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El foco
Tribuna
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El puente hacia el futuro

Por primera vez en su historia, España tiene el reloj tecnológico en hora. El autor explica cómo los despliegues tecnológicos pueden arrastrar la industria española hacia el liderazgo.

Insertos en una grave y muy larga crisis económica y financiera que tanto nos está costando superar, las mejores esperanzas de futuro están depositadas -como siempre ha sucedido desde la primera revolución industrial- en la innovación tecnológica y el marco institucional facilitador de su despliegue.

Es bien sabido que la condición necesaria para salir de la crisis pasa necesariamente por el equilibrio fiscal -es decir, no gastar lo que no tenemos- y el saneamiento de nuestro sistema financiero, para que pueda fluir el crédito a las empresas. La condición suficiente es volver a crecer y crear empleo, lo que exige reformas institucionales que libren a las empresas de todo tipo de injustificados obstáculos a su desarrollo e impulsen la inversión tecnológica, la innovación y la internacionalización; pero sobre todo, fomenten la industria nacional como pilar esencial del desarrollo económico.

La crisis española se diferencia de las demás no tanto por la dimensión del déficit público o el alcance de la insolvencia de nuestro sistema financiero como por la carencia de ahorro nacional -que nos hace más dependientes del exterior- y la falta de competitividad de nuestra economía -cuya manifestación más evidente, nuestro déficit comercial, aumenta la deuda exterior- y su incapacidad para crear empleo, sobre todo de calidad.

La tardanza -a todas luces injustificada- en abordar los problemas: contracción del gasto público, saneamiento del sistema financiero y reformas estructurales, está lastrando la salida de la crisis, pero en cualquier caso, cuando se lleven a cabo -quizás indeseable pero necesariamente por imposición exterior-, quedará pendiente de definir el modelo productivo del futuro.

De nada serviría pensar siquiera en la posibilidad de volver al modelo del reciente pasado: actividades de bajo valor añadido, empleadoras de trabajadores poco cualificados, con bajos salarios y muy limitada empleabilidad, ajenas a la competencia internacional. Lo que hay que hacer es justamente lo contrario: desarrollar actividades de alto valor añadido, empleadoras de trabajadores altamente cualificados bien remunerados y muy reempleables, asociadas a industrias internacionalizadas. Toda una metamorfosis de nuestro quehacer productivo.

Ningún sector de la economía española presenta, por dimensión y características, un perfil con mejores esperanzas de futuro que el de la electrónica, las tecnologías de la información, las telecomunicaciones y los contenidos digitales: las hoy populares TIC.

Esta quinta ola tecnológica se halla a mitad de su recorrido, de suerte que, siendo extraordinarios los logros del reciente pasado, las esperanzas del futuro son aún mayores. Gracias al buen trabajo de todos durante los últimos años: Gobiernos, empresas y sociedad, España tiene por primera vez en su historia el reloj tecnológico en hora; estamos, por tanto, en vanguardia mundial en cuanto al despliegue de las infraestructuras tecnológicas -redes de telecomunicaciones y equipamientos TIC- de la nueva economía.

También por primera vez en nuestra historia contamos con algunas de las empresas tecnológicas (Telefónica e Indra, por ejemplo) más importantes del mundo y otras que destacan por sus equipamientos y excelencia tecnológica a nivel mundial en sectores tales como la banca, la energía, las infraestructuras, etc. Incluso las Administraciones públicas españolas lideran las mejores prácticas tecnológicas en ámbitos como la gestión tributaria y de la salud.

Además de estar bien equipados tecnológicamente, disponemos de un excelente e infrautilizado nivel de profesionales perfectamente capacitados para abordar los mayores desafíos. Aun no destacando en los ranking de excelencia universitaria a nivel mundial, los ingenieros españoles, y muy en particular los procedentes de nuestras mejores universidades politécnicas, se sitúan entre los mejores del mundo por competencias profesionales y su coste es muy competitivo entre los países avanzados.

Los importantes logros que se acaban de citar conviven, sin embargo, con debilidades y carencias que podemos y debemos convertir en los desafíos y oportunidades del futuro.

En primer lugar, el uso productivo de las redes y equipamientos de que disponemos es claramente insuficiente; de ahí nuestro bajo nivel de competitividad. En segundo término, el nivel de desarrollo y producción industrial del sector TIC es muy limitado, lo que genera un enorme déficit comercial.

Afrontar y resolver ambas insuficiencias pueden ser los mejores signos distintivos de la nueva España que debería emerger tras la crisis. No es tan difícil conseguirlo pues está en nuestras manos.

España necesita introducir en su economía grandes dosis de innovación para hacerla más competitiva y apalancar la sostenibilidad del crecimiento a largo plazo, lo que exige afrontar simultáneamente dos desafíos: la aceleración del despliegue de las nuevas redes de telecomunicaciones de muy alta velocidad y la liberalización de los sectores económicos menos intensivos en la disposición y uso de las TIC.

Puesto que la economía del futuro será creciente y dominantemente digital, es perentorio que todos nuestros agentes económicos se hallen conectados a la máxima velocidad posible en cualquier tiempo y lugar. España está en condiciones de tomar una posición de liderazgo en estas nuevas infoestructuras, que determinarán el nivel potencial de competitividad de las naciones. Es tan lógico como empíricamente comprobado que la innovación empresarial está más presente en los sectores abiertos a la competencia, especialmente la internacional, que en los que viven ajenos a ella. ¿A qué esperar para liberalizar los sectores menos competitivos?

Además, es la hora de la industria. Los nuevos despliegues tecnológicos pueden y deben arrastrar la industria española hacia el liderazgo mundial allá dónde quepa lograrlo, por ejemplo: en nuevas redes de telecomunicaciones, ahorro energético, Administración electrónica, smart cities, contenidos digitales, etc.

La presente crisis ha puesto de manifiesto cuán importante es la industria: crea puestos de trabajo de alto valor añadido, exporta y financia el resto de la economía, innova sin cesar y eleva la competitividad de la economía, apalanca el crecimiento a largo plazo y, en última instancia, hace más llevaderas crisis como la actual.

Después de unas muy largas vacaciones políticas en materia industrial, es hora de aterrizar en lo que de verdad importa: crear riqueza sostenible en el tiempo a través de nuevas industrias innovadoras de alto valor añadido tecnológico. Está en nuestras manos conseguirlo y es el único puente que nos puede llevar al mejor futuro posible.

Jesús Banegas Núñez. Presidente de AMETIC

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