ello constituye una amenaza para la estabilidad política y el progreso económico de España, además de un paso atrás en el seno de una Europa que avanza hacia una mayor y más fuerte integración. Manejar ese escenario requiere altas dosis de responsabilidad, prudencia y consenso por parte de todas las fuerzas políticas. Una tarea en la que sería un grave error minusvalorar unas sensibilidades regionales de las que depende la prosperidad de España.