Se ve que la banca española no estaba tan sana
Schadenfreude es la palabra alemana que describe la alegría por el mal ajeno. No hay nada de eso en este artículo. No me alegro de que la banca española esté mucho peor de lo que decía, aunque, hay que reconocerlo, me tranquiliza que empiece a reconocerse la verdadera situación del sector financiero. Nada más publicarse el primer decreto Guindos, aquel que establecía una valoración sustancialmente más exigente para los activos inmobiliarios adjudicados, contamos en este mismo blog que se trataba de un importante paso adelante. Pero insuficiente. La experiencia acumulada en los últimos años invitaba a un profundo escepticismo sobre la voluntad de la banca española de afrontar su propio saneamiento.
Reducir la valoración de estos activos fue un gran avance porque incentiva a los bancos a vender los inmuebles. Hasta el momento preferían no hacerlo porque, aunque tuviesen que provisionar la previsible caída de valor de estas casas, las pérdidas derivadas de esta provisión eran inferiores a las derivadas de una eventual venta, dado que los precios de tasación estaban inflados por la burbuja. Vamos, que no salía a cuenta vender los pisos. Pero entonces llegó la segunda parte del problema.
Como explicamos en una entrada también en aquel mes de febrero, gravar con fuertes provisiones los activos inmobiliarios puede incentivar a los bancos a no aflorar créditos fallidos. Si una promotora (que son la fuente de la inmensa mayoría de los inmuebles adjudicados) no tiene dinero para pagar el crédito, el banco puede hacer dos cosas: ejecutar la garantía y quedarse con las casas o prorrogar el problema alargando el crédito a la promotora. Si la normativa penaliza mucho los activos en balance el banco y los créditos a promotor, el banco tenderá a no reconocer el problema y prorrogar el crédito. Y el año que viene ya veremos.
Estas mismas dudas que expresé no eran de mi cosecha; eran numerosos los economistas (algunos españoles, otros extranjeros) que temían este efecto denominado "evergreening". Por eso en el segundo decreto de Luis de Guindos, redactado a instancias del FMI (que acababa de publicar un informe sobre la banca española que citaba la morosidad oculta del sistema), estableció fuertes provisiones para el crédito a promotor, además de solicitar las auditorías de la banca. El sector financiero español tenía que retratarse.
El escepticismo estaba más que justificado. Como cuenta mi compañero Eduardo G. Ercoreca, a cierre de junio los activos inmobiliarios en cartera de los seis grandes bancos se han duplicado; de 16.000 a 33.500 millones de euros. Los créditos en mora han crecido el 70% en este mismo periodo. Eso, en la banca teóricamente más sana. En paralelo, los créditos subestándar (esos que están al corriente de pago pero el banco considera peligrosos) han bajado el 16%, dado que las entidades han preferido computar estos préstamos como morosos o, directamente, ejecutarlos. En el Banco Santander, la mora de promotores ha crecido del 21,3% al 39% en un año, y el crédito a este segmento ha caído el 21%. Ha tardado, pero al final la banca española ha afrontado el saneamiento que necesitaba.
Aquel decreto llegó el 11 de mayo, dos días después de la nacionalización oficial de Bankia y cuatro desde la dimisión forzada de Rodrigo Rato. España estaba a los pies de los caballos, con el mundo financiero convencido, gracias al caso Bankia, de que el agujero de la banca española era insondable. Desde 2008 llevaba España sin recnocer lo evidente: que una burbuja inmobiliaria descomunal generada por un crecimiento de crédito descomunal suele provocar un problema descomunal en los balances de los bancos. El primer decreto Guindos, aun siendo más agresivo que los decretos del Gobierno del PSOE, no atacó el problema en su totalidad. El segundo acercó la banca a la realidad. De hecho, no será casualidad que hayamos tenido que esperar a 2012 para que los bancos empiecen a tomarse en serio eso de vender las casas que tienen en su balance.
Eso sí, aunque el decreto Guindos era necesario, fue un error muy grave del Ejecutivo destapar el problema en el último minuto, centrar los focos aún más sobre España... y no aportar ni un atisbo de solución (por más que en aquel momento fuese evidente que alguien tendría que poner el dinero). Menos de dos meses después de publicado el decreto, España se veía obligada a pedir 100.000 millones para la banca. Aunque, la verdad, ver a un gobierno español anticiparse a algún acontecimiento de la crisis sería la noticia más sorprendente del último lustro.
No he tratado la inanidad de los decretos sobre el sector financiero porque no quiero hacerles perder tiempo con lo evidente. Durante los tres primeros años de la crisis el Banco de España estaba muy preocupado por la reforma laboral y la clase política por las cuotas de poder en las cajas fusionadas. La elite bancaria se regodeaba en su argumentario: el problema de España era la "ausencia de demanda solvente" y, oh, sorpresa, la banca pasaba con nota los test de estrés. En este contexto el Gobierno prefirió dejar pasar el tiempo antes que atacar el problema. Y sería mentir afirmar que los sucesivos decretos sobre requisitos de capital (que, oh, sorpresa, casi nunca llevaban al sector a captar dinero en el mercado) no tuvieron efecto. Sí lo tuvieron, en el sentido de socavar la credibilidad de la banca y de las instituciones españolas, provocando así que los saneamientos posteriores tuviesen que ser más radical para intentar convencer a los mercados.
Lo malo de todo esto es que los que vamos a pagar el pato somos los contribuyentes, pues recuerden que la deuda del rescate bancario no la contraen los bancos nacionalizados, sino el Tesoro (salvo que algún tiempo de milagro o intervención alienígena consiga que Novagalica, Bankia y Catalunya Caixa se conviertan en máquinas de hacer dinero en poco tiempo). Y que la mala gestión de la banca hace que, hoy, España tenga que dedicar menos dinero a educación o sanidad, a atender a personas dependientes o a financiar la investigación y el desarrollo. ¿Y todo por qué? Por dinero. Porque el sector bancario creía que aguantar los pisos a la espera de que pasase la crisis sería rentable a largo plazo, como lo fue en la crisis de 1993. Estaban equivocados. Y este es, precisamente, el nudo de esta crisis. Que si la banca acierta, gana un montón de dinero. Y si se equivoca, pagamos todos.
Música contra la crisis: The Stone Roses, Waterfall
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