El Tao de las reformas
Viajé a China por primera vez en 1998 para realizar a un curso de mandarín en la Universidad del Pueblo. Me gustó tanto que volví dos años después a Pekín para quedarme casi una década. Fueron unos años interesantísimos desde que la capital china fue nombrada sede olímpica, hasta que los Juegos tuvieron lugar en el verano del 2008. Durante esa década la transformación del gigante asiático fue nada menos que espectacular. Hoy China es la segunda economía mundial, la mayor potencia exportadora y aglutina más de un tercio de las reservas mundiales de divisas.
No obstante mi primer contacto con el país tuvo lugar en un entorno muy diferente al de hoy: a finales de los noventa las economías asiáticas estaban pasando por una delicada situación, alimentada por una virulenta crisis financiera que tuvo su epicentro en Tailandia y los demás países del sudeste asiático. Esa crisis asiática sacudió también duramente a China, cuyos dirigentes tuvieron que poner en marcha un duro plan de choque que a la postre sentaría las bases de su milagro económico: el entonces Primer Ministro Zhu Rongji-un brillante funcionario chino con fama de buen gestor-se puso manos a la obra y obró para intensificar el programa de reformas en el sector público, que terminó con el cierre de miles de empresas públicas, el despido de casi cincuenta millones de trabajadores y la apertura de China hacia la economía mundial que culminó con la adhesión de este país en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001.
Por añadidura, en 1998, el Estado chino llevó a cabo una increíble reforma en un país nominalmente comunista: privatizó la vivienda pública, que antaño pertenecía a alguna empresa o entidad del estado, a los funcionarios y trabajadores que las habitaban. A través de un decretazo, Pekín creó del día a la mañana una de las mayores transferencias de activos que se haya visto en la historia de la humanidad, del sector público al privado. En los últimos catorce años desde que recibieron su casa en propiedad, las familias chinas han visto como sus viviendas se revaloraban, en muchos casos, más de un 1000%, lo que claramente ha contribuido al enriquecimiento de la población. Los derechos sobre estos activos se han reforzado con la introducción de una Ley de la Propiedad en 2007, que paradójicamente confiere protección jurídica a la propiedad privada a la nueva clase media china -es decir, a la burguesía-. ¡Una auténtica revolución capitalista en el país de Mao TseTung! La creación de un mercado inmobiliario desató además un torrente de inversión en el sector de la construcción que hace palidecer a nuestro boom del ladrillo. De hecho, como ocurriera en nuestro país, la inversión en construcción e infraestructuras ha sido desde los años noventa uno de los factores que más han tirado de la economía china -estos sectores han contribuido mucho más a su crecimiento que las exportaciones-. El mercado inmobiliario también ha alimentado el consumo interno: por si cupiera alguna duda, recomiendo visitar una de las muchas tiendas de Ikea del país, donde la gente suele echarse una siesta en los muebles que se encuentran en exposición. La palabra muchedumbre no es lo suficientemente superlativa para describir la experiencia.
Los paralelos entre estos nuestros dos países nos se quedan aquí, porque en China los excesos del ladrillo también crearon burbujas que terminaron pesando como losas sobre los balances de las entidades financieras. Estas prestaron demasiado a las promotoras y a las empresas públicas, sobre todo en las provincias -el equivalente chino de nuestras Comunidades Autónomas. A finales de los noventa, los bancos chinos eran técnicamente insolventes debido a que el ratio de morosidad rondaba el 40%. Uno de los mayores logros de Zhu Rongji, el Luis De Guindos chino, fue sanear los balances del sector bancario mediante la creación de empresas de gestión de activos y la recapitalización de los bancos, o dicho de otra manera, bancos malos. ¿Les suena?
Gracias a esta serie de reformas de gran calado, al saneamiento del sistema financiero y la adhesión a la OMC, la economía china ha crecido a ritmos superiores al 10% en los últimos catorce años. Aupada por su éxito, China ha irrumpido en el sistema internacional de tal manera que ha contribuido a cambiar radicalmente el panorama geoeconómico mundial. Por añadidura, el crecimiento de otras economías emergentes como Brasil está de una manera u otra ligado al auge de China, sobre todo debido al voraz apetito de materias primas de ésta. En épocas pasadas, cambios de tal envergadura hubieran tardado décadas, sino siglos en cristalizarse. Esta vez han ocurrido en apenas un par de lustros, en gran parte porque los chinos se han dado mucha prisa en transformar su país.
Si comparamos la situación de hoy con la de 1998, los papeles se han invertido. La economía china, aunque está desacelerándose, sigue creciendo a un ritmo suficiente para absorber sus necesidades de creación de empleo. Los europeos, en cambio, estamos sufriendo un episodio similar a la crisis financiera asiática y el FMI tiene abierto varios programas en el seno de la UE. Nuestras reformas laborales y financieras, el saneamiento y las inyecciones de capital en nuestra banca, me recuerdan a las medidas que tomaron los chinos a finales de los noventa. Y mientras muchos se desesperan por nuestra situación, un analista chino basado en Bruselas me dio razones para el optimismo, dentro de la dificultad de la situación: "Para seguir avanzando, Europa tendrá primero que retroceder; esto tuvimos que hacer en su día en China".
El gigante asiático, no nos olvidemos, cayó muy deprisa y muy hondo, y el gobierno aprovechó la caída para desmantelar oligopolios y llevar a cabo grandes reformas, por lo que el rebote fue tanto espectacular como duradero. La hipercompetitividad china en el sector textil y de la confección, por ejemplo, no se podría explicar de ninguna manera en ausencia estas reformas. Ello se hizo desmontando las anticuadas fábricas textiles estatales, abriendo el sector a la competencia e invirtiendo recursos en modernizar infraestructuras industriales. Para salir de la crisis en España, tendremos necesariamente que aumentar nuestras exportaciones netas. ¿Por qué no aprender un truco o dos de la experiencia china?
El comentario de este analista me recordó el consejo de los sabios taoístas: no vayas contra corriente, sino sé flexible, como el bambú que se pliega al viento y al agua. Siguiendo esta lógica taoísta, hay que procurar que la caída económica sea rápida, y en vez de luchar contra ella, aprovecharla para realizar reformas, no solo en España, sino a nivel europeo, para luego rebotar con brío y rapidez. Un dato curioso: en chino, la palabra crisis (??, weiji), se compone de dos ideogramas Wei (peligro) y Ji (oportunidad). Abracemos pues cuanto antes el espíritu taoísta, y busquemos con optimismo y coraje las oportunidades que encierra esta crisis.
Julio Arias. Diplomático europeo y autor de 'Naranjas de la China: un español en Pekín'