Mario Draghi, el Doctor Strangelove
En la insuperable película protagonizada por Peter Sellers, la Unión Soviética ha puesto en marcha un sistema automático de disuasión que, si detecta un ataque enemigo, desata un cataclismo nuclear que acaba con la vida en la Tierra. El sistema no se puede desactivar, tal y como explica el Doctor Strangelove, ex nazi responsable del invento, a los generales estadounidenses reunidos en la Sala de Guerra.
Cuando el BCE condiciona las compras de deuda a la petición de ayuda activa un resorte parecido. Las compras de deuda son en términos, financieros, la opción nuclear, el arma disuasoria definitiva. Y se activa de forma automática. Otra cosa es que eso sea una buena idea.
¿Se podía hacer otra cosa?
Podemos resumir en cuatro las vías de escape ante la insostenible prima de riesgo de España e Italia y la evidencia de que los recortes y los ajustes no solucionan el problema principal, esto es, la fuga de capitales, convertida ya en una bola de nueve que se retroalimenta. Está ordenadas de mayor a menor radicalismo.
1.- Salida del euro o creación de un euro a dos velocidades.
2.- Impago parcial de la deuda pública, como sucedió con Grecia.
3.- Rescate e intervención, sacando a España del mercado, a cargo del fondo de rescate o, en su caso, el mecanismo de rescate permanente.
4.- Compra de deuda por parte del BCE y del fondo de rescate.
La opción 1 es complicada incluso cuando se trata de un país secundario como Grecia, tanto por el efecto sobre su economía como por las consecuencias en los mercados financieros. En el caso de España e Italia, la salida de uno de los dos del euro elevaría de forma insoportable la presión sobre el otro. Siendo la tercera y cuarta economía de la zona euro, no saldrían de él; más bien el euro se rompería. Los efectos de la ruptura del euro son inciertos a largo plazo, pero a corto plazo la devaluación de la peseta y la lira castigaría las exportaciones francesas y alemanas y reduciría el valor de los préstamos realizados por estos dos países. Serían obligados los controles de capitales y el cierre de fronteras y el comercio intraeuropeo se hundiría. España e Italia tendría difícil acceso al mercado y se arriesgarían a una fuerte inflación, o bien deberían aplicar ajustes aún más dolorosos que los actuales (al no tener acceso al mercado). En los mercados financieros la tormenta haría parecer el crac de Lehman un juego de niños. Y el proyecto europeo que, además de otras cosas, ha traído 50 años de paz a un continente acostumbrado a las guerras, estaría herido, quizás de muerte.
Una voladura controlada del euro, ejemplificada en la idea de un euro a dos velocidades, es posible en teoría pero muy complicada en la práctica, toda vez que los nuevos euros tendrían los mismos problemas de diseño que tiene el euro actual y se enfrentaría a las mismas dudas del mercado. Además, las consecuencias más dolorosas para los países del "euro del Norte" (pérdida de competitividad y pérdidas en la cartera de deuda) serían las mismas que bajo la ruptura antes descrita. Y no hay ninguna garantía de que la situación fuese controlable.
La opción 2, el impago de deuda, es la que se ha llevado a cabo en Grecia, donde el Estado ha impuesto un canje "voluntario" de deuda equivalente al 75% del nominal. De nuevo, el problema es el tamaño de los países afectados. Un impago de deuda pública provocaría fuertes pérdidas en los acreedores, sobre todo bancos franceses y alemanes, además de sacar del mercado a España e Italia durante años. La alternativa no es tan dura para España e Italia, pero tendría duros efectos en el mercado financiero y castigaría a los acreedores del Norte, que quieren cobrar hasta el último céntimo de su dinero.
La opción 3, el rescate total de España e Italia, es muy complicado en términos financieros y casi imposible en términos políticos. La carga de esta deuda recaería de forma casi exclusiva en Francia y Alemania, que en esa situación sumarían el 75% del fondo de rescate. Obviamente si España es rescatada, Italia también, y vicecersa, pues los mercados, lejos de moderar sus ataques, los aumentarían porque el tercer financiador del rescate español sería Italia (con un 22% del total) y el del italiano, España (con en torno al 15%). Solo pueden ir de la mano, y su suponemos que el rescate de ambos son 750.000 millones (por ser muy conservadores), 250.000 los pondría Francia y 315.000 Alemania. Aunque se llegase a un acuerdo político para ello, el mercado pondría a Francia en el punto de mira al día siguiente de firmarse el rescate.
La opción 4 es la compra de deuda. Aquí el problema ha sido la oposición de Alemania y otros países a que la autoridad monetaria financie los déficit de los países del Sur (tomando como argumento que el mandato del BCE impide esta posibilidad). Las limitadas compras de bonos llevadas a cabo hasta ahora provocaron la marcha de Axel Weber y Jürgen Stark del BCE (compras que, por otra parte, no han mitigado el impacto de la crisis). Que el fondo de rescate compre deuda es una posibilidad abierta desde 2011, pero los recursos de este fondo son limitados y existe el riesgo de perder el pulso con el mercado. El deterioro de la prima de riesgo después de la cumbre de julio ilustra estos problemas, que solo pueden ser conjurados por un BCE con una capacidad casi ilimitada que disuada la especulación. La opción nuclear.
Cuando Europa ha negociado las salidas a la crisis, los políticos de cada país (especialmente los del Norte, que son los que han puesto el dinero), han defendido sus intereses, tanto en términos electorales como de apoyo a sus respectivos sectores financieros. De hecho, los sucesivos rescates se han enfocado a que los bancos acreedores de Grecia, Portugal e Irlanda cobrasen hasta el último céntimo de su inversión. Cuando al contribuyente alemán le decían que rescataba Grecia, en realidad rescataba al sector financiero europeo que, mientras tanto, aprovechaba las treguas de los mercados para deshacer su exposición al arco mediterráneo.
Sin embargo, la realidad es tozuda. Grecia ya ha entrado en impago y el BCE es hoy la salida menos traumática. Su intervención evita pérdidas a los acreedores de la Europa del Sur y evita la ruptura del euro. Solo queda vencer la resistencia política de Alemania, y por eso Draghi ha activado la máquina del Doctor Strangelove. Él no ordena el ataque nuclear, pero si el mercado ataca a los países hasta el punto de que pidan ayuda, la máquina se activa automáticamente.
Ya dije ayer que no es una buena idea, pero siendo la del BCE la única opción viable, quizá esta era la forma de vencer la resistencia en el seno del banco. Puede haber funcionado. Solo Weidmann votó en contra, actuando como guardián de las esencias del Bundesbank. Jörg Asmussen, cercano al partido socialdemócrata, no votó y según Handelsbatt ha intentado mediar entre Draghi y Weidmann. Los clásicos aliados del Bundesbank (Holanda, Finlandia, Luxemburgo) se pusieron del lado de Draghi. Quizá, cuando se pida la ayuda, el BCE actúe al fin con decisión.
Eso no lo sabemos aún. Como tampoco sabemos cómo serán las condiciones que se impogan a España, esto es, si supondrán muchos ajustes adicionales sobre el acuerdo ya firmado. Son cosas que, seguramente, nuestros gobernantes tengan que evaluar antes de pedir la ayuda y entrar en las negociaciones. Veremos. En Teléfono Rojo, un desquiciado grupo de paracaidistas temerosos de que la Unión Soviética contamine los "fluidos corporales" estadounidenses desata la guerra nuclear. La ruptura del euro puede saltar por una estupidez similar.