La construcción europea, improvisada y de Uralita
Postguerra, de Tony Judt, ha sido mi lectura en las vacaciones que lamentablemente terminaron esta semana. Que un libro supere las 1.200 páginas y sepa a poco sugiere que aporta algo más que un par de ideas. Pero, en lo que respecta a la temática habitual de este blog, resulta muy jugosa la crónica de Judt sobre cómo la Europa que conocemos, institucionalizada en Occidente a través de la UE, no es un proyecto ni parte de un acuerdo común en base de unos determinados ideales.
La Europa de la posguerra es más bien una casualidad, una rareza histórica producto de un cúmulo de circunstancias: Un continente devastado, una Alemania dividida, la insoportable herencia de los crímenes del nazismo, unas potencias coloniales que dejaron de serlo y un enfrentamiento de superpotencias no europeas (o europeas a medias) que se desarrolla sobre suelo europeo…. Europa no eligió cooperar, olvidarse del doloroso pasado y volcar sus escasas energías en el mero crecimiento económico. Tampoco podía hacer mucho más.
Colonia, Alemania, en 1945
Si el Reino Unido hubiese firmado el Tratado de Roma, la CEE no habría sido mucho más que una zona de libre comercio. Si Kohl no hubiese insistido en la integración exprés de la RDA Maastricht no habría tenido el mismo calado (y quizá no habría existido el euro).
No, Europa no tiene un plan para acabar con la crisis del euro. Nunca tuvo un plan para nada, por más complacencia que hayan generado 50 años de olvido, paz y relativa prosperidad. Y, al tiempo, este periodo histórico, este “éxito” de un continente que se autodestruyó casi de un día para otro, es extremadamente frágil, y depende de cosas como la química entre dos determinados líderes o cuestiones de política interna que dejarían atónito a un observador imparcial (como, pongamos por ejemplo, Tim Geithner).
En la gestora GMO, donde escriben dos de mis comentaristas de referencia (Jeremy Grantham y James Montier), han publicado un informe sobre España. Merece la pena echarle un ojo. No es particularmente optimista ni agorero; desmonta el mito de que España no puede salir de la crisis exportando pero también apunta que la reestructuración bancaria no se cerrará con los 100.000 millones pedidos a Bruselas. Destaco un párrafo, el que me ha hecho recordar a Judt:
“Los mercados parecen haberse cansado de las estrategias que arrastran los problemas europeos. Hay quien quiere una unión fiscal, otros sugieren una unión bancaria y otros creen que el euro debe desaparecer […]. Aun así, es poco verosímil que en los próximos años haya algo mejor que una estrategia distinta de seguir pateando la lata hacia adelante. En este caso, es mejor asegurarse de que la patada envíe la lata a una distancia considerable y en la dirección correcta”. Como dicen los que saben cómo funciona Bruselas, “no lo arreglaremos, pero tampoco lo estropearemos del todo”.
En fin, que quizá el escenario más probable no sea el Apocalipsis inmediato, ni tampoco un gran pacto que arregle la crisis en un fin de semana. Quizá lo más probable sea que Europa ponga en marcha los mecanismos necesarios para evitar el ahogamiento hispanoitaliano mientras busca fórmulas que resuelvan la situación en el medio plazo.
Que a cambio se exija a los españoles unos ajustes tan dolorosos como inútiles, o que se obvie la burbuja crediticia e inmobiliaria como si la crisis fuese una consecuencia de tener hospitales o educación pública es otra cosa. Concretamente, es ideología pura y dura, aplicada a discreción con la excusa de la crisis del euro. Pero ese es otro debate.
Hasta el momento Europa ha sido un ente difuso, cuyos grises funcionarios, desconocidos para el público en general, se ocupaban de supervisar el tamaño de la bacaladilla. Ahora, por vez primera (dado que el pacto fiscal de Maastricht fue roto por Alemania) Europa es fuente de dolores de cabeza para el ciudadano de a pie.Europa hace aguas, necesita cambios, pero no hay un plan de trabajo y ninguna medida es fácil de tomar, porque afecta de lleno a la vida de los ciudadanos. Por eso el edificio, o asentamiento chabolista, es más frágil que nunca.
Música contra la crisis. My Morning Jacket, Circuital
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