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Tribuna
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Reconvertir la inversión privada en desarrollo

El mundo entero está en una encrucijada, pues necesita crear por lo menos 750 millones de empleos en los países en desarrollo antes de 2020. Nos quedan apenas 8 años para cumplir así el objetivo global de reducir el paro actual, muy alto y peligroso, hasta la mitad. Como ello mermaría de forma significativa la pobreza global, no hacerlo sería inconcebible. Pero el desafío puede afrontarlo una inversión privada replanteada.

La gran mayoría de los empleos creados en la actual economía solo pueden venir de un lugar: el sector privado. Y cuando hablamos de este nos referimos, sobre todo, a las pequeñas y medianas empresas, siempre impulsoras del crecimiento en el mundo en vías de desarrollo. Ayudar a los empresarios locales a construir industrias dinámicas y competitivas, dotadas de fuerzas de trabajo productivas y en crecimiento, permitiría avanzar a las propias naciones. Ignorarlos supondría afrontar perjuicios como la mayor pobreza, el malestar social y otros muchos males económicos y sociales.

Los emprendedores socialmente responsables del mundo en desarrollo tienen por ello la llave para nuestro futuro, en muchos sentidos. Con la población mundial en vías de aumentar en dos mil millones, con presiones añadidas a las ya planteadas por las fuerzas del cambio climático, agotamiento de recursos, y seguridad alimentaria (las tres muy interrelacionadas), son estos líderes los que pueden marcar la diferencia. Crean puestos de trabajo, impulsan la innovación y proporcionan los servicios esenciales en infraestructura, salud y educación. Su impacto positivo se siente en todos los niveles de la economía. En mayor medida ahora que muchos utilizan modelos de negocio inclusivos con impactos de transformación en los pobres, quienes al final pueden integrarse como empleados, productores, consumidores o distribuidores.

Los agricultores entran en esa categoría de hombres de negocios. Al igual que los demás, su productividad aumenta con la mejora del acceso a la financiación, la formación, la tecnología y los mercados. El resultado suele ser elevar el suministro de alimentos, toda una proeza en momento como los actuales de creciente preocupación por la vulnerabilidad alimentaria en muchos países.

Por eso, y más que nunca, los gobiernos de todo el mundo entienden ahora estos puntos. De ahí que también sean fundamentales en la agenda del Grupo del Banco Mundial. Tales cuestiones ya no son meras líneas laterales en el desarrollo del sector privado. Hoy en día aportan el frente y el centro hacia la prosperidad, al abrir nuevas oportunidades del compromiso con las comunidades de negocios y las finanzas.

Todo ello explica lo que pasó en las últimas reuniones de primavera del grupo del Banco Mundial en Washington DC, donde nuestros 184 países accionistas emitieron un histórico comunicado que llama al sector privado "crucial para el crecimiento, el empleo y la reducción de la pobreza". Su texto insta a nuestras instituciones a unirse como nunca en estos tres puntos esenciales.

Tan extraordinario llamamiento brotó del impulso creado meses antes, en una cumbre sobre donantes de ayuda de la OCDE, en Busán, Corea del Sur. Marcada por un inclusivo y amplio espíritu de asociacionismo para la reducción de la pobreza, los resultados finales de Busán incluyeron un compromiso para que haya una mayor acción sobre el crecimiento de los negocios.

Los legisladores son cada vez más conscientes de que empresas y desarrollo van de la mano. Eso les convierte en aliados naturales, sobre todo en la presente época de reducción de los presupuestos para ayuda al desarrollo. Por tanto, ahora se han de llevar a cabo al menos tres tipos de acciones para seguir adelante:

En primer lugar, centrarse en los objetivos públicos que el crecimiento del sector privado debe acometer para elevar sus funciones. En 2009, dentro de la cumbre del G-20 en Londres, celebrada en el momento de mayor desafío para la economía global, los líderes mundiales solicitaron una nueva iniciativa multilateral de financiación del comercio para compensar los retrocesos sufridos en los recursos aportados al crecimiento y desarrollo económico por parte de los bancos comerciales. Para acometer el programa, la Corporación Financiera Internacional (CFI) ha colaborado con socios donantes y más de 600 bancos. Estos apoyaron nuestra iniciativa con más de 40.000 millones de dólares en comercio. También ayudaron a coordinar la participación del sector privado en otras decisiones del G-20 sobre inclusión financiera y seguridad alimentaria. Todo se ejecutó bajo los más altos estándares de medición de resultados y de sostenibilidad medioambiental y social. Este enfoque de alto nivel debería ser ampliado a otras áreas, como por ejemplo el empleo, el cambio climático, y la autonomía de la mujer.

En segundo lugar, todas las instituciones presentes en estos frentes del crecimiento y del desarrollo económico deben unirse en torno a una agenda compartida. La CFI es una de las 31 entidades financieras internacionales que colectivamente han cuadruplicado en una década su financiación al sector privado en los países en desarrollo. Juntos ofrecemos ahora más de 40.000 millones de dólares al año. Cada dólar que invertimos, multiplica por tres veces la inversión.

En tercer lugar, el sector privado y nuestras instituciones financieras internacionales deben tener más presencia directa en las decisiones sobre procesos de desarrollo. Hay muchos buenos ejemplos de su función aquí. Van desde la Iniciativa para la transparencia de las industrias extractivas en los sectores del petróleo, el gas y la minería, hasta la Alianza Global Bancaria para la mujer en materia de financiación, pasando por el Fondo de Desarrollo para la Alianza de la tecnología GSM en las comunicaciones móviles. Pero hay otros muchos, como por ejemplo los foros del sector privado que ayudan a mejorar el clima para la inversión y promover el crecimiento inclusivo en Bangladesh, Nepal, Sierra Leona y otros países de bajos ingresos.

Algunos dirían que estas tendencias replantean los modelos tradicionales de ayuda. Pero en realidad son todo un replanteamiento de la inversión privada, considerada -ahora con razón- el principal motor del desarrollo, además de un socio fiable, eficiente y responsable en la lucha contra la pobreza.

Lars H. Thunell. Vicepresidente ejecutivo y consejero delegado de CFI (Corporación Financiera Internacional)

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