Jóvenes, ¿qué futuro buscáis?
El presente es sombrío, el futuro incierto, quizás aún más gris. La generación de jóvenes mejor preparados de nuestra historia encuentran sin embargo las puertas cerradas. Les han bautizado de distintas formas. Al principio, los excesos de esta sociedad hedonista y consumista les llamaban los mileuristas, afortunados aquellos que ganaban al menos ese umbral en torno a los mil euros, hoy ni siquiera eso, solo desempleo, maletas y marcharse fuera como sus abuelos. Ahora se ha popularizado el anatema eslogan de generación perdida. Los precarios, los indiferentes. Y a aquellos que ni estudian ni trabajan se les ha llamado generación nini.
Algunos informes les han acusado de parásitos sociales. Afortunadamente los jóvenes no son, en todo caso, una masa uniforme y homogénea compacta igual. Al contrario. Pueden agregarse, pueden desagregarse en individualidades aisladas. Son grupales, forman colectivos a los que une alguna seña de identidad, tribal o no. Pero no son todos iguales. No son parásitos. Es injusto tildarles de tal. Han crecido solos. Los padres en no pocos casos han claudicado de sus deberes como tales.
Cómo vive hoy y qué espera también hoy la juventud española es una incógnita que solo ellos pueden responder, pero también preguntarse a sí mismos. El futuro les pertenece, pero el presente les golpea con indisimulada acritud. Se nos dice, y es verdad, que estamos ante la generación mejor preparada. Es cierto, pero hay que contrastarla con otra variable, la mejor preparada de entre los que se forman, estudian y preparan. Pero ¿y el resto, los que no se preparan?, ¿qué futuro tienen los que ni estudian ni trabajan? Aquí está la clave, la retórica, la demagogia.
¿Qué presente tienen los miles de jóvenes que no estudian, no porque no pueden, sino porque no quieren, y los que no trabajan no porque no quieran sino porque no pueden?, ¿verdaderamente son y serán protagonistas de sus vidas y dueños de sus acciones y su porvenir inmediato? El informe último de la OCDE es contundente, dramático, sin asperezas. El 24% de los españoles entre 15 y 29 años ni estudia ni tampoco trabaja. La cuarta parte de una juventud que mañana serán a su vez padres. Realidad incontestable, a peor formación, mayor desempleo, a peor cualificación, conocimiento y formación, menores oportunidades de inserción no solo en el mundo laboral, también en los límites de una sociedad que no perdona, que no tiene sensibilidad, que no respira por sus poros humanidad, tampoco comprensión.
¿Qué está fallando?, ¿la familia, el colegio, la universidad, la formación profesional, los valores? O simplemente somos el reflejo de un magma identitario y que como espejo reflejo se proyecta en las sociedades europeas y occidentales. ¿Ha quebrado la sociedad occidental actual? Y si lo ha hecho ¿por qué?, ¿en dónde?, ¿desde cuándo?, ¿cómo ha sido?, ¿por qué no hemos reaccionado, no hemos querido darnos cuenta antes de una situación que marcará próximas generaciones?
Qué hace de nuestro país un caso aparte, donde nos salimos de las frías estadísticas y superamos todas las medias. ¿Por qué está roto el equilibrio, la ecuación educación/Estado de bienestar frente a la propia autorresponsabilidad del individuo y la familia que son los protagonistas y también los obligados a la formación, la educación? Hay futuro, sí, pero no es lo mismo creer que uno lo escribe que se lo escriben, si es que somos dueños de nosotros mismos. Las cifras están ahí, pero más que la insensibilidad de unas cifras que varían y asustan, está la realidad, indolora e incolora, monotematizada de una realidad en la que el contraste no es este 24%, sino el resto.
¿Qué hacer?, ¿cómo? Dos buenas preguntas que todos debemos tratar de responder. No ahuyentando nuestras responsabilidades como padres, como miembros de la sociedad o la comunidad que alguna vez Tönnies prefirió disociar. Caminamos entre alambres de incertidumbre, excusas y desasosiego, prisioneros de un individualismo tan atroz como cegador. No queremos ver una realidad que no nos afecta si no nos señala, o nos roza. Nuestros hijos están ahí, y ellos ya no tendrán el colchón que nosotros hemos tenido, ni en la familia, que cada vez la desestructuramos más, ni en el estado de bienestar y políticas públicas cada vez más debilitadas y que necesitan reorientación. Es hora de reflexionar pero también de actuar, se trata del futuro de nuestros hijos y nietos porque con ellos está entreverado el nuestro. Y es hora de que esa juventud se atreva a pensar por sí misma qué quiere realmente.
Abel Veiga Copo. Profesor de derecho mercantil de ICADE