'Bank holiday'
Doña Julia, que lleva divinamente sus trentaitantos y con la que cada verano coincido repetidamente en el mismo supermercado andaluz y playero, mientras guardamos la correspondiente cola, me pregunta que significa la frase que luce en el cartel colgado sobre una de las cajas registradoras: "Open sunday and bank holiday morning". "Que también abren por la mañana los domingos y los días de fiesta, doña Julia". "¿Y que tiene que ver eso con los bancos?", me dice. Le explico que, hasta donde se me alcanza, esa expresión -bank holiday- tiene origen anglosajón y se refería a los días laborables en los que los bancos ingleses, vaya usted a saber por qué, cerraban sus puertas por vacaciones. Ahora, por extensión, en inglés se aplica a todos los feriados, sea cual fuere el sector. Doña Julia rezonga y se despide de mí con un "¡Hay que ver lo que mandaban los bancos." Como casi siempre, mi amiga tiene razón: antes, en el pasado, el poderío de los bancos era notorio. Tenían influencia, eran instituciones respetadas y controlaban la vida económica. Ahora, al menos en Europa y como consecuencia de la crisis, la cosa se ha complicado más de la cuenta, pero a pesar de los pesares y de Bruselas, del FMI y del BCE, ser banquero debe tener su glamour, aunque ser banquero y profesional competente (es decir, con autentica preparación) sea otra cuestión, y de ese tema, algo sabemos en España, después de los repetidos y nefastos ejemplos de los últimos años.
Hablo de banqueros no de bancarios. Hasta hace unos años, estos, los empleados de banca y de cajas de ahorro, eran los trabajadores españoles más envidiados. Hoy, muchos de ellos, excelentes profesionales que -más allá de los excesos, que de todo hubo- en estos años se han limitado a cumplir con su obligación, conseguir fondos y seguir las instrucciones que les marcaban sus glamurosos jefes, están hechos polvo, aunque tratan de hacerse respetar porque son sabedores de que el honor es la opinión que los otros tienen de nosotros, y les importa su propia dignidad. Siguen dando la cara con sus clientes pero están hartos de largarles mentiras, piadosas o no, o de reclamar los créditos que nunca se pagaran, o de rogarles que no se lleven sus depósitos en euros contantes a sus casas porque muchas personas ya no se fían de los que mandan en las instituciones financieras, y de estas tampoco. Y, mientras tanto, los del glamour, que siguen cobrando sueldos indecentes, están a verlas venir, esperando la europea salvación institucional en forma de rescate y las decisiones de políticos notables que, curiosamente, antes también han trabajado en bancos como grandes prebostes. La sumisión ante el poder económico (algo impensable no hace tanto) es ya una realidad inevitable porque, desafortunadamente, lo financiero es, cada vez más, un fin en sí mismo que nos seguirá haciendo padecer.
A lo mejor es que estaba escrito en algún lugar, y digo esto porque, por ejemplo, en Ecuador, el liderazgo en el mundo financiero lo ostenta el banco Pichincha, también con sede en España, que toma su nombre de un hermoso volcán cercano a la capital, Quito. Pregunté que significa Pichincha y alguien me dijo que en quichua se puede traducir por "el que nos hace llorar", una preciosa, premonitoria y certera definición de los sentimientos que hoy provocan los bancos entre sus clientes. Como contribuyente y usuario de muchos servicios bancarios, me he preguntado muchas veces las razones que nos han llevado a que se cometan tantas irresponsabilidades y estupideces (también golferías, que quede claro) en el mundo financiero. No hay más respuesta que la propia naturaleza humana porque, tras numerosos estudios y sesudas reflexiones, lo único cierto y seguro, y también lo inevitable, es que incluso las personas clasificadas por los psicólogos como inteligentes hacen tonterías, como sostiene Legrenzi.
Por eso conviene reflexionar sobre la cuestión, y el verano no es mala época para hacer propósito de enmienda y ponerse a la tarea reivindicando el papel nuclear de la ciudadanía. En un libro que en estos tiempos sugiero tener siempre a mano (El dinero de los demás. Y de cómo lo utilizan los banqueros), escrito hace casi 100 años, Louis D. Brandeis, que fuera abogado y juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos, defensor a ultranza de las libertades individuales y de la igualdad de oportunidades, cita al que fuera presidente de Estados Unidos (1913-1921), Woodrow Wilson, en un párrafo de universal aplicación sobre el que merece la pena detenerse: "Ningún país puede permitirse que su prosperidad pertenezca a una pequeña clase dominante. La riqueza de los Estados Unidos de América no reside en los cerebros del pequeño grupo de hombres que hoy controlan las grandes empresas. Esa riqueza depende de las invenciones de hombres desconocidos, de la iniciativa de hombres desconocidos, de las ambiciones de hombres desconocidos. Cada país se renueva merced a quienes irrumpen de entre las filas de los desconocidos, no de entre los más famosos y poderosos que mandan."
Juan José Almagro. Doctor en Ciencias del Trabajo. Abogado